miércoles, 27 de agosto de 2008

Epigrafía en Villar del Pedroso

Este fin de semana lo he dedicado al conocimiento etnográfico de las diferentes tipologías de diversión y solaz que durante el período estival se suceden a lo largo y ancho de nuestra geografía rural… es decir, que me fui a celebrar las fiestas de Valdelacasa de Tajo, el pueblo de mis amigos, y creo que todavía hoy me dura la resaca. Pero no voy a hablar de esta encantadora localidad, situada en la comarca de La Jara cacereña, ni voy a cantar las virtudes de sus mujeres, ni tampoco quiero entrar en detalles sobre mis excesos etílicos.


Entre tanta fiesta, también tuve ocasión de visitar la cercana localidad de Villar del Pedroso, y allí me sorprendió encontrarme por sus calles varias inscripciones de época romana. Tampoco resulta muy extraño, pues tanto en Villar como en Valdelacasa, y en otros pueblos del alrededor, abundan los restos procedentes de la antigua Augustobriga, ciudad romana que identificamos con Talavera la Vieja, tristemente célebre porque en 1963 quedó sumergida bajo las aguas del embalse de Valdecañas.

Las inscripciones que aquí traigo no son todas las que hay en el pueblo, sino solamente las que pude ver. Me consta que debe haber más, pero éstas se encuentran en el interior de casas particulares.


Estela funeraria de granito, con el campo epigráfico en un rectángulo rehundido y en la parte inferior una media luna en huecorrelieve.

Dimensiones: 90 x 38 x 24 cm.
Altura media de las letras: 7,2 cm.
Procedencia: Villar del Pedroso. Durante algún tiempo estuvo en la casa de Facundo Dávila, en la plazuela del Puerto.
Situación actual: junto a la fachada de la iglesia parroquial.

[Duelia]
Camali · f(ilia)
an(norum) · XXV · h(ic) · s(ita) · e(st)
Camalus
Aveli · f(ilius) · et
Dvelia · A-
rmonis · f(ilia)
filiae · f(aciendum) · c(uraverunt)
s(it) · t(ibi) · t(erra) · l(evis)

«Aquí yace Duelia, hija de Camalo, de 25 años. Camalo, hijo de Avelio, y Duelia, hija de Armonio, se ocuparon de erigir (este sepulcro) para su hija. Séate la tierra leve»

Bibliografía: J. Ramón y Fernández Oxea (1951): «De epigrafía cacereña», BRAH, CXXVIII: 170 = idem (1962): «De epigrafía cacereña», BRAH, CL: 128 = A. Rodríguez Moñino: ms., fols. 73-74 = HAE, 199 y 780 = R. Hurtado de San Antonio (1977): Corpus provincial de inscripciones latinas de Cáceres: 273, nº 659; 340, nº 801 = A. González Cordero (2001): «Catálogo de inscripciones romanas del Campo Arañuelo, La Jara y Los Ibores», VII Coloquios Histórico-Culturales del Campo Arañuelo: 147-148, nº 52; 149, nº 54.

Como se puede apreciar en la bibliografía citada, esta inscripción ha sido recurrentemente publicada como si se tratase de dos distintas. Fernández Oxea la leyó en dos ocasiones, con más de diez años de diferencia, y seguramente porque había sido trasladada de lugar, pensó que se trataba de dos epígrafes diferentes. Pero las dos lecturas que desde entonces se han repetido en todas las publicaciones se parecen demasiado. Una sería la siguiente: Cupiena / Camali f(ilia) / an(norum) XXV h(ic) s(ita) e(st) / Camalus / Aveli f(ilius) et / Duenia A/nmonis f(ilia) / filiae f(aciendum) c(uraverunt). La otra: Duel(ius) T(iti) f(ilius) / Camalius an/nor(um) XXV h(ic) s(itus) e(st) / Camalius / Aveli f(ilius) et / Dueliâe A/rmoni(u)s e(t) / filiae f(aciendum) c(uraverunt) / s(it) t(ibi) t(erra) l(evis). La interpretación que aquí recojo, en función de la lectura que pude hacer in situ, me parece la más correcta y razonable, sobre todo porque los nombres de la difunta y los dedicantes parecen relacionados

Todos los nomenes que aparecen en la inscripción son de evidente raigambre indígena y, salvo el del padre, no se han documentado más ejemplos de los mismos en la Península Ibérica. Los testimonios epigráficos de Camalus se concentran en el área lusitano-galaica (J. Untermann (1965): Elementos de un atlas antroponímico de la Hispania Antigua. Madrid: 85). En la provincia de Cáceres está bien representado, tanto en su forma masculina como femenina, documentándose en lugares como Berzocana, Brozas, Coria (3), Jaraicejo, Pasarón de la Vera, Santa Cruz de la Sierra (2), Tejeda de Tiétar, Trujillo (2), Valencia de Alcántara, Villar de Plasencia y otro ejemplo más en Villar del Pedroso, que aquí no comentamos (J. Salas Martín y A. González Cordero (1991-1992): «Nuevas aportaciones a la epigrafía latina de la provincia de Cáceres», Norba, 11-12: 180-182, nº 5 = HEp 5 (1995), 283 = A. González Cordero (2001): 150-151, nº 57 = M. Rico, M. de la Vega, C. Pacheco y F. Turiño (2003): «Epigrafía en La Jara cacereña: un ara romana en Villar del Pedroso», Cuaderna. Revista de estudios humanísticos de Talavera y su antigua tierra, 11: 128 y ss.).


Inscripción, probablemente funeraria, grabada sobre el lomo de un verraco de la Edad del Hierro.

Material: granito.
Dimensiones del soporte: 71 x 24 x 25 cm.
Alturas de las letras: 5,3 cm.
Situación actual: junto al arroyo Cagancha, dentro de la localidad.

[- - - - - -]
[h(ic) s(itus)] est Ba[---] ux(or) e[---]a

Bibliografía: J. Ramón y Fernández Oxea (1950): «Nuevas esculturas zoomorfas prehistóricas de Extremadura», Ampurias, XII: 55 = HAE, 4 = CPILC, 823 = A. González Cordero, M. Alvarado Gonzalo y F. Barroso Gutiérrez (1988): «Esculturas zoomorfas de la provincia de Cáceres», Anas, 1: 27 = G. López Monteagudo (1989): Esculturas zoomorfas celtas de la Península Ibérica. Madrid: 134, nº 152 = HEp 3 (1993), 149 = A. González Cordero (2001): 150, nº 56.


Estela funeraria con el campo epigráfico rehundido y enmarcado.

Material: granito
Dimensiones: 135 x 50 cm.
Altura media de las letras: 8,5 cm.
Lugar del hallazgo: se ha señalado que podría proceder de la ermita de los Mártires, en Talavera la Vieja, pero no es seguro. Esta inscripción se conoce desde 1762.
Situación actual: en la fachada de una casa, en la calle de la Pasión.

