viernes, 21 de noviembre de 2008

La Generala

Desde hace unos meses, Cecilia está trabajando en el Secretariado de Relaciones Internacionales de la Universidad, que se encuentra en el edificio de la antigua Facultad de Derecho, popularmente conocido como el Palacio de la Generala, y que junto con la Casa de los Ribera --a la que hace un tiempo también dediqué una entrada-- alberga el rectorado y todos los demás servicios centrales de la UEx en Cáceres.

Aprovechando la ocasión, y sin ánimo de resultar pesado, voy a hablar un poco sobre este edificio y de quiénes fueron sus propietarios. La planta del palacio no sigue una estructura regular, consecuencia de las profundas reformas acometidas y el cambio de manos y usos que conoció en el transcurrir de los siglos. La fachada principal, por ejemplo, no mira a la calle, en este caso al Adarve de la Estrella, sino a un patio elevado que se asoma sobre la Plaza de Caldereros. En mi modesta opinión, este es uno de los rincones más agradables de la parte antigua, bañado por la sombra de las palmeras, donde el visitante encuentra un mirador desde el que se sugiere la Plaza Mayor y, más allá, en un día despejado de invierno se pueden divisar las nevadas cumbres de la Sierra de Gredos.


Esta fachada, aunque imponente en sus proporciones, puede pasar inadvertida, relegada en una esquina, parcialmente cubierta por la frondosidad de las palmeras. El granito en este rincón es quizá más oscuro que en otros lugares del casco histórico, más expuestos al implacable arañazo de los rayos del sol. Parece como si el astro rey contagiase con su ímpetu reluciente todo aquello que alcanza, mas en este vergel resguardado no sucede así. La puerta de medio punto cuenta con amplias dovelas lisas y, muy por encima, dejando entrambos un amplio paramento, un alfiz elevado que más parece una cornisa, cobija una ventana cuadrada y, a cada lado, los escudos repetidos de Ovando-Mogollón. Completa el conjunto un matacán semicilíndrico sobre tres ménsulas, con las características saeteras en forma de cruz. Por el resto de fachada se diseminan ventanas, algunas de especial interés, en las que se mezclan elementos góticos y renacentistas, y otras que se adivinan cegadas.

Desde tiempos inmemoriales las armas de Ovando se parten con las de Mogollón. En Cáceres hay pocos ejemplos de armas plenas de Ovando. A la izquierda, en campo de plata, una cruz floreteada de gules, con cuatro veneras de gules en torno a ella. A derecha, en campo de oro, dos osos pardos puestos en palo.

Este lugar fue el primitivo solar de los Monroy, familia que muy pronto quedó sin representación entre la nobleza cacereña. En 1526 Fernando de Monroy le vendió estas casas por mil doscientos ducados a Francisco de Ovando el Rico, señor de la Arguijuela de Abajo. Su hijo, Francisco de Ovando Mayoralgo († 1574), adquirió además un solar adyacente, propiedad de Antonio de Monroy, y las casas de los Zevallos, que integraría en el nuevo palacio. También compró otras casas contiguas, que habían sido de Francisco de Saavedra, hijo de Juan de Saavedra el del Postigo, que a su vez cedió a su hijo Gutierre de Saavedra y éste a su prima Marina, con la condición de que no podía venderlas. El incumplimiento de esta prohibición dio lugar a un pleito que se resolvería en Granada en 1537, a favor de Francisco de Ovando.

La fachada del palacio se construyó en esta época, más o menos entre 1535 y 1540, sustituyendo a otra anterior que, posiblemente, perteneciera a la casa de los Monroy, que miraba al adarve y hoy podemos distinguir por el arco de medio punto cegado y la señal del alfil que la enmarcaba.


El palacio fue durante muchos años residencia del Alférez Mayor de la villa, por haber recaído tal oficio en los descendientes de Francisco de Ovando. Éste contrajo matrimonio con María de la Cerda, hija de Diego de Ovando Cáceres y de Teresa Rol de la Cerda († 1548). El hijo de ambos, Pedro Rol de la Cerda y Ovando († 1612), se casó con su prima Teresa Rol de la Cerda, hija de Pedro Rol de la Cerda (n. 1515), primer alférez mayor de Cáceres, cargo que heredaría su yerno al no contar con descendencia masculina. El Alférez Mayor, además de ser un cargo hereditario, disfrutaba de algunas prerrogativas que lo diferenciaban del resto de regidores: asiento preeminente en los consejos, voto de calidad, dos mil maravedís más de sueldo anual, el privilegio de alzar el pendón de la villa, que además se guardaba en su casa, es decir, en este palacio… Hoy día las cosas han cambiado un poco, y el alférez mayor es el concejal de menor edad, el encargado de tremolar el pendón en las fiestas de San Jorge.

El cuarto alférez mayor y nieto de Pedro Rol de la Cerda y Ovando, Francisco Antonio de Ovando († 1669), se casó con la madrileña Micaela de Castejón y Mendoza († 1640), sobrina de Diego de Castejón y Fonseca (1580-1655), obispo de Lugo y Tarazona, y primer marqués de Camarena desde 1643. Como es razonable, el obispo murió sin descendencia y el marquesado pasó al hijo de su sobrina, Pedro Francisco de Ovando Castejón (1630-1701).

Éste último contrajo matrimonio por segunda vez en 1690, con Juana Magdalena de Solís Aldana (1674-1746), hija de Alonso de Solís Ovando (1639-1687) y de Juana Magdalena de Aldana y Chaves (1637-1689), con quien tuvo un único hijo, Vicente Francisco de Ovando Rol (1700-1781), que sería por sucesión el IV Marqués de Camarena y también Alférez Mayor y Regidor Perpetuo de Cáceres. Por razón de este cargo, le correspondió anunciar la proclamación de dos reyes: en 1724, de Luis I, y en 1760, de Carlos III.

