miércoles, 11 de febrero de 2009

Castilla

Llevo varias semanas sin publicar ninguna entrada, pero no será porque no encuentre motivos sobre qué escribir, sino por ausencia de tiempo, ese bien tan preciado que se nos escurre como arena entre los dedos. Retomando la rutina, se me antoja poner aquí el magnífico romance que Manuel Machado le dedicara al Cid Campeador, poema que tuvimos ocasión de comentar la semana pasada en el Club de Lectura.


El ciego sol se estrella
en las duras aristas de las armas;
llaga de luz los petos y espaldares
y flamea en las puntas de las lanzas.
El ciego sol, la sed y la fatiga
por la terrible estepa castellana,

al destierro, con doce de los suyos
--polvo, sudor y hierro-- el Cid cabalga.
Nadie responde... Al pomo de la espada
y al cuento de la picas el postigo
va a ceder. ¡Quema el sol, el aire abrasa!

A los terribles golpes
de eco ronco, una voz pura, de plata
y de cristal, responde... Hay una niña
muy débil y muy blanca
en el umbral. Es toda
ojos azules y en los ojos, lágrimas.
Oro pálido nimba
su carita curiosa y asustada.

«Buen Cid, pasad. El rey nos dará muerte,
arruinará la casa
y sembrará de sal el pobre campo
que mi padre trabaja...
Idos. El cielo os colme de venturas...
¡En nuestro mal, oh Cid, no ganáis nada!»

Calla la niña y llora sin gemido...
Un sollozo infantil cruza la escuadra
de fieros guerreros.
Y una voz inflexible grita: «¡En marcha!»
El ciego sol, la sed y la fatiga...
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
--polvo, sudor y hierro-- el Cid cabalga.

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