Câesio Tân-
cînî f(ilius) ân(norum) LXX
Agilio et T-
ânĉinus li-
berti (p)âtro-
no îndulg-
entissîmo e-
x testâmen-
to f(aciendum) c(uraverunt) h(ic) s(itus) e(st) s(it) t(ibi) t(erra) l(evis)

«Caesio, hijo de Tancino, de 70 años. Los libertos Agilio y Tancino a su patrono indulgentísimo, en cumplimiento de su testamento, se ocuparon de erigir (esta lápida). Aquí está enterrado. Séate la tierra leve»

Bibliografía: CIL II, 942 (de Hübner, 1871) = CPILC, 661 = A. González Cordero (2001): 151-152, nº 59.

El nombre Caesius suele plantear dudas, pues puede tener un origen romano o indígena (J. M. Vallejo Ruiz: Antroponimia indígena de la Lusitania romana. Vitoria: 243-246). En este caso, parece evidente que se trata de lo segundo. En la provincia de Cáceres abundan los ejemplos: Alcuéscar, Escurial, Plasencia, Robledillo de Trujillo, Trujillo (2) y Villamesías.

Tancinus, o su variante Tanginus, son también nombres muy abundantes en toda la Lusitania, concentrándose casi todos sus testimonios en el área de influencia del pueblo vetón (J. Untermann (1965): 170-171, mapa nº 74). Tanto en su forma masculina como en femenino, ocupa el puesto nº 15 de la frecuencia de los cognomina en Hispania, con más de 89 testimonios, y es el segundo de los nombres indígenas en la misma serie (J. M. Abascal Palazón (1994): Los nombres personales en las inscripciones latinas de Hispania. Murcia: 521-523). Contamos con cerca de cuarenta ejemplos sólo en la provincia de Cáceres.

Hasta el momento, sólo contamos de un ejemplo más con el nombre Agilio en una inscripción de la localidad portuguesa de Condeixa-a-Velha (Coimbra).


Esta otra inscripción se encuentra al lado de la anterior, empotrada en la pared de la misma casa. Es casi imposible distinguir alguna letra legible, ya que la superficie del campo epigráfico está muy deteriorada, después de que durante años haya permanecido cubierta de cal y, por tanto, oculta a la vista de cualquier autor que hubiera podido localizarla. Además, se encuentra dada la vuelta.

Material: granito
Dimensiones: 120 x 56 cm.
Altura media de las letras: 5 cm.

Inédita

A. González Cordero piensa que una de las lecturas de la inscripción de Duelia podía corresponderse con ésta otra, que seguramente él localizó, pero se encontraba tapada. Por eso persistió en el error y no cayó en la cuenta de que las dos lecturas que en su momento hizo J. Ramón y Fernández Oxea correspondían sino a la misma inscripción.

I've just seen a face

Todos alguna vez hemos pensado que nuestra vida es como una película y que, por tanto, necesitaríamos una banda sonora. En estos días de incertidumbre emocional, se me antoja que quizá podría elegir esta canción de los Beatles, no sé si por la letra o seguramente por la música… me parece como si sonara de fondo cuando a veces pienso en dejarlo todo aparcado y recorrer el mundo por una temporada.




I've just seen a face,
I can't forget the time or place
Where we just meet.
She's just the girl for me
And want all the world to see
We've met, mmm-mmm-mmm-m'mmm-mmm.
Had it been another day
I might have looked the other way
And I'd have never been aware.
But as it is I'll dream of her
Tonight, di-di-di-di'n'di.
Falling, yes I am falling,
And she keeps calling
Me back again.
I have never known
The like of this, I've been alone
And I have missed things
And kept out of sight
But other girls were never quite
Like this, da-da-n'da-da'n'da.
Falling, yes I am falling,
And she keeps calling
Me back again.
Falling, yes I am falling,
And she keeps calling
Me back again.
I've just seen a face,
I can't forget the time or place
Where we just meet.
She's just the girl for me
And want all the world to see
We've met, mmm-mmm-mmm-da-da-da.
Falling, yes I am falling,
And she keeps calling
Me back again.
Falling, yes I am falling,
And she keeps calling
Me back again.
Oh, falling, yes I am falling,
And she keeps calling
Me back again.

martes, 26 de agosto de 2008

Massa Solís

Hace unas semanas, los medios de comunicación se hicieron eco de una nueva polémica relacionada con la política cultural de nuestra ciudad. No voy a entrar al trapo, ni quiero señalar culpables ni víctimas, porque como ya he repetido en otros momentos, la intención de este blog no es cargar en discusiones que no llevan a ninguna parte, sino compartir y conversar sobre asuntos que me interesan y de los que me apetece hablar.

Por eso, aprovecho la ocasión para hacer sentir mi más sincera admiración por el que quizá sea el artista cacereño más reconocido internacionalmente. Digo cacereño porque vive en esta ciudad, aunque como todos sabemos, y él se siente bien orgulloso de ello, nació en Miajadas. También he comentado en alguna ocasión que el arte no es objetivo, y lo que a mi me puede parecer fantástico, como es el caso, a otro resultarle indiferente. Pero lo que hay que reconocer de Massa Solís es que sus cuadros se han convertido en iconos identificativos de la ciudad de Cáceres. No sólo porque los encontremos reproducidos en postales y catálogos, sino porque todos esos colores son los que vemos a diario en las calles y monumentos de Cáceres, pero que muy pocos se atreven a expresar.

A continuación, traigo una muestra de sus obras más características, de paisajes y rincones de la parte antigua, tantas veces paseados, y que algunos aún se empeñan en no querer valorar.

Cáceres, Patrimonio de la Humanidad (1997)
Acrílico sobre lienzo (116 x 89 cm.)
Colección del artista

Cáceres
Acrílico sobre lienzo (195 x 130 cm.)
Excmo. Ayuntamiento de Cáceres

Arco de la Estrella y Adarves (2002)
Acrílico sobre lienzo (130 x 97 cm.)
Colección del artista

Plaza Mayor (2005)
Acrílico sobre lienzo (100 x 81 cm.)
Colección del artista

Cáceres (2003)
Acrílico sobre lienzo (73 x 60 cm.)
Colección del artista

Aljibe árabe (Cáceres) (2000)
Acrílico sobre lienzo (100 x 81 cm.)
Caja de Extremadura, Palacio de Mayoralgo

Plaza de San Jorge (1991)
Acrílico sobre lienzo (73 x 60 cm.)
Palacio de la Isla

Adarves de la Estrella (Cáceres) (1991)
Acrílico sobre lienzo (73 x 60 cm.)
Palacio de la Isla

Torre de Bujaco (Cáceres) (1996)
Acrílico sobre lienzo (55 x 46 cm.)
Palacio de la Isla

Cáceres monumental (1989)
Acrílico sobre lienzo (73 x 60 cm.)
Palacio de la Isla

http://www.massasolis.com/

lunes, 25 de agosto de 2008

Los reinos combatientes

Ayer se celebró la ceremonia de clausura de una de las olimpiadas más infames de la Historia, un vergonzoso episodio que tendremos que sumar a lista de despropósitos humanos… y ya van tres: Berlín en 1936, Moscú en 1980 y, en estos quince días, Pekín. Ahora que todo terminó, las aguas vuelven a su cauce, y seguramente pasará bastante tiempo hasta que alguien nos vuelva a hablar de las violaciones de los derechos humanos en China, o conozcamos que continúan las protestas a favor de la independencia del Tíbet.

