domingo, 4 de febrero de 2007

El oro de América

Esta mañana leo en El Periódico Extremadura una de esas noticias que resultan descorazonadoras para tantos que sentimos algo especial por nuestra ciudad. El reportaje se refiere al fracaso del proyecto de una gran exposición que habría girado en torno a la íntima relación de Cáceres con el descubrimiento, conquista y colonización el Nuevo Mundo. De haberse celebrado, hubiera tenido por título El oro de América.

La idea partió hace cuatro años de la Federación Empresarial Cacereña (FEC), pues a quien realmente le interesa el turismo de la ciudad es a los hosteleros, cansados de comprobar cada puente o fin de semana cómo los que nos visitan no paran por aquí más de una noche, pues no hay nada más para ver que cuatro piedras mudas y eternas. Pensaron entonces que sería bueno montar una exposición de gran envergadura, a imagen de otras ciudades patrimoniales que ya han tenido las suyas y las seguirán teniendo, como Toledo, Córdoba…

Se llegó incluso a encargar un estudio al respecto de la posible exposición, que fue elaborado y presentado a finales del 2004 por Juan Valadés, director del Museo de Cáceres. Pero después de haber invertido tiempo y trabajo, y con la ilusión puesta en el proyecto y en el futuro de la ciudad, se llegó a la vía muerta indicada por quienes se supone que deberían haber cumplido las funciones de jefe de estación, es decir, el alcalde y sus concejales. Parece ser que el Ayuntamiento sólo ha aportado reparos, ha demostrado pocas ganas de colaborar y trabajar y, aparte de escurrir el bulto en el tema de la financiación, para justificar esta postura ha llevado el asunto al terreno de lo personal, argumentando que no sabían si lo de la exposición sería competencia de la Concejalía de Turismo (del extinto Rodríguez Cancho) o de la de Cultura (de la señora Leirachá).

Comprendo y me solidarizo con los promotores de esta genial idea de montar una exposición titulada El oro de América. Hace dos años yo tambien acudí al Ayuntamiento con un trabajo de historia local y mucha ilusión bajo el brazo. Me recibieron de manera muy cordial, con muy buenas palabras y amplias sonrisas, para convencerme de que valía la pena publicarlo. A los pocos días, recibí una escueta llamada de teléfono y un auxiliar administrativo me comunicó que ya no estaban interesados, que también «les faltaba dinero» para esto.

En fin, si piensan que editando sólo las guías de la Semana Santa y poniendo árboles de Navidad ecológicos llegaremos a ser algún día Ciudad Europea de la Cultura, van listos.


La noticia a la que me refiero aparece publicada hoy, 4 de febrero de 2007, en El Periódico Extremadura: http://www.elperiodicoextremadura.com/noticias/noticia.asp?pkid=283699

viernes, 2 de febrero de 2007

La pieza del mes

Durante este mes de febrero, en el Museo de Cáceres se muestra como pieza del mes una de las dos fíbulas aquiliformes del tesoro de Galisteo. Como me ha correspondido a mí redactar el texto de la exposición, lo pongo aquí:

Los conocidos como pueblos germánicos, y en concreto los godos, aportaron a la tradición romana, entre otras cosas, una nueva forma de entender el vestido y el adorno personal. Estas fíbulas son un ejemplo de las innovaciones que introdujeron en el ámbito de la joyería, tanto en lo que se refiere al diseño como a las técnicas de elaboración.

Las fíbulas aquiliformes fueron unas de las creaciones más genuinas del grupo visigodo. La técnica por la que en un reticulado de metal se engarzan piezas de pedrería recibe el nombre francés de cloisonné, ya que siglos después, a principios del XX, los seguidores de la vanguardia artística del Art Decó emplearían este mismo procedimiento para el diseño de joyas y otros objetos decorativos.