Como podemos comprobar por las fechas, quedó huérfano de padre cuando sólo contaba cuatro meses de edad, motivo por el que heredó todos los títulos que le correspondían a una edad tan temprana. Durante su infancia y juventud, permaneció al amparo de su madre, con quien no debió mantener muy buena relación. Con apenas trece años y por razones que sólo se entienden en una época como aquella, se vio obligado a contraer matrimonio con su prima María Teresa González de Castejón, marquesa de Falces y cinco años mayor que el novio. Al poco tiempo, el matrimonio fue declarado nulo por la supuesta impotencia de don Vicente, aunque con trece años qué se podía esperar. Años más tarde, algunas hijas naturales y un nuevo matrimonio, vinieron a confirmar la virilidad del marqués.

Cansado quizá de los apaños que le preparaba su madre, y aburrido de los dimes y diretes que sobre su persona constantemente circulaban, de boca en boca, por la calles de una ciudad levítica y cotilla como era Cáceres (aunque tampoco se ha cambiado mucho, a pesar del transcurrir de los siglos), el marqués con treinta años ya cumplidos, decide marcharse a Madrid e ingresar en la Real Guardia de Corps (es decir, el equivalente actual de la Guardia Real).

A pesar de su vocación militar tardía, en 1732 se alista como voluntario para participar en la reconquista de Orán, y al año siguiente, le encontramos en la guerra de Nápoles, donde coincidió con su primo, Francisco José de Ovando Solís y Rol (1639-1772), el primer marqués de Ovando, del que quizá hablemos en otra ocasión. Estuvo presente en la batalla de Bitonto (1734), en la que los austriacos fueron derrotados, y que permitió al futuro Carlos III recuperar su trono de Nápoles.

El marqués de Camarena continuó combatiendo después en la reconquista de Sicilia y en las batallas que se sucedieron en el norte de Italia. José Miguel Mayoralgo recoge el siguiente y novelesco episodio:

Publicada en 1741 la segunda expedición a Italia, Camarena vuelve allí como voluntario. En una ocasión, estando de guardia durante el asedio de la ciudad saboyana de Chambéry, llegó el abad de un monasterio pretendiendo que el ejército español saliese de sus propiedades para evitar que éstas quedasen destruidas, a lo que replicó Ovando que eso era imposible mientras no fuese tomada dicha ciudad. Entonces el abad reveló el secreto de que Chambéry estaba defendida por una guarnición muy escasa con orden de desalojarla si era impugnada. Don Vicente comunicó a su general esta noticia, y la ciudad fue atacada, retirándose sus defensores.

Castillo de Chambéry (Saboya)

De regreso a casa, contrajo matrimonio en 1753 con una señora de su mismo linaje, María Cayetana de Ovando Calderón (1736-1802), vizcondesa de Peñaparda de Flores e hija de Diego Antonio de Ovando y Ulloa (1704-1773), maestrante de Sevilla, e Isabel Antonio de Calderón y Tordoya (1716-1790). El marqués de Camarena ascendió en 1770 al empleo de teniente general, y por este motivo su esposa sería conocida por el apelativo de la Generala, nombre que pasaría a denominar también el palacio donde ambos vivieron.

Vicente de Ovando continuó desempeñando cargos militares, y así fue durante un tiempo gobernador militar de Badajoz, y después capitán general de Castilla y León, de Extremadura (1775-1781), así como comendador de Mayorga en la Orden de Calatrava. En estos años también se planteó una disputa con los descendientes de su tío, Francisco Antonio de Ovando Rol (1640-1679), que reclamaban uno de los varios mayorazgos que poseía, precisamente al que iba unido el título de marqués de Camarena. Aunque finalmente se vio privado del mismo, Carlos III, para compensarle y en agradecimiento por los servicios que le prestara cuando era rey de Nápoles, le concedió el nuevo título de marqués de Camarena la Real, pasando el otro a denominarse de Camarena la Vieja, para así poder distinguirlos.

El marqués de Camarena la Real y la Generala tuvieron nada menos que siete hijos, aunque cuatro de ellos fallecieron al poco de nacer. Los que sobrevivieron son los que pasamos a enumerar:

- Vicente de Ovando y Ovando, a quien sorprendió el alzamiento contra Napoleón siendo coronel en la guarnición de Cartagena, fue nombrado corregidor y gobernador militar de la misma plaza, tras la destitución del capitán general, a quién se acusó de afrancesado. Más tarde se casó en Badajoz con María del Carmen Gragera y Topete, hija de Toribio de Gragera y Argüello, III conde de la Torre del Fresno, que fue asesinado en esa misma ciudad por la turba descontrolada en 1808, acusado también de ser partidario de los franceses. Vicente de Ovando murió sin sucesión.

- Vicenta de Ovando y Ovando († 1805). Casó en Badajoz en 1779 con Manuel María de Aponte y Topete (1759-1810), V marqués de Torreorgaz, hijo de Fernando de Aponte y Ulloa (1736-1764) y de Andrea Topete y Ulloa (1735-1772). Tuvieron cuatro hijos.

- María de Ovando († 1782).

Además, como antes también su padre, don Vicente de Ovando tuvo varios hijos ilegítimos. De su relación con María de la Cerda nació, en Madrid, Vicenta de Ovando (1753-1831), a la que el marqués reconoció por Real Cédula de 23 de septiembre de 1777. Esta mujer se casaría después con Jerónimo Caballero y Paredes, caballero de Santiago y teniente de Caballería, hijo de Jerónimo Caballero y Paredes y de Lucía Asensio y Paredes, naturales de Sabiñánigo (Huesca). Ambos tendrían sucesión.