Ha sido difícil tratar de ignorar las noticias sobre la fastuosidad de los juegos o las medallas conseguidas --incluidas las de los deportistas españoles--; pero como prometí, he intentado mantenerme al margen, al igual que a partir de este momento volveremos a darle la espalda a lo que suceda en China y a los crímenes que allí se sigan cometiendo. Quiero que quede bien claro que mi postura va en contra de un gobierno y no de un pueblo, que no es sino quien sufre la tiranía y la represión; por eso deseo dejar aquí constancia de mi admiración por la civilización china, una de las más antiguas del planeta y cuya dilatada historia es fiel reflejo de su grandeza.


Si hace dos semanas le dediqué una entrada al primer emperador de China, de la dinastía Qin, hoy quería hablar un poco de toda la época que le precede, y que conocemos como los períodos de las «primaveras y los otoños» (722-481 a.C. ) y de los «reinos combatientes» (480-221 a.C.).

Desde finales del siglo XII a.C. a principios del siglo VIII a.C., la China central era un conglomerado de estados feudales vagamente gobernado por la casa real de los Zhou (周), establecida a orillas del río Wei. El señor feudal de la dinastía Zhou dominaba indirectamente hasta 1.770 feudos, cada uno de ellos gobernando por un comandante de guarnición o un miembro de la extensa familia real. En el 770 a.C. la capital de los Zhou, debilitada por las luchas de poder, fue saqueada por los bárbaros. El sistema feudal sobrevivió, aunque los feudos se independizaron progresivamente.


De forma gradual surgieron diversos estados fuertes, especialmente Chu (楚), en el sur, y Jin (晉), en el noroeste. Algo más débiles que éstos, pero lo bastante fuertes como para dirigir sus propios imperios a pequeña escala, eran Qin (秦) y Qi (齊) en el este. De este modo, en el siglo VI a.C. imperaba un equilibrio de fuerzas entre Chu, Jin, Qin y Qi. Había también una liga antihegemónica de estados para contener la creciente influencia de Chu, y potencias medias como Zheng (鄭). Ésta, con un gobierno vigilante y un ejército fuerte, cambió de alianzas catorce veces entre Chu y la liga contraria a Chu con el fin de mejorar su situación. No obstante, puesto que cada potencia requería alianzas con las otras, surgió una especie de sistema que fomentó la integración militar y política de China. Contribuyeron a este proceso el comercio, el crecimiento de las ciudades y la sustitución de las estructuras feudales por una burocracia hasta cierto punto tipificada.

En el siglo V a.C. Chu fue desafiado de nuevo, esta vez por sus vecinos del sur, Wu (吳) y Yue (越國), reino que finalmente salió victorioso. Mientras tanto, las grandes potencias de Jin, Qin y Qi se debilitaron debido a luchas internas de poder. La complejidad de la política china se incrementó todavía más. Al cabo de medio siglo de confusión, surgieron siete potencias mayores y seis menores. El único reino antiguo que sobrevivió a la sacudida fue Chu, que, aun siendo una potencia meridional, había asimilado la cultura septentrional de sus rivales, una parte del proceso de integración que recorría China pese a las fracturas políticas.


Siguió a continuación (del 480 al 221 a.C.) otro ciclo de luchas de poder conocido como el Zhang guo (戰國時代), al que ya nos referimos en la entrada anterior como «el período de los reinos combatientes». Se caracterizó por una falta de armonía progresiva: muchos de los patrones culturales y estructuras burocráticas que caracterizarían China durante los dos milenios siguientes se desarrollaron durante el período de los reinos guerreros. Aquella época generó asimismo una excelente filosofía, como la de Sun Tzu (孫子), autor de El Arte de la guerra (孫子兵法), y la de Xun Zi (荀子), un pensador confuciano que dijo algo así como: «La naturaleza del hombre es el mal, su bondad sólo se adquiere mediante la instrucción». Una frase que bien podría haber salido la boca de Thomas Hobbes, más de veinte siglos después.


miércoles, 20 de agosto de 2008

La Casa de los Ribera

Durante estos tres últimos meses he estado trabajando en el Secretariado de Actividades Culturales de la Universidad, que para quien no lo sepa, se encuentra en el mismo edificio que el Rectorado, es decir, en la también conocida como Casa de los Ribera, en el barrio monumental de Cáceres. Aunque quizá no sea uno de los palacios más atractivos de la parte antigua, ni tampoco posee en la actualidad mayor interés artístico, quería aprovechar la ocasión para hablar un poco del mismo y de la familia que en su día vivió en él.

Hace años era también conocida como la Casa del Sumidero, el mismo nombre que tuvo la plazoleta que se abre frente a su fachada y que actualmente llamamos de los Caldereros. De la primitiva construcción del siglo XV no queda absolutamente nada, aunque podemos suponer que en aquellos tiempos era uno de los palacios más magníficos que se encontraban en el casco antiguo. Su extensión abarcaba terrenos que hoy ocupan el cercano Palacio de Mayoralgo y otras casas y jardines colindantes.


En el siglo XIX fue reformado de los pies a la cabeza, y acaso sólo se conservaron la puerta adovelada y el blasón de los Ribera. Otras reformas posteriores, sobre todo la última, alteraron por completo tanto su interior, adaptado a las necesidades funcionales que requiere un edificio de oficinas, como la fachada, con una simetría de vanos y un acabado latericio que antes nunca tuvo. Estas ventanas de nueva factura son adinteladas, alternándose unas más grandes, sobre las que se abren arcos ciegos de descarga, y otras pequeñas, enmarcadas por sillares de granito. Los ventanales de la parte baja siguen una distribución más irregular.

El patio quedó reducido a un exiguo jardín, en el que todavía se conserva el pozo. Al lado, se abre una galería que comunica con las escaleras que conducen al piso superior. En este espacio las paredes están decoradas con un curioso panel de azulejos, en el que se representa alegóricamente la relación entre Extremadura y América a través del Descubrimiento y la Conquista.


El responsable de esta última remodelación fue el arquitecto Dionisio Hernández Gil, quien antes también había trabajado en la rehabilitación del Convento de San Juan de Dios en Mérida, que es la actual sede de la Asamblea de Extremadura, y en el Convento de San Benito, en Alcántara. Antes de que el edificio pasase a la Universidad, en él estuvo el Colegio Sagrado Corazón de Jesús.