En este caso, como en la mayoría de las fíbulas hispanogodas, el material utilizado fue el bronce, que, originalmente, se disimularía bajo un baño dorado que remataba la factura de estos ricos objetos, y que en esta pieza todavía se conserva en parte. La excepción la representa otro par de fíbulas encontradas en la Tierra de Barros (provincia de Badajoz) y que actualmente se conservan en la Walter Arts Gallery de Baltimore (EEUU), pues son las únicas de este tipo elaboradas completamente en oro.

Las celdillas, con diferentes trazados geométricos, acompasados con las diferentes formas de cada parte del águila, acogieron vidrios de distintos colores, fundamentalmente el verde y el rojo. Solamente en la parte del cuello del águila se aprecia un engaste de vidrio azul. El que fuera así, en vez de contener gemas o piedras preciosas, nos da idea de la intención del artista de aparentar la estética del objeto por encima de su valor material. Hasta este momento, los visigodos habían sido un pueblo errante, y como tal trataban de concentrar todo el lujo en su atuendo personal, aunque éste fuese más ficticio que real.

La fíbula que aquí se expone formaba parte del ajuar de un enterramiento que se encontró de manera fortuita en el lugar conocido como La Jarilla, en la localidad cacereña de Galisteo. Por su tipología, podría adscribirse al siglo VI; así pues, a una época en la que la población visigoda todavía se estaba asentando en nuestro territorio y, por tanto, no se había producido una asimilación con el resto de la población de raíz hispanorromana.

Objetos como éste solían integrar el ajuar de alguna persona distinguida, en este caso de una mujer, dado que las fíbulas aquiliformes eran propias de su uso. Normalmente se utilizaban en pares, para sujetar la indumentaria a la altura de los hombros, a modo de broches o imperdibles. Según algunas interpretaciones simbólicas, las aves enfrentadas estarían representando a las dos águilas que el dios Odín llevaba sobre sus hombros: Huqui (la reflexión) y Munin (la memoria), las cuales le murmuraban en sus oídos cuanto veían y comprendían sobre los hombres.

Además de la pareja que acompaña a esta fíbula, el enterramiento encontrado en la finca de La Jarilla proporcionó también un broche de cinturón con cabujones y seis cuentas de collar.

La Pieza del Mes se puede ver en el Museo de Cáceres (Palacio de las Veletas)
de martes a sábados: 9,00 - 14,30 y 16,00 - 19,15
domingos: 10,15 - 14,30
(entrada gratuita)

Apagón

Ayer a las ocho menos cinco se había convocado un apagón. Se trataba de un gesto simbólico que tenía la intención de concienciar sobre el cambio climático y el consumo responsable de energía. Proponían que durante cinco minutos, en todos los hogares y algún edificio público, se apagaran las luces. No sé hasta qué punto la iniciativa fue un éxito: si el personal aceptó participar, o si los cinco minutos de oscuridad tuvieron un efecto visible sobre el índice de consumo eléctrico de ayer tarde.

Cinco minutos sin luz no son nada. Existen apagones más largos, más intensos… más tristes. Más allá de los que no conocen qué es un bombilla (ni lo que es comer todos los días, porque ni siquiera tienen sueños con los que soñar…), a miles de kilómetros de ellos, existe el apagón de las conciencias de los que no quieren ver, no porque la luz no venga al pulsar el interruptor, sino porque les han enseñado a eso: a vivir a oscuras. La corriente eléctrica regresa a los cinco minutos, pero este otro apagón del que hablo suele ser eterno y heredarse de unas generaciones a otras. Igual o más peligroso que el calentamiento terrestre puede ser la ignorancia, pues sus efectos (el hambre y el crimen) siempre estarán más cerca de abocarnos al final de nuestra especie.

Quizás sería bueno llamar la atención sobre esto, idear una manera de apagón espontáneo y colectivo, para señalar que se está en contra de esta otra oscuridad que dura ya siglos y amenaza con dejarnos ciegos para siempre. Apaguemos nuestra mente durante cinco minutos y pensemos sólo en qué podemos hacer para cambiar el mundo. Y si acaso cayésemos en la cuenta de que lo peligroso es pensar, dediquemos ese tiempo a hacer el amor con quien más nos apetezca. A oscuras.
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