El teniente general marqués de Camarena la Real falleció en Madrid en 1781, y en su testamento contempló que se fundara en Cáceres una escuela de matemáticas y una obra pía para el socorro de los necesitados de la villa. Sin embargo, sus disposiciones no llegaron a aplicarse por la abolición del régimen de mayorazgos en 1820, que permitió que los bienes con que se podría haber constituido aquella obra se dispersaran entre distintos herederos.

La Generala sobrevivió al marqués todavía veintiún años, pero como su único hijo varón murió sin descendencia, el marquesado de Camarena la Real pasó a los Aponte, señores de Torreorgaz, y también extinguidos éstos, a los Carvajal de la calle Empedrada. El palacio de la Generala quedó entonces deshabitado, aunque apenas unos años antes, en vida del marqués, el Catastro de Ensenada (1749) describía el edificio la siguiente manera: Casa en la calle de los Adarves y Sumideros. Consta de dos pisos con su patio, caballeriza, pajar, tres corrales y un jardín poblado con árboles de espino, con algunas parras y un granado… cochera de un piso. Propietario, el Marqués de Camarena, vecino de esta villa.

El palacio fue luego sede del Ayuntamiento, entre 1860 y 1869, mientras se construía el edificio actual en la Plaza Mayor. Posteriormente fue adquirido por el obispado, que instaló allí las oficinas de los sindicatos católicos, así como la redacción e imprenta del diario Extremadura. Con el establecimiento de la universidad, el edificio se aprovechó para albergar la Facultad de Derecho, y desde 1995 hasta la actualidad en él se encuentran las oficinas del Rectorado.

Bibliografía:
- Publio Hurtado: Ayuntamiento y familias cacerenses. Cáceres: [s.n.], [1918] (Tip. Luciano Jiménez Merino); págs. 609-611.
- José de Rújula y de Ochotorena; Antonio del Solar y Taboada: «Los primeros marqueses de Camarena la Real: los Ovando. Notas para su biografía e genealogía», Armas e troféus (Lisboa), 1932.
- Id.: Recuerdos de Extremadura. Badajoz: Caja Rural de Badajoz, 1943; pág. 18.
- José Miguel Lodo de Mayoralgo: Viejos linajes de Cáceres. Cáceres: Caja de Ahorros y Monte de Piedad, 1971; págs. 194 y 197-201.
- M.ª del Mar Lozano Bartolozzi: El desarrollo urbanístico de Cáceres (siglos XVI-XIX). Cáceres: Univ. de Extremadura, 1980; págs. 210-212.
- Tomás Pulido y Pulido: Datos para la historia artística cacereña: repertorio de artistas. Cáceres: Institución Cultural «el Brocense», [1980]; págs. 212, 364 y 608-610.
- Antonio Rubio Rojas: Cáceres, ciudad histórico-artística. Cáceres: [s.n.], 1985; pág. 158.
- Antonio Bueno Flores: Cáceres: conjunto monumental. Madrid. García-Plata, 1990; págs. 31-32.
- José Luis Barrio Moya: «Don Vicente Ovando Castejón: un militar de la Ilustración», Militaria: revista de cultura militar, nº 3, 1991; págs. 17-36.
- Leonardo Hernández Tolosa: Badajoz en el siglo XVIII. Trujillo: Real Academia de Extremadura de las Letras y las Artes, 1992; págs. 133, 143, 147 y 148.
- José Miguel Mayoralgo y Lodo; Antonio Bueno Flores: «El marqués de Camarena», Cien personajes cacereños de todos los tiempos: sus vidas contadas en dibujos de forma divertida. [Badajoz]: Corporación de Medios de Extremadura, [2004]; pág. 45.
- Francisco Acedo: «La espada y la linotipia», El Periódico Extremadura, 21 de agosto de 2005.
- Antonio Bueno Flores: Cáceres: historia escrita en piedra. Badajoz: Asamblea de Extremadura, 2006; págs. 39-40.
- Álvaro Meléndez Teodoro: Apuntes para la Historia Militar de Extremadura. Badajoz: 4 Gatos, 2008; págs. 137-138.

jueves, 20 de noviembre de 2008

Leonardo Dantés

Debemos reconocer, mas que a alguien le pese, que en el panorama musical extremeño contamos con estrellas rutilantes tales como este personaje. De su pródiga actividad compositora, aunque no de sus excentricidades, da cuenta nada menos que la Gran enciclopedia extremeña:

DANTÉS, Leonardo.- Cantante y compositor (San Vicente de Alcántara, BA, 1948). Leonardo Antonio Ramírez Rodríguez. En 1969, aparece su gran éxito Lamento, que se hará muy popular a través del conjunto Los Gritos. Como autor-intérprete su primera grabación aparece en 1973 con dos temas: La Vieja y No vale la pena, ésta última número uno en los 40 Principales de la Cadena SER. Su segundo disco aparece en 1974, El viejo bar.

A partir de los años ochenta, se dedica por entero a componer para otras figuras de la canción, como por ejemplo, Lola Flores, María Jiménez, Manolo Escobar, Rumba Tres y los Chunguitos, entre otros.


(Pepe Vela Ordóñez: «Dantés, Leonardo», en F. J. Mayans Joffre (dir.), Gran enciclopedia extremeña. Mérida: Ediciones extremeñas, 1989; vol. IV, pág. 30).

Como prueba de ese arte incomparable, aquí os dejo con uno de sus éxitos más sonados, una didáctica demostración de la variedad léxica del castellano:




Nuestro idioma es muy rico,
muy extenso nuestro vocabulario,
y el mismo objeto en muchas ocasiones
tiene nombres varios.

Pero sin duda alguna,
el que más nombres tiene
es el falo, el pene.

Rabo, nabo, picha, polla,
tranca, pija, verga, chorra,
cola, porra, pito, mango,
pilila, minga, cipote, carajo.

Tiene nombres mil,
tiene nombres mil,
tiene nombres mil
el miembro viril.

Los hay cortos, los hay largos,
los hay gordos, y delgados.
Los hay blancos y morenos.
Los hay bonitos y los hay feos.