Y tras haber hablado del palacio, ahora nos referiremos al linaje que en su momento lo habitó. El progenitor de los Ribera cacereños fue Alfón de Ribera «el Doncel», hijo del adelantado de Andalucía, don Perafrán de Ribera. En la época de las banderías era alcaide de los castillos de Azagala y Alburquerque, y encontró la muerte a la salida de Sevilla en 1443, cuando fue sorprendido por un grupo de partidarios de los Infantes de Aragón. Según Publio Hurtado, la casa de este don Alfón de Ribera se encontraba en la colación de San Juan, por lo que no fueron sino sus descendientes quienes se asentaron en el solar que ahora nos ocupa. Contrajo matrimonio en dos ocasiones. Su primera esposa fue Catalina de Ulloa, hija de Arias García de Ulloa «el Caballero» y de María Ximénez, señora de la Torre de la Higuera. La tal doña Catalina llevó esta propiedad en dote a su matrimonio, que más tarde heredaría su única hija, María de Ribera y Ulloa (n. 1493).


Blasón de los Ribera: «En campo de oro, tres franjas de sinople».

Don Alfón de Ribera se casó después con Teresa Álvarez de Valdivieso, hija de Alvar García de Cáceres, señor de Espadero, y de Ximena Álvarez de Valdivieso. En esta ocasión, tendría seis hijos, dos de ellos varones: Álvaro y Alonso de Ribera. El señorío de la Torre de la Higuera, asentado en los alrededores de Malpartida de Cáceres, pasó entonces de una rama de la familia a otra cuando María de Ribera se lo cambió a su medio hermano Alfonso por unas tierras que éste tenía en Sevilla.

Torre de la Higuera, a la salida de Malpartida, pasado el cruce de Arroyo en dirección a Aliseda.


Estos dos hermanos, Álvaro y Alonso, fueron quienes fundaron sendos mayorazgos y los dos linajes con el apellido Ribera que se conocieron en Cáceres, que tras unos cuantos matrimonios acabarían extinguiéndose en las ramas del Vizconde de Peñaparda y de don Rodrigo de Ovando. La casa de Alonso de Ribera se corresponde con la que aquí estamos tratando, mientras que la de su hermano Álvaro estaría situada muy cerca, en la esquina de la cuesta de Aldana que conduce a la Plaza de San Jorge, en el edificio que hoy día es propiedad de los Hermanos de la Cruz Blanca.

De las distintas ramas de los Ribera destacaron algunos de sus miembros, que a continuación pasamos a enumerar:

El primero digno mención es Diego de Ribera, que fue aposentador del rey Enrique IV de Castilla y en 1456, corregidor de la villa de Cáceres.

Don Francisco de Ribera y Ovando, hijo del citado Álvaro de Ribera, fundador de uno de los mayorazgos; que fue caballero de Alcántara e inquisidor de la Suprema, y llegó a obispo de Segovia (1586-1587).

Alonso de Ribera († 1604), procurador general de la villa en 1602, casado en segundas nupcias con su prima hermana Catalina de Andrade, con la que tuvo tres hijos: Rodrigo de Chaves Ribera (n. 1596), Jerónimo de Andrade (n. 1598) y Clara de Ribera Cáceres y Andrade († 1687), que se casó con su pariente Álvaro de Ribera (1598-1661), hijo de Alonso Antonio de Ribera «el Viejo» (1566-1629) y de Mencía de Paredes Ulloa.

El doctor Enrique de Ribera, médico y fundador en 1536 de una obra pía que administraba el cura de Santa María. En esta misma iglesia se encuentra su sepulcro, justo en la pared que hay frente a la puerta principal. Fue labrado en el año 1538 por el cantero portugués Héctor Hernández, y en él aparecen tres escudos del linaje de los Ribera. También se puede leer en dos cartelas: S· DEL DO/TOR RIBERA y Q· SEA EN / GLORIA. Según Tomás Pulido, lo más probable es que este doctor Ribera, sobre el que existen bastantes noticias documentales, no tuviese ninguna relación con la familia cacereña de los Ribera, sino que era natural de Salamanca.

Sepulcro del Dr. Ribera en la concatedral de Santa María.

Escudo del Dr. Ribera en el balcón de la Torre de Bujaco.

Juan de Ribera Gámez, fue familiar del Santo Oficio y Guarda Mayor de Campo, título que heredó su hijo Juan de Ribera Mostazo, quien además fue procurador del común y contador del número y de cuentas y particiones de la villa, y depositario de la Santa Cruzada.

D. Diego José de Ribera, abogado de los Reales Consejos en 1766.

Doña Clara de Ribera, señora muy acaudalada, fundadora de mayorazgos, de siete memorias de misas en Santa María y hasta cincuenta y dos aniversarios.

D. Diego Ribera, beneficiado propio de la parroquia de San Mateo en 1752.

Y, por último, tres con el mismo nombre de Francisco de Ribera: uno que fue contador de número de la villa en 1780, otro contador de yerbas en 1830, y el tercero, de profesión chocolatero, pero que fue regidor del Ayuntamiento en 1832.

Por lo que podemos ver, con el paso de los siglos, la condición social de los Ribera cacereños fue disminuyendo a la par que su patrimonio, lo que no quiere decir que a mediados del XIX algunos de sus miembros estuviesen todavía muy bien posicionados.

Bibliografía:
- Pedro de Ulloa Golfín: Memorial de Ulloa. Madrid: Francisco Sanz, 1675. Ff. 18-20, 57v y 61v-62.
- Publio Hurtado: Ayuntamiento y familias cacerenses. Cáceres: [s.n.], [1918] (Tip. Luciano Jiménez Merino). Págs. 717-718.
- José Miguel Lodo de Mayoralgo: Viejos linajes de Cáceres. Cáceres: Caja de Ahorros y Monte de Piedad, 1971. Págs. 241-244.
- Tomás Pulido y Pulido: Datos para la Historia Artística Cacereña. Cáceres: Institución Cultural «El Brocense», 1980. Págs. 120 y 218-219.
- Fernando González-Doria: Diccionario heráldico y nobiliario de los reinos de España. Madrid: Bitácora, 1987. Pág. 719.
- Antonio Bueno Flores: Cáceres: conjunto monumental. Madrid: García-Plata, 1990. Págs. 29-30.
- Florencio-Javier García Mogollón: Los monumentos religiosos de Cáceres, Ciudad Patrimonio de la Humanidad. Cáceres: Excmo. Ayto. de Cáceres, 2005. Pág. 28.
- Francisco Acedo: «La mole reformada», El Periódico Extremadura, 14 de agosto de 2005.
- Antonio Bueno Flores: Cáceres: historia escrita en piedra. Bajadoz: Asamblea de Extremadura, 2006. Pág. 38.
- Francisco Acedo: «El reino de las cigüeñas», El Periódico Extremadura, 18 de febrero de 2007.

lunes, 18 de agosto de 2008

Santa Elena, patrona de los arqueólogos

Hoy 18 de agosto, aparte de ser el santo de mi hermana, los profesionales de la arqueología celebran la festividad de su patrona, Santa Elena. Aunque, si digo la verdad, no creo que a estas alturas queden muchos arqueólogos creyentes, y ni mucho menos católicos, salvo algunos eminentes especialistas en Arqueología Bíblica, que por lo general suelen ser sacerdotes y frailes franciscanos.

