¡Oh, Cáceres vetusto! En la sedante calma
de tus calles obscuras, estrechas, tortuosas,
hay un efluvio manso que llega a nuestra alma
y nos habla, apacible, del alma de las cosas.
Junto a rancios adarves, ruinosos, desiguales,
hay palacios silentes, orlados de blasones,
con bellos ajimeces, con arcos ojivales,
artísticas portadas y esbeltos torreones.
¡Oh, Cáceres antiguo! Tú tienes el encanto
de lo grande y sublime, de lo bello y lo santo.
Tú tienes la poesía que encierra un madrigal;
y al recorrer tus calles evocando el pasado,
nuestro espíritu inquieto, de dulzura impregnado,
se esfuma y se transporta al tiempo medioeval.
de tus calles obscuras, estrechas, tortuosas,
hay un efluvio manso que llega a nuestra alma
y nos habla, apacible, del alma de las cosas.
Junto a rancios adarves, ruinosos, desiguales,
hay palacios silentes, orlados de blasones,
con bellos ajimeces, con arcos ojivales,
artísticas portadas y esbeltos torreones.
¡Oh, Cáceres antiguo! Tú tienes el encanto
de lo grande y sublime, de lo bello y lo santo.
Tú tienes la poesía que encierra un madrigal;
y al recorrer tus calles evocando el pasado,
nuestro espíritu inquieto, de dulzura impregnado,
se esfuma y se transporta al tiempo medioeval.
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