Pero con esas diferencias
el hombre nada que ver tiene,
cada uno lo llama como quiere.

Rabo, nabo, picha, polla,
tranca, pija, verga, chorra,
cola, porra, pito, mango,
pilila, minga, cipote, carajo.

Tiene nombres mil,
tiene nombres mil,
tiene nombres mil
el miembro viril.

Certificado de defunción

No está de más que, antes de retirarse del caso, el juez Garzón se haya preocupado de certificar la muerte de Franco. Por si acaso algún despistado a éstas alturas no sabe que el Caudillo lleva más de tres décadas enterrado…




parte 1 - parte 2 - parte 3

Boda iraquí

No vamos a discutir sobre la conveniencia de acudir armado a una boda, o cualquier otro evento de carácter religioso o civil: bautizos, funerales... De lo que no hay duda es que si a este buen señor le sucede lo visto, no será por más que merecido; ahora, el que tiene delito es el cuñado, que además de grabarlo en video, le sobra guasa más que disgusto para colgarlo en Internet.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Curiosa coincidencia

Esta mañana, al echar un vistazo al contador de visitas, me he encontrado esto:


¿Coincidencia? ¿Auspicio? Después visité está pagina y me he enterado que mi blog cuesta ciento tres dólares (o lo que es lo mismo, ochenta y un euros y pico). No está mal, teniendo en cuenta que la del Ayuntamiento de Cáceres vale 127 $ y la de un periódico regional unos 111 $. Por ahora no pienso ponerla en venta, pero quién sabe, quizá de aquí a un tiempo me dé para ganarme la vida.


My site is worth $103.
How much is yours worth?

Héroes de la Antártida

Otro de los capítulos del citado libro está dedicado a la expedición antártica del capitán Scott. Si bien por el escaso margen de unas pocas semanas no fue el primero en alcanzar el Polo Sur --mérito que le correspondió al noruego Amundsen--, su hazaña sería recordada para siempre por su trágico final. Scott y sus compañeros Wilson, Oates, Bowers y Evans pasarían a formar parte de la orla de héroes y mártires de la exploración, junto a nombres como los de George Mallory o los tripulantes del Challenger, el Columbia y el Apolo I.

Los diarios de Scott, que fueron encontrados meses después junto a su cadáver congelado, son el último testimonio de la aventura de aquellos hombres que dieron su vida por conquistar la gélidas regiones polares. Son asimismo la evidencia de que resistieron hasta el final y nunca perdieron la esperanza, ya fuera por el gesto de Wilson, que no arroja de su trineo, para aligerar peso, ninguna de las piedras que cuidadosamente había seleccionado y recogido por su interés científico; o por el sacrificio de Oates, que con los miembros congelados y consciente de ser un lastre para sus compañeros, decide abandonar el grupo e internarse en la tempestad, camino del helado abrazo de la muerte.


Hasta que sus dedos entumecidos y congelados no le permitieron sostener el lápiz, Scott siguió escribiendo notas en su diario y aún pudo reunir aliento y coraje para redactar algunas cartas para sus familiares y amigos. En una de ellas explica el fracaso de la expedición y asume su responsabilidad ante el pueblo británico. Este gesto que le honra, sin embargo, no sirve para ocultar el dramatismo que se desprende de esta última misiva:

Las causas del desastre no son debidas a una organización defectuosa de la expedición, sino a la mala suerte en todos los riesgos que teníamos que correr.

1. La pérdida de los ponis ocurrida en marzo de 1911, me obligó a partir más tarde de lo que había decidido en un principio y a llevar una cantidad de víveres menor a la prevista.

2. El mal tiempo en la ida, sobre todo la larga tormenta que sufrimos en los 83º de latitud, retardó nuestra marcha.

3. La nieve blanda en las regiones inferiores del glaciar hizo aún más lento nuestro avance.

Con energía hemos luchado contra estas circunstancias imprevistas y las hemos vencido, pero a costa de nuestros víveres de reserva. Las provisiones, la ropa y la organización de la línea de depósitos establecidos sobre la meseta, así como en toda la ruta del Polo, de 1.300 kilómetros, han sido totalmente satisfactorias.

Nuestro grupo habría regresado al glaciar Beardmore en buen estado y con un buen suplemento de víveres si no se hubiera producido el desfallecimiento sorprendente de Evans, entre nosotros el que creíamos el más resistente.

A buen tiempo el glaciar Beardmore no es difícil de atravesar; pero en nuestro regreso no tuvimos una sola jornada realmente buena y la enfermedad de nuestro compañero agravó aún más la situación.

Como ya he dicho, nos aventuramos en una región glaciar extremadamente accidentada; y en una caída, Edgar Evans sufrió una conmoción cerebral. Murió de muerte natural. Su desaparición dejó a nuestro equipo debilitado en el momento en que un invierno precoz caía sobre nosotros.

Pero todo esto no es nada en comparación con lo que nos esperaba en la barrera. De nuevo afirmo que las disposiciones tomadas para asegurar nuestra retirada eran óptimas, y que nadie habría podido prever en esta época del año, las temperaturas y el estado de la nieve que encontramos. En la meseta, entre los 85º y 86º de latitud tuvimos entre -28º y -34º centígrados; y en la barrera a 82º de latitud y una altitud de 3000 metros la más baja, experimentamos generalmente -34º durante el día y -44º durante la noche, con un incesante viento en contra durante las marchas.

Estas circunstancias se han producido de improviso y nuestro fracaso es debido a la llegada súbita del mal tiempo, fenómeno al parecer imposible descubrir la causa. Ningún ser humano ha sufrido tanto como nosotros en este último mes. A pesar del frío y del viento habríamos pasado si no hubiera sobrevenido la enfermedad de un segundo compañero, el capitán Oates; si no se hubiese disminuido inexplicablemente el combustible contenido en los depósitos; y, en fin, sin este último huracán. Nos han detenido a 11 millas del depósito donde esperábamos hallar los víveres necesarios para la última parte del viaje. ¿Nunca alguien tuvo antes peor suerte?