¿Por qué digo que Santa Elena es la patrona de los arqueólogos? Pues porque la madre del emperador Constantino fue la primera que planificó una excavación en Tierra Santa, concretamente en el Monte Calvario, donde buscaba los restos de la cruz donde fue crucificado Jesucristo. Copio del santoral su biografía, que de vez en cuando no viene mal tomar ejemplo de aquellos que fueron dechado de virtudes, más aún si se dedicaron a esta profesión.

Icono medieval que representa al emperador Constantino en compañía de su madre.

En un mesón propiedad de sus padres en Daprasano (Nicomedia) nació pobre en el seno de una familia pagana. Allí pudo, en su juventud, contemplar los efectos de las persecuciones mandadas desde Roma: vió a los cristianos que eran tomados presos y metidos en las cárceles de donde salían para ser atormentados cruelmente, quemados vivos o arrojados a las fieras. Nunca lo entendió; ella conocía a algunos de ellos y alguna de las cristianas muertas fueron de sus amigas ¿qué mal hacían para merecer la muerte? A su entender, sólo podía asegurar que eran personas excelentes.

San Ambrosio, que vivió en época inmediatamente posterior, la describe como una mujer privilegiada en dones naturales y en nobleza de corazón. Y así debía ser cuando se enamoró de ella Constancio, el que lleva el sobrenombre de Cloro por el color pálido de su tez, general valeroso y prefecto del pretorio durante Maximiano. Tenía Elena 23 años al contraer matrimonio. En Naïsus (Dardania) les nació, el 27 de febrero del 274, el hijo que llegaría a ser César de Maximiano como Galerio lo fue de Diocleciano.

Pero no todo fueron alegrías. Elena fue repudiada por motivos políticos en el 292 para poder casarse Constancio con la hijastra de Maximiano y llegar a establecer así el parentesco imprescindible entre los miembros de la tetrarquía. Le costó mucho saberse pospuesta al deseo de poder de su marido, pero esto lo aceptó mejor que el hecho de verse separada de su hijo Constantino que pasó a educarse en el palacio junto a su padre y donde se reveló como un fantástico organizador y estratega.

Muerto Constancio Cloro en el 306, Constantino decide llevarse a su madre a vivir con él a la corte de Tréveris. En esta época aún no hay certeza histórica de que su madre fuera cristiana. Sí, cuando --por testimonio de Eusebio de Cesarea-- aparezca sobre el sol el signo de la cruz con motivo de la batalla de Saxa Rubra y la leyenda «con este signo vencerás» que dio el triunfo a Constantino y lo hizo único emperador de Roma, en el 312.

Aunque el emperador retrasará su bautismo hasta la misma muerte, es complaciente con la condición de cristiana que tiene su madre que daba sonados ejemplos de humildad y caridad. Incluso parece descubrirse la influencia materna tras el Edicto de Milán que prohibía la persecución de los cristianos y los edictos posteriores que terminan vetando el culto a los dioses lares. Agasaja a su madre haciéndola augusta, acuña monedas con su efigie y le facilita levantar iglesias.

Follis de la emperatriz Elena (2,7 gr. / 18-20 mm.). Anverso: FL(avia) HELENA AVGVSTA. Reverso: SECVRITAS REIPVBLIC(a)E. Exergo: S(acra) M(oneta)
K(yzicus) A ·
(RIC VII 39; Cayón 7; Cohen 12)

En el 326 Elena está con su hijo en Bizancio, a orillas del Bósforo. Aunque se aproxima ya a los setenta años alienta en su espíritu un deseo altamente repensado y nunca confesado, pero que cada día crece y toma fuerza en su alma; anhela ver, tocar, palpar y venerar el sagrado leño donde Cristo entregó su vida por todos los hombres. Organiza un viaje a los Santos Lugares en cuyo relato se mezclan todos los elementos imaginables pertenecientes al mundo de la fábula por tratarse del desplazamiento de la primera dama del Imperio a los humildes a lejanos lugares donde nació, vivió, sufrió y resucitó el Redentor. Pero aparte de todo lo que de fantástico pueda haber en los relatos, fuentes suficientemente atendibles como Crisóstomo, Ambrosio, Paulino de Nola y Sulpicio Severo refieren que se dedicó a una afanosa búsqueda de la Santa Cruz con resultados negativos entre los cristianos que no saben dar respuesta satisfactoria a sus pesquisas. Sintiéndose frustrada, pasa a indagar entre los judíos hasta encontrar a un tal Judas que le revela el secreto rigurosamente guardado entre una facción de ellos que, para privar a los cristianos de su símbolo, decidieron arrojar a un pozo las tres cruces del Calvario y lo cegaron luego con tierra.

Las excavaciones resultaron con éxito. Aparecieron las tres cruces con gran júbilo de Elena. Sacadas a la luz, sólo resta ahora la grave dificultad de llegar a determinar aquella en la que estuvo clavado Jesús. Relatan que el obispo Demetrio tuvo la idea de organizar una procesión solemne, con toda la veneración que el asunto requería, rezando plegarias y cantando salmodias, para poner sobre las cruces descubiertas el cuerpo de una cristiana moribunda por si Dios quisiera mostrar la Vera Cruz. El milagro se produjo al ser colocada en sus parihuelas sobre la tercera de las cruces la pobre enferma que recuperó milagrosamente la salud.

Tres partes mandó hacer Elena de la Cruz. Una se trasladó a Constantinopla, otra quedó en Jerusalén y la tercera llegó a Roma, donde se conserva y venera en la iglesia de la Santa Cruz de Jerusalén.

No han faltado autores que atribuyan a la fábula el hecho de la invención por Elena basándose principalmente en que no hay noticia expresa de tamaño acontecimiento hasta un siglo después. Ciertamente es así, pero lo resuelven otros estudiosos afirmando que la fuente histórica que relata los acontecimientos es el historiador contemporáneo Eusebio de Cesarea al que en su Vita Constantini sólo le interesan los acontecimientos realizados por Constantino, bien porque sigue los cánones de la historia contemporánea, o quizá porque sólo le interesa adular a su anfitrión.

Murió Elena sin que sepamos el sitio ni la fecha. Su hijo Constantino dispuso trasladar sus restos con gran solemnidad a la Ciudad Eterna y parte de ellos se conservan en la iglesia Ara Coeli, dedicada a Santa Elena, la mujer que dejó testimonio tangible y visible en unos maderos del paso salvador por la tierra de Jesús, el Hijo de Dios encarnado.

domingo, 17 de agosto de 2008

Ataque preventivo de la URSS

Con esto del conflicto en Osetia del Sur, me han venido a la memoria algunos recuerdos de mi infancia, de otros tiempos en que todavía se hablaba de guerra fría, cuando Berlín era una ciudad separada en dos por un muro y los niños de aquel entonces jugábamos con unos muñecos que se llamaban los GiJOE. Con el paso de los años, a medida que iba teniendo conciencia de en qué mundo vivía, comprendí que estos soldados de elite no eran más que una banda de mercenarios a sueldo de los EE UU, y que sus enemigos del Comando Cobra guardaban un sospechoso parecido con los soviéticos, porque tenían su cuartel general en un país donde siempre hacía frío y estaba nevado, y por el acento que les pusieron en la serie de televisión.



