El anterior domingo por la mañana salí de excursión por las cercanías de Cáceres, contando con la siempre estimable compañía de Juan Gil y Salvador Calvo. Nuestro propósito era visitar algunos enclaves de singular valor arqueológico, pero que como suele suceder en estos casos, apenas son conocidos o se encuentran escasamente documentados. En primer lugar, llegamos al paraje conocido como la Fuente de la Higuera, en el término municipal de Torreorgaz. Después, en la vega del río Salor, a medio camino entre Torreorgaz y Torrequemada, estuvimos paseando por dehesa que llaman El Torvisco, lugar en el que abundan restos que revelan una importante ocupación en época romana.
Pero ahora tampoco quiero entrar en detalles. Voy a necesitar varias entradas para poner fotos y comentar detenidamente lo que se puede observar a lo largo de este paseo. Quizá dentro de unas semanas, cuando encuentre algo de tiempo, hablé más a propósito de ésta y otras excursiones por los alrededores de nuestra ciudad. Es una pena que paisajes y sitios como éstos a los que me refiero, en donde se puede encontrar un patrimonio natural e histórico igual de importante que el del casco urbano, permanecen olvidados, sin atención alguna ni por parte de las autoridades ni del común de los mortales, y en muchos casos --lo que es aún peor-- en evidente peligro por falta de protección adecuada.
Como he prometido, en próximas entradas iremos desgranando los detalles de estas excursiones. A modo de aperitivo, os dejo con las siguientes líneas que al respecto de la del pasado fin de semana, mi compañero Salvador Calvo escribió ayer para las páginas del Periódico Extremadura.
Aturdido aún el oído interno por las estridencias de la música horrísona y perturbado el ánimo por la evidente constatación de la corrupción de las costumbres, nos fuimos de nuevo al campo en pos del silencio y de la serenidad en la contemplación de las huellas del pasado. Hablando en plata: que después de lo visto y oído la otra noche en un evento social de ringorrango cultural, era menester aliviar el ánimo con el pacífico latido de madre Naturaleza. De modo que la del alba sería cuando con nuestros amigos Jugimo y Norbano tomamos la dirección de las Torres, carretera que dicen de Medellín.
Tan cerca las cosas ¡y tan ignoradas! Las huellas del pasado, a nada que alguno las ayude, pueden darnos muestra de aquellos tiempos perdidos. Cuando la mano ingrata y destructiva del común de los mortales no ha dejado su huella nociva, los restos nos manifiestan su ineluctable encanto. Una simple fuente y una inscripción en la roca.
Pero ahora tampoco quiero entrar en detalles. Voy a necesitar varias entradas para poner fotos y comentar detenidamente lo que se puede observar a lo largo de este paseo. Quizá dentro de unas semanas, cuando encuentre algo de tiempo, hablé más a propósito de ésta y otras excursiones por los alrededores de nuestra ciudad. Es una pena que paisajes y sitios como éstos a los que me refiero, en donde se puede encontrar un patrimonio natural e histórico igual de importante que el del casco urbano, permanecen olvidados, sin atención alguna ni por parte de las autoridades ni del común de los mortales, y en muchos casos --lo que es aún peor-- en evidente peligro por falta de protección adecuada.
Como he prometido, en próximas entradas iremos desgranando los detalles de estas excursiones. A modo de aperitivo, os dejo con las siguientes líneas que al respecto de la del pasado fin de semana, mi compañero Salvador Calvo escribió ayer para las páginas del Periódico Extremadura.
Aturdido aún el oído interno por las estridencias de la música horrísona y perturbado el ánimo por la evidente constatación de la corrupción de las costumbres, nos fuimos de nuevo al campo en pos del silencio y de la serenidad en la contemplación de las huellas del pasado. Hablando en plata: que después de lo visto y oído la otra noche en un evento social de ringorrango cultural, era menester aliviar el ánimo con el pacífico latido de madre Naturaleza. De modo que la del alba sería cuando con nuestros amigos Jugimo y Norbano tomamos la dirección de las Torres, carretera que dicen de Medellín.
Tan cerca las cosas ¡y tan ignoradas! Las huellas del pasado, a nada que alguno las ayude, pueden darnos muestra de aquellos tiempos perdidos. Cuando la mano ingrata y destructiva del común de los mortales no ha dejado su huella nociva, los restos nos manifiestan su ineluctable encanto. Una simple fuente y una inscripción en la roca.
Hace muchos años, siglos, una breve fuentecilla fue el alivio para la sed de los que frecuentaban aquel paraje, y un cincel, ¿de cantero?, labró en el granito un mensaje curioso que allí mismo puede hoy leerse con toda facilidad: LOCUS CONSTUS IN CIRCUM PEDES CL.
Para dar aún más encanto al lugar y también más misterio, en otra peña de granito la invocación a una diosa del pasado. Aun con dificultad, pero allí consta su nombre: LAEANAE. Luego, al albur de una mañana seca del primer otoño, que nos hurtó el placer de la tierra mojada, merodeamos por un amplio valle del cauce del Salor. ¡Y qué triste y lamentable el espectáculo de un lecho sediento! En la ligera costana de un espeso encinar, Jugimo nos lleva a la contemplación de una prensa de aceite, y se me vienen a las mientes los versos de aquel valentón del soneto de Cervantes: «¡Voto a Dios que me espanta esta grandeza / y que diera un millón por describilla».
Sillares de granito por doquier no son sino los últimos testigos de un poblamiento de considerable categoría. Hileras de piedras cónicas manifiestan una estructura de considerables dimensiones: ¿una mansión?, ¿un templo?... Al otro lado del lecho agostado del río, tégulas por doquier, y en una pared una estela en la que, presto, Norbano nos vierte al entendimiento: la piedra guarda el recuerdo del joven G. Mailo que se fue al Elíseo con 14 años. Que la tierra te sea leve, Gayo o Cayo Mailo. En fin, hay quien alimenta su intelecto con decibelios ensordecedores y con pantomimas zarrapastrosas ¡Que sea enhorabuena! Nosotros preferimos la vida retirada, la del que huye del mundanal ruido; ya sabéis quien lo dejó en verso.
2 comentarios:
Tuve la ocasión de prospectar parte del entorno que comprende los terminos municipales de Torreorgaz y Torrequemada. Te sorprendería saber la cantidad de vestigios arqueológicos pertenecientes a otros tantos periodos históricos y prehistóricos, siendo sobresalientes entre todos ellos los restos adscribibles tipológicamente al Calcolítico. Estaré atento a proximas entradas en el blog en las que nos hables de la riqueza patrimonial del arco territorial que circunda la periferia de Cáceres.
Roberto.
Roberto, muchas gracias por tu comentario. Espero que cuando escriba estas entradas, puedas participar aportando tus conocimientos, ya que mejor nadie sabes la riqueza que esconden estos parajes. En efecto, los alrededores de Cáceres, y en concreto la ribera del Salor, son lugares privilegiados en cuanto a la presencia de restos arqueólogicos. En este breve paseo sólo me fije en restos que con seguridad podría atribuir a la época romana, y cuando trate el asunto me referiré sobre todo a los testimonios epigráficos que existen por la zona. Sería interesante que nos informaras sobre el poblamiento de otras épocas, en especial del desconocido y tantas veces olvidado Calcolítico. Seguimos en contacto.
Un abrazo,
ANTONIO
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