Hemos sido detenidos a 11 millas del campo One Ton, con víveres para sólo dos días y combustible para una sola comida. Desde hace cuatro días nos ha sido imposible salir de la tienda: el huracán sopla a nuestro alrededor. Estamos débiles, apenas puedo escribir. Sin embargo no lamento haber emprendido esta expedición: en ella se demuestra la resistencia de los ingleses, su espíritu solidario, y prueba de cómo saben mirar la muerte con tanto valor, tanto hoy como ayer. Hemos afrontado riesgos, sabiendo de antemano que íbamos a correrlos. Si las cosas se han vuelto contra nosotros, no debemos quejarnos, sino inclinarnos ante la voluntad de la Providencia, resueltos a hacer todo lo que podamos hasta el final...

Me gustaría tener una historia que contar sobre la fortaleza, resistencia y valor de mis compañeros que removiera el corazón de todos los ingleses. Estas torpes notas y nuestros cuerpos muertos, la contarán...

Robert Falcon Scott.


Hace ya bastantes años, el grupo Mecano le dedicó esta canción a la hazaña del capitán Scott y sus hombres. Recomiendo que os pongáis algo de abrigo:




18 de enero de 1912, el capitán Scott acompañado de Evans, Wilson, Bowers y Oates, alcanza el Polo Sur. Pero fracasa en la hazaña de ser el primero, sobre el punto de latitud 0 ondea ya la bandera noruega del explorador Amundsen. Exhaustos y fracasados emprenden el regreso.

16 de febrero, Polo Sur,
cinco ingleses por el desierto azul.
Evans va último de la fila
y colgada de su mochila
va la muerte dispuesta a demostrar
que una vez muerto
no se está mal en aquel lugar.

No hubo lápida,
si hubo plática:
que Dios salve a la reina,
gloria eterna a los héroes
de la Antártida.

6 de marzo y Oates no puede más,
son sus pies dos cuchillas de cristal,
de arrastrarse en algunos tramos
tiene heladas también las manos,
pero nadie le quiere abandonar
y mientras duermen
sale al paso de la eternidad.

No hubo lápida,
si hubo plática:
que Dios salve a la reina,
gloria eterna a los héroes
de la Antártida.

30 de marzo:
aquí acaba el diario
de Bowers, Wilson y Scott.
Que las ayudas que nunca nos llegaron
vayan a los que quedaron:
nuestros hijos, nuestras viudas…
Como un inglés,
mueren tres.

No hubo lápidas,
no hubo pláticas,
no hubo Dios,
ni hubo reina,
sólo nieves eternas
en la Antártida
.

La elegía de Marienbad


Stefan Zweig dedica uno de los episodios de sus Momentos estelares de la Humanidad a describir el proceso de creación de una de las obras maestras de la lírica europea: la Elegía de Marienbad de Johann W. von Goethe. En el verano de 1823, el poeta alemán a punto de cumplir setenta y cinco años, se instala en Marienbad (Bohemia), ciudad conocida por las propiedades curativas de sus aguas termales. Un año antes había sufrido una grave enfermedad que le mantuvo inconsciente y postrado en la cama, y ahora necesita encontrar calma y sosiego, más que inspiración. Pero al poco de llegar, se siente rejuvenecer y de repente sucumbe al viejo embrujo, a la eterna magia. Otra enfermedad se apodera de su ser: cae profundamente enamorado de Ulrike von Levetzow, una muchacha de apenas diecinueve años, a la que corteja como cualquier otro joven, y llega incluso a pedirle matrimonio.


Goethe nunca obtuvo respuesta de aquella dulce niña, y por eso, cuando apremia el momento de partir, en el transcurso del viaje que le lleva de Karlsbad a Weimar, desde el 5 al 12 de septiembre, redacta y le dedica esta elegía, quizá uno de los más sinceros y profundos poemas de amor que nunca se han escrito.

Como es razonable, no pienso torturaros con la versión original en alemán, pues además reconozco que nunca me atreveré a estudiar la lengua de Goethe y Schiller. He encontrado una traducción aceptable y espero que ésta sea de vuestro agrado:



Acostumbra el dolor al hombre dejar mudo.
Milagro es que yo pueda deciros lo que sufro
.


¿Qué puedo yo esperar de este reencuentro,
de la flor no cortada de este día?
Infierno y paraíso están abiertos.
Mi corazón vacila entre uno y otro.
Pero, ¡fuera las dudas!, si ella viene
y en sus brazos al cielo me levanta.

Así, pues, sí, se te abre el paraíso,
donde eterna es la vida y la belleza;
deseos y esperanzas se te colman,
que no es posible allí más anhelo,
pues contemplando su belleza única
quedó seca la fuente de las lágrimas.

Con sus alas veloces corre el día
y atropellados pasan los minutos.
Al caer la tarde me besó, entregada,
y otro beso mañana me dará.
Las horas como hermanas se parecen,
pero en verdad distinta es cada una.

Pero este beso último ha segado
con crueldad y dulzura mis amores.
Mis pasos dudan en el mismo umbral
Donde un ángel me expulsa con su fuego.
Mis ojos miran la sombría senda,
la puerta celestial, que me han cerrado.

Y, plegado en sí mismo, el corazón,
como si nunca hubiese estado abierto,
o como si en el cielo las estrellas
nunca hubieran sentido su reflejo,
angustias y reproches ya le ahogan
y una oprimente atmósfera respira.

¿Es que el mundo no rueda? ¿Ya las rocas
no dan su santa sombra, o las cosechas
no maduran, los prados no se extienden
junto al río entre arbustos y matojos?
¿El universo mundo ya no acoge
en su esférica forma a tantos seres?