Durante esta semana, nos hemos vuelto a llevar las manos a la cabeza cuando hemos visto a los blindados rusos invadir Georgia y a los cazas bombardear Tbilisi, la capital. ¡Un país que dentro de nada va a formar parte de la OTAN…! Parece ser que después de veinte años, el antagonismo imperialista entre las dos potencias continúa vigente. Lo vimos en los Balcanes, y ahora en el Cáucaso. Como opinaban los antiguos griegos, puede que la Historia sea cíclica, o como yo pienso: hay cosas que nunca cambian.


No, no, no, no,
No, no es posible
Se ha averiado mi respuesta flexible
Y ahora el bus, se ha vuelto loco
y no me quiere llevar al Orinoco

¿Qué harías tú en un ataque preventivo de la URSS?
¿Qué harías tú en un ataque preventivo de la URSS?
¿Qué harías tú en un ataque preventivo de la URSS?
¡No sé!

No, no, no, no,
No tengo novia
Y no me mola el pacto de Varsovia
Ese señor me tiene gato
y no me mola el tratado de la NATO.

¿Qué harías tú en un ataque preventivo de la URSS?
¿Qué harías tú en un ataque preventivo de la URSS?
¿Qué harías tú en un ataque preventivo de la URSS?
¡No sé!

No, no, no, no,
No, no es posible
lanzar un Yakovlev ocho con misiles
y ahora el bus se ha vuelto loco
y no me quiere llevar al Orinoco.
¿Qué harías tú en un ataque preventivo de la URSS?
¿Qué harías tú en un ataque preventivo de la URSS?

(Polanski y el ardor, 1983)



P.S.: Por aquel entonces, tampoco se esmeraban mucho al escribir la letra de las canciones.

sábado, 16 de agosto de 2008

La Iberia del Cáucaso

Estos días atrás hemos vuelto a asistir atónitos al estallido de una nueva guerra. Entre la incredulidad y la indiferencia, desayunamos cada mañana con los partes que nos anuncian el avance implacable de los blindados rusos y la retirada de las tropas georgianas de Osetia del Sur. El «polvorín del Cáucaso» vuelve a estar de actualidad, y no precisamente por nada bueno.

Aprovechando la ocasión que me brinda esta tragedia, quería comentar algo que seguramente muy poca gente conoce. Lo que hoy día es Georgia en otros tiempos se llamó Iberia, al igual que nuestra península. Por lo menos, ese mismo nombre fue el que le dieron los griegos a dos regiones tan remotamente distantes. Así lo cuenta Estrabón en su Geografía (II, 5; XI, 3). Y aunque en principio pudiéramos pensar que no se trata más que de una casualidad, algunos estudiosos sostienen que esta mutua denominación se debe a que en algún momento de la antigüedad ciertas tribus del Cáucaso migraron a la Península Ibérica. Otros van más allá, y aseguran que existen evidentes similitudes entre el vascuence y algunos dialectos que todavía se hablan en la región del Cáucaso. Si como parece ser, el vasco deriva del antiguo idioma ibérico, cuya escritura aún no ha podido ser descifrada, tampoco sería muy descabellado pensar que el origen del Rh negativo de algunos se encuentra en las altas cumbres del Cáucaso.


Históricamente se suele identificar con el nombre de Iberia al antiguo reino de Kartli (en georgiano იბერია). Su origen se puede rastrear en las décadas que siguieron a la descomposición del imperio de Alejandro Magno, cuando por toda Asia Central, incluido el Cáucaso, surgen multitud de reinos y estados independientes. Iberia y el vecino reino de Cólquida fueron las primeras naciones de la región en adoptar el cristianismo, en el 317 y 523 respectivamente. Estos reinos tuvieron que hacer frente a la presión de bizantinos y persas, hasta que finalmente sucumbieron al empuje de los árabes. En el siglo XI, los antiguos estados feudales se unieron en el reino de Georgia (საქართველო), logrando mantener intermitentemente la independencia del país, unas veces frente a los mongoles, los turcos o los rusos, hasta hoy día, cuando la antigua Iberia vuelve a ser objeto de la codicia imperialista de unos y otros.


Fuentes:
- Domínguez Monedero, Adolfo J.: «Los términos “Iberia” e “íberos” en las fuentes grecolatinas: estudio acerca de su origen y ámbito de aplicación» , Lucentum, nº 2, 1983, págs. 203-224.
- Braund, David: Georgia in Antiquity: A History of Colchis and Transcaucasian Iberia, 550 BC - AD 562. Oxford: Clarendon Press, 1994.
- Dmitriev, Vladimir: La otra Iberia: etnografía del Cáucaso occidental y central. Valencia: Diputación de Valencia, 2004.

viernes, 15 de agosto de 2008

Nuestros aliados ingleses

Copio el siguiente artículo de Arturo Pérez-Reverte, de su columna de los domingos en El Semanal. Es de hace casi un mes, pero da igual. Como siempre, tenemos ocasión de disfrutar con una lección magistral de Historia, mientras el académico de la lengua aprovecha además para hacer amigos.

Esta semana que viene toca de nuevo conmemorar batallita. Y no se trata de una cualquiera: en Bailén, el 19 de julio de 1808, dos meses y medio después del 2 de Mayo, a las águilas de Bonaparte les hicieron cagar las plumas. Por primera vez en la historia de Europa, un ejército napoleónico tuvo que rendirse después de un partido de infarto, en el que nuestra selección nacional –tropas regulares, paisanos armados y guerrilleros– aguantó admirablemente los dos tiempos y la prórroga. También es verdad que fue la única vez que ganamos la copa, pues luego los franceses nos dieron siempre las del pulpo; o ganamos, cuando lo hicimos, con ayuda de las tropas inglesas que operaban en la Península. Si algo demostramos los españoles durante toda la campaña fue que para la insurrección y el dar por saco éramos unos superdotados, pero que a la hora de ponernos de acuerdo y combatir organizados no había quien nos conciliara. Paradojas de la guerra: por eso los gabachos nunca pudieron ganar. Acostumbrados a que alemanes o austriacos, por ejemplo, después de derrotados en el campo de batalla, se pusieran a sus órdenes con la policía y todo, preguntando muy serios a quién había que meter en la cárcel por antifrancés, no comprendían que los españoles, derrotados un día sí y otro también, no terminaran de rendirse nunca; y encima, en los ratos de calma, se incordiaran y mataran entre ellos mismos.


