jueves, 14 de agosto de 2008

La matanza de Badajoz

Un año más nos toca conmemorar una fecha de amargo recuerdo. Al amanecer del 14 de agosto de 1936, los legionarios y regulares moros al mando del teniente coronel Yagüe había ido tomando posiciones alrededor de las murallas de Badajoz, y aguardaban el momento para lanzarse al asalto definitivo. Poco después del mediodía, y tras vencer la escasa resistencia que pudieron oponer unos milicianos con escopetas en compañía de otros pocos militares leales y guardias de asalto (el resto fueron enviados a Madrid o habían desertado), los soldados del ejército africano se abrieron paso por las calles de la ciudad a golpe de bayoneta, fusilando sin contemplaciones a todo aquel que intentara escapar o fuera delatado por una marca en el pecho, señal inequívoca de que también había empuñado un fusil.

Además, se sucedieron los saqueos y los atentados contra la propiedad, de los que no se libraron ni siquiera aquellos que apoyaban en secreto el golpe militar y habían recibido con júbilo la llegada de este ejército salvador. Y es que los moros y legionarios estaban acostumbrados a un tipo de guerra que, hasta el momento, no se estilaba en el continente: en las academias militares europeas todavía se enseñaba a matar soldados, pero a nadie se le ocurría meterse con la población civil. En Marruecos las cosas eran bien distintas: aparte de cargarse al cabileño de turno, se le arrancaba la cabeza y, si había ocasión, se le prendía fuego a su casa, se violaba a su mujer y a sus hijas, y uno arramblaba con todo lo de valor que encontrase.


Pero lo peor en Badajoz llegó después. Al caer la tarde y durante los días siguientes, se sucedieron las detenciones y las ejecuciones en masa. No entraré en detalles, ni sobre el lugar donde se cometieron estos crímenes, ni acerca del número definitivo de víctimas, para así evitar discusiones sempiternas que ya adornan otros foros. Que los fusilamientos se practicaran aquí o allá, o que tengamos que contar mil muertos más o mil muertos menos, no le quita gravedad al asunto.

A las nueve y media de la mañana del día 15, llegaban al paso fronterizo de Caya tres periodistas, un portugués y dos franceses: Mário Neves, del Diário de Lisboa, Marcel Dany, representante de la Agencia Havas en Lisboa, y Jacques Berthet, corresponsal de Temps. Ellos fueron los primeros en contarle al mundo lo que había sucedido aquel 14 de agosto en Badajoz. Especial relevancia merecen las crónicas de Mário Neves, que serían prohibidas por la censura portuguesa. Dos días después, también llegaron a Badajoz procedentes de Sevilla, los franceses Jean d’Esme, de L’intransigeant, y René Brut, fotógrafo de la Pathé Newsreels, al que debemos las únicas imágenes que existen de las víctimas de las matanzas, que fueron salvadas milagrosamente a pesar de que las autoridades golpistas se las requisaron. Finalmente, hay que mencionar al portugués Mario Pires, que tuvo que ser internado en un psiquiátrico después de lo que vio en Badajoz, y a los norteamericanos Jay Allen, corresponsal del Chicago Tribune y del London News Chronicle, y John T. Whitaker, del New York Herald Tribune, autores de algunos de los artículos y entrevistas que más influyeron posteriormente, y que sirvieron como punto de partida para crear la denominada Leyenda de Badajoz.


Como podéis suponer, las crónicas de los corresponsales extranjeros, así como las experiencias que tuvieron que soportar, es uno de los aspectos que más me interesan en relación con este momento trágico de nuestra historia. Con más tiempo y en próximas entradas, procuraré reconstruir el relato de todos ellos, que al fin y al cabo no es más que el relato de nuestra propia historia.

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