Qué clara y qué ligera, con sus rizos,
entre un coro de nubes, como un ángel,
su figura la viste sobre el cielo,
surgiendo de un perfume que no olvidas.
Igual que entonces cuando era en el baile
la más encantadora de las jóvenes.

Pero sólo un momento a la quimera
de esta imagen etérea te entregas.
Dentro del corazón la ves más clara.
Allí es muchas y es ella misma siempre
y de todas las formas y manera
adorable resulta y siempre amada.

Aún la recuerdo allí, junto a la puerta,
colmándome de dicha, y que, al marcharme,
aún volvió a despedirse y a aquel último
beso aún dejó un último en mis labios:
como con fuego se quedó grabada
esta imagen de amor en mi recuerdo.

Mi corazón levanta firmes muros
que lo guardan y guardan esa imagen,
que su alegría esparce en cada hora;
nada sabe de sí cuando ella calla,
libre se siente entre tan fuertes lazos,
y sólo late para agradecerlo.

Si ya mi corazón sintió algún día
que el amor se alejaba para siempre,
ahora de nuevo gozo y esperanza
siento al tomar alegres decisiones.
Si es el amor el que al amante inspira
nadie más inspirado que yo mismo.

¡Y todo a causa de ella! Porque a veces
una zozobra inunda cuerpo y alma
y terribles visiones nos rodean,
mirando en torno el corazón vacío.
Mas ya apunta de nuevo la esperanza
si ella a aquellos umbrales ahora asoma.

La paz de Dios --enseñan-- más felices
nos vuelve aquí en la tierra que la fría
razón desconsolada, pero yo
esa paz la he encontrado en la presencia
tranquila de la amada, cuando siento
que a ella pertenezco, y para siempre.

En el fondo del alma siempre existe
el anhelo de darse libremente
a algo que no sabemos, puro y claro,
cuyo nombre ignoramos, y creemos
que ser buenos en ese afán consiste.
Y yo era bueno si con ella estaba.

Tu mirada era el sol que derretía,
el aire en primavera era tu aliento,
que toda frialdad fundiendo barre.
De su invernal caverna al egoísmo
tu calor lo rescata y ya no queda
ni un resto de amor propio, vano y terco.

Y podrías decirme: «Cada hora
es un regalo amable de la vida.
Apenas si un recuerdo es lo pasado;
Lo futuro imposible es conocerlo.
Sentí miedo en la hora del crepúsculo,
pero al caer la noche alegre estaba.

Por eso, haz como yo: mira el presente,
Míralo con prudencia y nada aplaces.
Corre alegre a su encuentro, a los trabajos
entrégate del todo y al amor,
que así serás el centro donde estés,
como un niño obstinado e invencible.»

Puedes hablar así --me decía yo--
porque algún dios te concedió su gracia
y todo el que disfruta tu presencia
se siente un elegido de los dioses.
Pero si alguna vez de ti me apartan,
¿de qué me servirá tu buen consejo?

Pues bien, ya ahora estoy lejos. ¿Qué he de hacer?
No lo sé, la verdad. Y eso que sobran
motivos de belleza alrededor.
Pero más me deprimen que me alientan.
Una nostalgia me envenena el alma
y tan sólo en llorar hallo consuelo.

Que brote el llanto, pues, aunque las lágrimas
nunca lo que arde dentro apagarán.
Con aparente calma me desgarran
vida y muerte mi pecho sin descanso.
Yerbas habrá que el cuerpo curen, pero
no para un alma que no espera nada.

Si su imagen me falta, ¿qué haré yo?
Recrearla mil veces, bondadosa
o esquiva, y entregada, y vacilante,
llena de luz, de oscuridad cubierta.
Pero este ir y venir, confuso y vano,
¿podrá sanarme acaso de mi mal?

* * *

Dejadme aquí, mis fieles camaradas,
al borde del camino, entre las rocas.
Seguid vosotros descubriendo el mundo,
la vastedad del cielo y de la tierra.
Atentos a sus mínimos detalles,
desvelaréis secretos y misterios.

Que el mundo y yo caminos diferentes
seguiremos, por más que un día los dioses
su elegido me hicieran. Pero hoy
a prueba me pusieron, y el regalo
envenenado de Pandora tuve.
Unos labios besé, que me rechazan;
dulce veneno con que me han matado
.

Traducción de Enrique Baltanás.

Momentos estelares de la Humanidad


Esta misma mañana hemos terminado de comentar en el club de lectura los últimos capítulos de los Momentos estelares de la humanidad, del escritor austriaco Stefan Zweig. Personalmente, reconozco que éste libro que me ha sorprendido y satisfecho por igual, y por lo mismo recomiendo a cualquiera que tenga interés que no dude en leérselo. Stefan Zweig no era historiador, pero bien podía haberlo sido, por la rigurosidad y apasionamiento con que describe tanto los acontecimientos como a los protagonistas de éstos, que él considera los momentos cumbre de la Historia de la Humanidad. Sobre todo cabe destacar la maestría con que penetra en los aspectos más introspectivos de la psicología de personajes del calibre y la complejidad de Cicerón, Händel, el capitán Scott, Dostoievsky, Tolstói o Lenin. En este mismo sentido, Zweig cultivó profusamente a lo largo de su vida el género biográfico; y tras la lectura de los Momentos estelares, estoy deseando tener entre mis manos la biografía de Fouché, una de las mejores que sobre cualquier personaje histórico se hayan escrito.