Al hilo de todo esto, un historiador británico se lamentaba hace poco de que aquí conmemoremos el bicentenario de aquella guerra con poco agradecimiento al papel que las tropas inglesas tuvieron en ella; ya que fueron éstas las que proporcionaron ejércitos disciplinados y coordinaron, con Wellington, las más decisivas operaciones. Y tiene razón ese historiador. En batallas y asedios, Bailén y los sitios aparte, la contribución británica fue decisiva. Lo que pasa es que de ahí a que los españoles deban agradecerlo, media un trecho. En primer lugar, los ingleses no desembarcaron para ayudarnos a sacudir el yugo francés, sino para establecer aquí una zona de continuo desgaste militar para su enemigo continental. Además, y salvo ilustres excepciones, su desprecio y arrogancia ante el pueblo español que se sacrificaba en la lucha fueron constantes, compartidos por la mayor parte de los historiadores británicos de entonces y de ahora. Por último, las tropas inglesas en suelo español se comportaron, a menudo, más como enemigas que como aliadas, cebándose en la población civil. Eso, manifestado ya durante la desastrosa retirada del general Moore en La Coruña, se evidenció en los saqueos de Ciudad Rodrigo, Badajoz y San Sebastián.


Y no hablo de trincar unas monedas y un par de candelabros. Historiadores españoles contemporáneos como Toreno y Muñoz Maldonado, por aquello de la delicadeza entre aliados, pasan por el asunto de puntillas; pero los mismos ingleses –Napier, Hamilton, Southey– lo cuentan con detalle. Sin olvidar la memoria local de los lugares afectados, donde todavía recuerdan los tristes días de la liberación británica. En Ciudad Rodrigo, por ejemplo, la toma de la ciudad a los franceses fue seguida de una borrachera colectiva –extraño, tratándose de ingleses–, asesinatos, saqueo de las casas de quienes salían a recibir alborozados a los libertadores, y violación de todas las señoras disponibles. Wellington atribuyó los excesos a que era la primera vez que sus tropas liberaban una ciudad española, y estaban poco acostumbradas; pero la cosa se repitió, aún peor, en la toma de Badajoz, donde 10.000 ingleses borrachos saquearon, violaron y mataron españoles durante dos días y dos noches, y culminó en San Sebastián, donde al retirarse los franceses y salir los vecinos a recibir a los libertadores, éstos se entregaron a una orgía de violencia, saqueos y violaciones masivas que no respetó a nadie. Luego vino el incendio de la ciudad: de 600 casas, de las que sólo 60 habían sido destruidas durante el asedio, quedaron 40 en pie. Habría sido ahí muy útil la feroz disciplina que, más tarde, Wellington impuso a las tropas que lo acompañaron en la invasión de Francia, cuando fusilaba sin contemplaciones a todo español que cometía algún exceso como revancha contra los franceses.

Puestos a eso, la verdad, simpatizo un pelín más con los gabachos. Al menos ellos saqueaban, mataban y violaban porque eran enemigos, tomando al asalto ciudades donde hasta los niños te endiñaban un navajazo. Los súbditos de Su Graciosa son harina de otro costal: iban a lo suyo y los españoles les importaban un carajo. Así que, en lo que a mí se refiere, que a Wellington y las tropas inglesas los homenajee en Londres su puta madre.

13 de julio de 2008

jueves, 14 de agosto de 2008

La matanza de Badajoz

Un año más nos toca conmemorar una fecha de amargo recuerdo. Al amanecer del 14 de agosto de 1936, los legionarios y regulares moros al mando del teniente coronel Yagüe había ido tomando posiciones alrededor de las murallas de Badajoz, y aguardaban el momento para lanzarse al asalto definitivo. Poco después del mediodía, y tras vencer la escasa resistencia que pudieron oponer unos milicianos con escopetas en compañía de otros pocos militares leales y guardias de asalto (el resto fueron enviados a Madrid o habían desertado), los soldados del ejército africano se abrieron paso por las calles de la ciudad a golpe de bayoneta, fusilando sin contemplaciones a todo aquel que intentara escapar o fuera delatado por una marca en el pecho, señal inequívoca de que también había empuñado un fusil.

Además, se sucedieron los saqueos y los atentados contra la propiedad, de los que no se libraron ni siquiera aquellos que apoyaban en secreto el golpe militar y habían recibido con júbilo la llegada de este ejército salvador. Y es que los moros y legionarios estaban acostumbrados a un tipo de guerra que, hasta el momento, no se estilaba en el continente: en las academias militares europeas todavía se enseñaba a matar soldados, pero a nadie se le ocurría meterse con la población civil. En Marruecos las cosas eran bien distintas: aparte de cargarse al cabileño de turno, se le arrancaba la cabeza y, si había ocasión, se le prendía fuego a su casa, se violaba a su mujer y a sus hijas, y uno arramblaba con todo lo de valor que encontrase.


Pero lo peor en Badajoz llegó después. Al caer la tarde y durante los días siguientes, se sucedieron las detenciones y las ejecuciones en masa. No entraré en detalles, ni sobre el lugar donde se cometieron estos crímenes, ni acerca del número definitivo de víctimas, para así evitar discusiones sempiternas que ya adornan otros foros. Que los fusilamientos se practicaran aquí o allá, o que tengamos que contar mil muertos más o mil muertos menos, no le quita gravedad al asunto.

A las nueve y media de la mañana del día 15, llegaban al paso fronterizo de Caya tres periodistas, un portugués y dos franceses: Mário Neves, del Diário de Lisboa, Marcel Dany, representante de la Agencia Havas en Lisboa, y Jacques Berthet, corresponsal de Temps. Ellos fueron los primeros en contarle al mundo lo que había sucedido aquel 14 de agosto en Badajoz. Especial relevancia merecen las crónicas de Mário Neves, que serían prohibidas por la censura portuguesa. Dos días después, también llegaron a Badajoz procedentes de Sevilla, los franceses Jean d’Esme, de L’intransigeant, y René Brut, fotógrafo de la Pathé Newsreels, al que debemos las únicas imágenes que existen de las víctimas de las matanzas, que fueron salvadas milagrosamente a pesar de que las autoridades golpistas se las requisaron. Finalmente, hay que mencionar al portugués Mario Pires, que tuvo que ser internado en un psiquiátrico después de lo que vio en Badajoz, y a los norteamericanos Jay Allen, corresponsal del Chicago Tribune y del London News Chronicle, y John T. Whitaker, del New York Herald Tribune, autores de algunos de los artículos y entrevistas que más influyeron posteriormente, y que sirvieron como punto de partida para crear la denominada Leyenda de Badajoz.


