lunes, 25 de agosto de 2008

Los reinos combatientes

Ayer se celebró la ceremonia de clausura de una de las olimpiadas más infames de la Historia, un vergonzoso episodio que tendremos que sumar a lista de despropósitos humanos… y ya van tres: Berlín en 1936, Moscú en 1980 y, en estos quince días, Pekín. Ahora que todo terminó, las aguas vuelven a su cauce, y seguramente pasará bastante tiempo hasta que alguien nos vuelva a hablar de las violaciones de los derechos humanos en China, o conozcamos que continúan las protestas a favor de la independencia del Tíbet.

Ha sido difícil tratar de ignorar las noticias sobre la fastuosidad de los juegos o las medallas conseguidas --incluidas las de los deportistas españoles--; pero como prometí, he intentado mantenerme al margen, al igual que a partir de este momento volveremos a darle la espalda a lo que suceda en China y a los crímenes que allí se sigan cometiendo. Quiero que quede bien claro que mi postura va en contra de un gobierno y no de un pueblo, que no es sino quien sufre la tiranía y la represión; por eso deseo dejar aquí constancia de mi admiración por la civilización china, una de las más antiguas del planeta y cuya dilatada historia es fiel reflejo de su grandeza.


Si hace dos semanas le dediqué una entrada al primer emperador de China, de la dinastía Qin, hoy quería hablar un poco de toda la época que le precede, y que conocemos como los períodos de las «primaveras y los otoños» (722-481 a.C. ) y de los «reinos combatientes» (480-221 a.C.).

Desde finales del siglo XII a.C. a principios del siglo VIII a.C., la China central era un conglomerado de estados feudales vagamente gobernado por la casa real de los Zhou (周), establecida a orillas del río Wei. El señor feudal de la dinastía Zhou dominaba indirectamente hasta 1.770 feudos, cada uno de ellos gobernando por un comandante de guarnición o un miembro de la extensa familia real. En el 770 a.C. la capital de los Zhou, debilitada por las luchas de poder, fue saqueada por los bárbaros. El sistema feudal sobrevivió, aunque los feudos se independizaron progresivamente.


De forma gradual surgieron diversos estados fuertes, especialmente Chu (楚), en el sur, y Jin (晉), en el noroeste. Algo más débiles que éstos, pero lo bastante fuertes como para dirigir sus propios imperios a pequeña escala, eran Qin (秦) y Qi (齊) en el este. De este modo, en el siglo VI a.C. imperaba un equilibrio de fuerzas entre Chu, Jin, Qin y Qi. Había también una liga antihegemónica de estados para contener la creciente influencia de Chu, y potencias medias como Zheng (鄭). Ésta, con un gobierno vigilante y un ejército fuerte, cambió de alianzas catorce veces entre Chu y la liga contraria a Chu con el fin de mejorar su situación. No obstante, puesto que cada potencia requería alianzas con las otras, surgió una especie de sistema que fomentó la integración militar y política de China. Contribuyeron a este proceso el comercio, el crecimiento de las ciudades y la sustitución de las estructuras feudales por una burocracia hasta cierto punto tipificada.

En el siglo V a.C. Chu fue desafiado de nuevo, esta vez por sus vecinos del sur, Wu (吳) y Yue (越國), reino que finalmente salió victorioso. Mientras tanto, las grandes potencias de Jin, Qin y Qi se debilitaron debido a luchas internas de poder. La complejidad de la política china se incrementó todavía más. Al cabo de medio siglo de confusión, surgieron siete potencias mayores y seis menores. El único reino antiguo que sobrevivió a la sacudida fue Chu, que, aun siendo una potencia meridional, había asimilado la cultura septentrional de sus rivales, una parte del proceso de integración que recorría China pese a las fracturas políticas.


Siguió a continuación (del 480 al 221 a.C.) otro ciclo de luchas de poder conocido como el Zhang guo (戰國時代), al que ya nos referimos en la entrada anterior como «el período de los reinos combatientes». Se caracterizó por una falta de armonía progresiva: muchos de los patrones culturales y estructuras burocráticas que caracterizarían China durante los dos milenios siguientes se desarrollaron durante el período de los reinos guerreros. Aquella época generó asimismo una excelente filosofía, como la de Sun Tzu (孫子), autor de El Arte de la guerra (孫子兵法), y la de Xun Zi (荀子), un pensador confuciano que dijo algo así como: «La naturaleza del hombre es el mal, su bondad sólo se adquiere mediante la instrucción». Una frase que bien podría haber salido la boca de Thomas Hobbes, más de veinte siglos después.


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