No quisiera entrar en demasiados detalles, pero no me apetece tampoco pasar por alto el peculiar concepto que Stefan Zweig tiene sobre la Historia:

En ese «misterioso taller de Dios», como respetuosamente llamara Goethe a la Historia, gran parte de lo que ocurre es indiferente y trivial. También aquí, como en todos los ámbitos del arte y de la vida, los momentos sublimes, inolvidables, son raros. La mayoría de las veces, en su calidad de cronista se limita a hilvanar, indolente y tenaz, punto por punto, un hecho tras otro en esa inmensa cadena que se extiende a lo largo de miles de años, pues toda crisis necesita un periodo de preparación y todo auténtico acontecimiento, un desarrollo (…). Han de transcurrir millones de horas inútiles antes de que se produzca un momento estelar de la humanidad.

Si se me permite, apuntaré que no puedo estar de acuerdo con esta afirmación del genial escritor austriaco. Este concepto de historia a trompicones, lo más alejado que uno puede escuchar respecto a las tesis braudelianas, no me acaba de convencer. Es cierto que existen momentos estelares, episodios sublimes que generalmente son los que aparecen consignados en los libros de Historia; pero no creo que en el largo camino de la Humanidad se pueda hablar de horas inútiles… La Historia Social y sus derivados nos enseñaron hace mucho tiempo que ningún suceso ni ningún sujeto, por insignificantes que parezcan, desempeñan un papel anónimo o aislado en el gran engranaje de la historia humana. No es necesidad, como señalaban los griegos, sino más bien azar, pero en ese continuo rodar de los dados por el tapete intervienen tantos factores como estrellas quedan en el universo, y si cambiase una sólo de las variables de la ecuación el resultado sería radicalmente distinto. Por eso mismo, todo acontecimiento y todo sujeto tienen la misma importancia a los ojos de la Historia, lo mismo el emperador que el siervo, al igual una cruenta batalla que cien años de paz… sin unos ni otros la historia no avanzaría, no existiría progreso. Los momentos que más llaman la atención del espectador no son más que espejismos que quizá --en esto le doy la razón a Zweig--, nos ayudan a sobrellevar la monotonía, creando modelos en que fijarnos, como Cicerón, o héroes a los que seguir, como el capitán Scott.


A veces me sorprendo a mí mismo. No había vuelto a pensar en cuestiones historiográficas desde aquellos exámenes --horribles, por cierto-- de quinto de carrera. En fin, tampoco quiero que se me caliente el coco… e incluso va a parecer que quisiera destripar al bueno de Zweig. En todo caso, es preciso tener en cuenta el contexto en que se escribió este libro --la Europa de entreguerras-- y las motivaciones del autor: Stefan Zweig era un entusiasta admirador de la dignidad humana y de la cultura occidental. Precisamente cuando el empuje arrollador del fascismo amenazaba con aniquilarlas para siempre, Zweig consideró que no tenía sentido seguir viviendo y se suicidó junto a su joven esposa. Afortunadamente, esta vez sí, se equivocó…

Para terminar, y resumiendo, me quedo con lo que alguien ha dicho sobre Stefan Zweig: que su pluma más bien parece un escalpelo. Como muestra, este otro párrafo, del comienzo del capítulo dedicado a la batalla de Waterloo. Me parece bastante significativo e incluso llego a encontrarle cierta actualidad ¿Por qué será?:

El destino impulsa a los poderosos y a los violentos. Durante años se convierte en el esclavo servil y sumiso de un solo hombre --César, Alejandro Magno, Napoleón--, pues ama al hombre elemental, que se asemeja a él, incontenible elemento. Pero a veces, en contadísimas ocasiones a lo largo de todos los tiempos, llevado por un peregrino humor se echa a los pies de algún indolente. A veces, y éstos son los momentos más asombrosos en la historia universal, el hilo de la fatalidad cae durante una fracción de segundo en unas manos por completo incompetentes. Ante el embate de la responsabilidad, que les introduce de lleno en el heroico juego de fuerzas cósmicas, tales hombres, más que afortunados, se sienten estremecidos, y casi siempre dejan que el destino que les ha caído encima se les escape entre las manos temblorosas. Sólo muy rara vez alguno de ellos, enérgico, enaltece la ocasión y con ella a sí mismo. Pues tan sólo por un segundo se entrega lo grande al insignificante. Y al que desaprovecha ese momento, jamás le concede una segunda oportunidad.

jueves, 13 de noviembre de 2008

martes, 11 de noviembre de 2008

Dándole la mano a un ministro

Ayer por la mañana, el señor Ministro de Cultura, don César Antonio Molina, estuvo en Cáceres para conocer las nuevas instalaciones de su Biblioteca Publica. Aprovechando la visita, se interesó por las actividades que realizamos en los clubs de lectura. Tuvo el detalle de acercarse a saludar a los miembros del Club de Lectura de Historia, que yo mismo me encargo de coordinar, y nos animó a que continuáramos esta labor en beneficio del fomento de la lectura y la promoción del patrimonio de nuestra ciudad.

Después de estrecharle la mano a un ministro, sólo me queda encontrarme algún día a ZP o al Rey y darles un abrazo… o un pescozón, quién sabe.



El que escribe estas líneas en presencia de la Consejera de Cultura, Leonor Flores; la alcaldesa de Cáceres, Carmen Heras; el Ministro de Cultura, César Antonio Molina; la delegada del Gobierno, Carmen Pereira; el director general de Promoción Cultural, Javier Alonso de la Torre; y la directora de la Biblioteca Pública, María Jesús Santiago.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Cosas de la Iglesia



Sucedió hace unos días, en la iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén. Parece ser que los curas que se encargan del culto en este recinto sagrado --ortodoxos griegos y armenios, para más señas-- no tenían con qué comulgar y no se les ocurrió otra cosa mejor que hacerlo con hostias de verdad. Y por lo que se puede ver en las imágenes, éstas tenían que ser como panes. A tal punto llegó la riña, que devino en batalla campal: unos con la sotana arremangada, corriendo por la girola; otros arreando mamporros con el mobiliario litúrgico, cruces incluidas; y, los más listos, aprovecharon la confusión para catar el vino de misa que se guardaba en la sacristía…