Como podéis suponer, las crónicas de los corresponsales extranjeros, así como las experiencias que tuvieron que soportar, es uno de los aspectos que más me interesan en relación con este momento trágico de nuestra historia. Con más tiempo y en próximas entradas, procuraré reconstruir el relato de todos ellos, que al fin y al cabo no es más que el relato de nuestra propia historia.

miércoles, 13 de agosto de 2008

El cambio climático

A estas alturas de la película, todavía no sé si creerme eso de que la temperatura media de la Tierra está aumentando debido al efecto invernadero y como consecuencia de la negligencia humana. A mi me parece más bien lo contrario, que los veranos son cada vez más suaves, por lo menos desde hace tres años para acá y en esta región en donde no me queda más remedio que pasarlos (pues desde entonces no he visitado la playa). No sé si se estará deshaciendo el Polo Norte, como dicen, porque últimamente no he estado por allí para verlo, aunque ya me gustaría que me invitaran a un viajecito por aquellas latitudes, y así de paso comprobar que tal anda el hábitat de las focas y los osos polares.


No quiero decir, ni mucho menos, que la contaminación ni demás marranadas atribuibles a nuestra especie no incidan de manera directa y dramática sobre la naturaleza. Eso no hay más que verlo. Váyanse a un sitio donde tengan una refinería o una petroquímica cerca, verán como está el aire, el suelo, las plantas… y, lo peor de todo, cómo está la gente: con mil problemas respiratorios, cáncer de una cosa y de la otra… en resumen, que quien vive cerca suele estar jodido, pero bien jodido.


Ahora, lo del cambio climático no me acaba de convencer. En primer lugar, porque aunque no lo parezca, no todos los científicos están de acuerdo con estas teorías, y más de uno discrepa. Pero ya se encargan los medios de comunicación, tan interesados en sembrar el miedo, en que estos señores no se hagan notar demasiado. Incluso, hay quien defiende que se nos avecina una glaciación en toda regla, y no un aumento de la temperatura media en el planeta, que de todas maneras sería hasta más deseable. Puede que estos científicos estén en nómina de las grandes multinacionales del petróleo y la energía; seguramente, pero por ahora no todo el mundo piensa de la misma manera, y eso es bueno.

Por otra parte, tampoco me puedo fiar mucho de los gurús del calentamiento global, cuando leo noticias como esta: «Al Gore amplía su compromiso con el medio ambiente comprándose un yate». O cuando quienes nos gobiernan, adalides de las teorías del cambio climático y, por ende, defensores a ultranza de la madre tierra, no sienten la menor vergüenza por apoyar también la construcción de una refinería aquí, en la provincia de al lado.


Por último, me pregunto cómo pueden estar tan seguros de que el clima realmente está cambiando, si acaso no cuentan con más de cincuenta años desde que se llevan haciendo mediciones todos los días y en todos los lugares del planeta ¿Eso es suficiente para comparar? Cambios climáticos los ha habido siempre, o si no que se lo pregunten a nuestros antepasados cro-magnones, que les tocó patearse la última glaciación. O a aquellos que vivieron en el siglo XVII, una época mala en cuanto a sequías y olas de calor, que traían consigo malas cosechas, hambre y enfermedades. Es verdad que hay días en que nos asamos de calor, pero es lo que tiene el verano… y los que aún nos esperan, y esperamos disfrutar. Aquí se hace realidad el refrán castellano de que «nunca llueve a gusto del consumidor».

En más de una ocasión, hablando con personas de cierta edad, han coincidido en contarme que el día de toda su vida que recuerden que hizo más calor fue, curiosamente, el 18 de julio de 1936. Aunque puede que este día la temperatura no subiese precisamente por la acción de los rayos del sol. Pero por lo menos sabemos que hace más de setenta años también se achicharraban, lo que sucede es que entonces no había ni aire acondicionado ni seguramente a nadie le daba por anotar las temperaturas.


Bueno, esto no es del todo cierto, porque siempre podemos encontrar a alguien con más capacidad de observación que el resto, al que le gustara dejar constancia escrita de cosas aparentemente irrelevantes, pero que quizá años después nos pudieran interesar. En el manuscrito de Juan Sanguino, titulado Notas referentes a Cáceres, cuyo segundo volumen aún permanece inédito en las estanterías del Museo Provincial, encontramos las siguientes anotaciones:

168. Días de gran calor.
En este año de 1918, desde el 14 de agosto, y por más de una semana, señaló el termómetro en Cáceres 40º o más y el día 20 llegó a 43º,2 como en 1913.

172. Calor anticipado. Año 1919.
A mediados de junio tuvimos en Cáceres hasta 37º y el día 24 llegó a 40º, más finalizó el mes, y comenzó el siguiente, con un descenso grande en que hubo que abrigarse.

(J. Sanguino Michel: Notas referentes a Cáceres. Segundo volumen inédito, ff. 49r y 53r).


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domingo, 10 de agosto de 2008

Cumpleaños feliz

Hoy es el cumpleaños de Cecilia. Pero daría igual que no lo fuera, porque siempre he pensado que por ella no pasa el tiempo. ¿Será porque no utiliza reloj? Cada vez que estamos juntos, sigo viendo a la misma niña rubia que conocí al empezar la carrera. La más bonita de la clase. Entonces me acompañaba la suerte. Ahora sólo cuento con su compañía, y lo único que espero algún día es poder compartir amaneceres… con ella, aunque siga pareciendo más joven que yo.


Siempre he pensado que la canción de Fito Paez estaba escrita a propósito, para que algún día yo se la dedicara a mi Cecilia. Algunas frases, que no desvelaré, me parece que describen la realidad. Pero como no llegará el día en que aprenda a cantar, prefiero que la escuchemos por boca de su autor.




Cecilia dice siempre lo que piensa
y casi nunca piensa como yo,
si tengo hambre busca en la despensa
y me guisa unos besos con arroz.
Cecilia duerme bien acompañada
porque a menudo la acompaño yo,
cuando se harta de estar enamorada
le regalo un vestido y un amor,
mi gozo, mi veneno, mi pasión.

Cecilia tiene algunas fantasías
y algunas fantasías tengo yo,
le cambio las suyas por las mías
y se hacen realidad entre los dos.
Cecilia sabe tanto de mi vida
porque ha vivido tanto como yo,
cada sábado bronca y despedida,
cada domingo reconciliación.
Me gusta hablar con ella sin hablar...

Tengo una novia
de buena familia
con filias y fobias,
cristal y vereda.
Tengo en mi cama
una Venus en llamas,
una duda desnuda,
una mina de seda.
Pupele mía,
rayito de sombra,
gatito de alfombra,
Palermo y Gran Vía.
Mi sueño, mi vigilia,
mi adicción... Cecilia.

Cecilia busca amores imposibles,
por eso fue posible nuestro amor,
Cecilia, tan altiva y tan sensible,
tan diva y tan de nadie como yo.
Mi gozo, mi veneno,
mi pasión...

Tengo una novia
de buena familia
con fobias y filias,
cristal y vereda.
Tengo en mi cama
una Venus en llamas,
una duda desnuda,
una mina de seda.
Pupele mía,
rayito de sombra,
gatito de alfombra,
Palermo y Gran Vía.
Mi sueño, mi vigilia,
mi adicción... Cecilia.
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