miércoles, 19 de noviembre de 2008

Héroes de la Antártida

Otro de los capítulos del citado libro está dedicado a la expedición antártica del capitán Scott. Si bien por el escaso margen de unas pocas semanas no fue el primero en alcanzar el Polo Sur --mérito que le correspondió al noruego Amundsen--, su hazaña sería recordada para siempre por su trágico final. Scott y sus compañeros Wilson, Oates, Bowers y Evans pasarían a formar parte de la orla de héroes y mártires de la exploración, junto a nombres como los de George Mallory o los tripulantes del Challenger, el Columbia y el Apolo I.

Los diarios de Scott, que fueron encontrados meses después junto a su cadáver congelado, son el último testimonio de la aventura de aquellos hombres que dieron su vida por conquistar la gélidas regiones polares. Son asimismo la evidencia de que resistieron hasta el final y nunca perdieron la esperanza, ya fuera por el gesto de Wilson, que no arroja de su trineo, para aligerar peso, ninguna de las piedras que cuidadosamente había seleccionado y recogido por su interés científico; o por el sacrificio de Oates, que con los miembros congelados y consciente de ser un lastre para sus compañeros, decide abandonar el grupo e internarse en la tempestad, camino del helado abrazo de la muerte.


Hasta que sus dedos entumecidos y congelados no le permitieron sostener el lápiz, Scott siguió escribiendo notas en su diario y aún pudo reunir aliento y coraje para redactar algunas cartas para sus familiares y amigos. En una de ellas explica el fracaso de la expedición y asume su responsabilidad ante el pueblo británico. Este gesto que le honra, sin embargo, no sirve para ocultar el dramatismo que se desprende de esta última misiva:

Las causas del desastre no son debidas a una organización defectuosa de la expedición, sino a la mala suerte en todos los riesgos que teníamos que correr.

1. La pérdida de los ponis ocurrida en marzo de 1911, me obligó a partir más tarde de lo que había decidido en un principio y a llevar una cantidad de víveres menor a la prevista.

2. El mal tiempo en la ida, sobre todo la larga tormenta que sufrimos en los 83º de latitud, retardó nuestra marcha.

3. La nieve blanda en las regiones inferiores del glaciar hizo aún más lento nuestro avance.

Con energía hemos luchado contra estas circunstancias imprevistas y las hemos vencido, pero a costa de nuestros víveres de reserva. Las provisiones, la ropa y la organización de la línea de depósitos establecidos sobre la meseta, así como en toda la ruta del Polo, de 1.300 kilómetros, han sido totalmente satisfactorias.

Nuestro grupo habría regresado al glaciar Beardmore en buen estado y con un buen suplemento de víveres si no se hubiera producido el desfallecimiento sorprendente de Evans, entre nosotros el que creíamos el más resistente.

A buen tiempo el glaciar Beardmore no es difícil de atravesar; pero en nuestro regreso no tuvimos una sola jornada realmente buena y la enfermedad de nuestro compañero agravó aún más la situación.

Como ya he dicho, nos aventuramos en una región glaciar extremadamente accidentada; y en una caída, Edgar Evans sufrió una conmoción cerebral. Murió de muerte natural. Su desaparición dejó a nuestro equipo debilitado en el momento en que un invierno precoz caía sobre nosotros.

Pero todo esto no es nada en comparación con lo que nos esperaba en la barrera. De nuevo afirmo que las disposiciones tomadas para asegurar nuestra retirada eran óptimas, y que nadie habría podido prever en esta época del año, las temperaturas y el estado de la nieve que encontramos. En la meseta, entre los 85º y 86º de latitud tuvimos entre -28º y -34º centígrados; y en la barrera a 82º de latitud y una altitud de 3000 metros la más baja, experimentamos generalmente -34º durante el día y -44º durante la noche, con un incesante viento en contra durante las marchas.

Estas circunstancias se han producido de improviso y nuestro fracaso es debido a la llegada súbita del mal tiempo, fenómeno al parecer imposible descubrir la causa. Ningún ser humano ha sufrido tanto como nosotros en este último mes. A pesar del frío y del viento habríamos pasado si no hubiera sobrevenido la enfermedad de un segundo compañero, el capitán Oates; si no se hubiese disminuido inexplicablemente el combustible contenido en los depósitos; y, en fin, sin este último huracán. Nos han detenido a 11 millas del depósito donde esperábamos hallar los víveres necesarios para la última parte del viaje. ¿Nunca alguien tuvo antes peor suerte?

Hemos sido detenidos a 11 millas del campo One Ton, con víveres para sólo dos días y combustible para una sola comida. Desde hace cuatro días nos ha sido imposible salir de la tienda: el huracán sopla a nuestro alrededor. Estamos débiles, apenas puedo escribir. Sin embargo no lamento haber emprendido esta expedición: en ella se demuestra la resistencia de los ingleses, su espíritu solidario, y prueba de cómo saben mirar la muerte con tanto valor, tanto hoy como ayer. Hemos afrontado riesgos, sabiendo de antemano que íbamos a correrlos. Si las cosas se han vuelto contra nosotros, no debemos quejarnos, sino inclinarnos ante la voluntad de la Providencia, resueltos a hacer todo lo que podamos hasta el final...

Me gustaría tener una historia que contar sobre la fortaleza, resistencia y valor de mis compañeros que removiera el corazón de todos los ingleses. Estas torpes notas y nuestros cuerpos muertos, la contarán...

Robert Falcon Scott.


Hace ya bastantes años, el grupo Mecano le dedicó esta canción a la hazaña del capitán Scott y sus hombres. Recomiendo que os pongáis algo de abrigo:




18 de enero de 1912, el capitán Scott acompañado de Evans, Wilson, Bowers y Oates, alcanza el Polo Sur. Pero fracasa en la hazaña de ser el primero, sobre el punto de latitud 0 ondea ya la bandera noruega del explorador Amundsen. Exhaustos y fracasados emprenden el regreso.

16 de febrero, Polo Sur,
cinco ingleses por el desierto azul.
Evans va último de la fila
y colgada de su mochila
va la muerte dispuesta a demostrar
que una vez muerto
no se está mal en aquel lugar.

No hubo lápida,
si hubo plática:
que Dios salve a la reina,
gloria eterna a los héroes
de la Antártida.

6 de marzo y Oates no puede más,
son sus pies dos cuchillas de cristal,
de arrastrarse en algunos tramos
tiene heladas también las manos,
pero nadie le quiere abandonar
y mientras duermen
sale al paso de la eternidad.

No hubo lápida,
si hubo plática:
que Dios salve a la reina,
gloria eterna a los héroes
de la Antártida.

30 de marzo:
aquí acaba el diario
de Bowers, Wilson y Scott.
Que las ayudas que nunca nos llegaron
vayan a los que quedaron:
nuestros hijos, nuestras viudas…
Como un inglés,
mueren tres.

No hubo lápidas,
no hubo pláticas,
no hubo Dios,
ni hubo reina,
sólo nieves eternas
en la Antártida
.

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