La policía israelí, como si no tuviese bastante con vigilar que no se les cuele un suicida en un mercado, hubo de emplearse a fondo para separar y serenar a estos sacerdotes que decidieron montar el belén antes de tiempo. Por un momento, me pareció estar viendo al mismo tiempo una película de los hermanos Marx y el panel derecho del tríptico El jardín de las delicias de El Bosco. Quizá si Jesucristo levantara la cabeza y se encontrara con tan dantesco espectáculo, se unía a la fiesta y quitándose la correa les corría a leches, a unos y otros, como antaño hiciera con los mercaderes del templo…

jueves, 6 de noviembre de 2008

La esperanza del cambio

Hay momentos en la Historia que la llama de la esperanza ilumina el camino que antes parecía sombrío y tenebroso. Esa misma Historia que en un tiempo inmemorial los dioses encomendaron a los hombres para que en ella pudieran aplicar sus principales virtudes: la inteligencia y la responsabilidad. La Historia es obra de los hombres, y como tal, sólo los hombres pueden cambiarla.

Ahora me acuerdo de un comentario de mi profesor de lengua y literatura en el colegio, don Antonio Serradilla. En cierta ocasión, nos confesó que no le interesaba para nada la política nacional, que escuchar al presidente del gobierno o al líder de la oposición, o ver por televisión los debates parlamentarios, no eran más que otras tantas maneras de perder el tiempo. Según su opinión, lo único realmente importante eran las elecciones en los Estados Unidos. Al fin y al cabo, en un mundo como el nuestro, cualquier decisión que se tome en la Casa Blanca va a determinar en última instancia la vida cotidiana de cada habitante del planeta. Como esto es así de cierto, lo justo sería que todos los seres humanos pudiésemos votar al presidente de los EEUU; pero como por ahora no podemos, nos conformamos con opinar acerca de este país, en ocasiones odiado como tantas veces deseado.


A lo largo del siglo XX, Europa siempre depositó su última esperanza en los Estados Unidos de América. Cuando el paro y el hambre se extendían como una epidemia, cientos de miles de hijos del Viejo Continente cruzaron el océano para ganar un provenir; cuando las garras del nazismo atenazaban los últimos reductos de resistencia, los descendientes de aquellos que en su día emigraron regresaron para liberar la tierra de sus padres. Y después --no todos-- le dimos la bienvenida a Mr. Marshall… Y años más tarde agradecimos que nos sofocaran el incendio que de pronto prendió en nuestro patio trasero.

Como se ha repetido hasta la saciedad, hoy ha sido un día histórico. Pero no creo que porque el próximo presidente de EEUU vaya a ser negro. Sólo era cuestión de tiempo que en un país donde el 12% de la población es de raza negra hubiese un inquilino que hiciese un poco de contraste en la Casa Blanca. Quizá dentro de poco le toque el turno a un hispano, y nos sintamos orgullosos de nuestra semilla sembrada en América… Pero a lo que iba, hoy vuelve a ser un día histórico, porque una vez más, aunque más que nunca, el mundo entero vuelve a depositar su esperanza en los Estados Unidos. Al presidente Obama le espera la fácil tarea de defraudarnos o la complicada misión de sentar las bases para un mundo mejor. No serán pocos los que tratarán de impedírselo.

Quizá el mundo no ha escogido aún su derrota. Cada uno es libre para desconfiar, pero en tiempos de crisis ser optimista resulta gratis.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Yes, we could

En el corazón de todos los inviernos vive una primavera palpitante, y detrás de cada noche, viene una aurora sonriente.



lunes, 3 de noviembre de 2008

Gracias, Hernando

Me siento obligado a reconocer públicamente que la espléndida composición que desde ayer adorna el encabezamiento de esta página ha sido obra y regalo de muy buen amigo Hernando Gómez, gran profesional de la informática y el diseño de páginas web, pero aun inmejorable amigo y confidente. Precisamente este fin de semana nos preguntábamos qué hubiera sido de nuestras vidas si no es gracias a nuestras respectivas, también grandes amigas, que parece que nos eligieron a propósito, para que desde el principio nos cayésemos tan bien.

Son multitud las gracias que debería darle a Hernando por la cantidad de favores que me presta --y por más de un apuro que me saca, sobre todo cuando tengo un problema con el ordenador--, y que casi nunca se los devuelvo ni se los pago. Y lo peor (o lo mejor), es que sé que podré seguir abusando de su generosidad y su paciencia. Ya se lo he dicho en más de una ocasión: es lo que tiene haber estudiado una carrera útil, en su caso no creo que nunca necesite recurrir a un historiador. Por eso, como no sé como agradecerle éste y otros mil regalos, y aún más importante, el regalo de su amistad, no se me ocurre nada mejor que dedicarle esta genial versión de In the ghetto, interpretada por el Príncipe Gitano… En gustos musicales también andamos parejos, así que sé que no te defraudará.




As the snow flies
On a cold and gray Chicago mornin'
A poor little baby child is born
In the ghetto
And his mama cries
'Cause if there's one thing that she don't need
It's another hungry mouth to feed
In the ghetto

People, don't you understand
The child needs a helping hand
Or he'll grow to be an angry young man some day
Take a look at you and me
Are we too blind to see
Do we simply turn our heads
And look the other way

Well the world turns
And a hungry little boy with a runny nose
Plays in the street as the cold wind blows
In the ghetto

And his hunger burns
So he starts to roam the streets at night
And he learns how to steal
And he learns how to fight
In the ghetto

Then one night in desperation
A young man breaks away
He buys a gun, steals a car
Tries to run, but he don't get far
And his mama cries

As a crowd gathers 'round an angry young man
Face down on the street with a gun in his hand
In the ghetto

As her young man dies
On a cold and gray Chicago mornin'
Another little baby child is born
In the ghetto
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