viernes, 27 de febrero de 2009

Palacio de los Condes de Adanero

Hace unos meses me pareció oportuno dedicarle sendas entradas a dos de las casas palaciegas más conocidas del casco antiguo cacereño: la de los Ribera y la de la Generala. En aquella ocasión, además de comentar algunos aspectos de su arquitectura, me refería también a las familias que vivieron en ellas. Con la excusa de seguir hablando de la historia y el patrimonio artístico de nuestra ciudad, he decidido continuar este paseo por donde lo dejamos. Si ascendemos por el adarve, el siguiente edificio digno de mención que nos encontraremos es el que se conoce como Palacio de los Condes de Adanero, justo enfrente del postigo de Santa Ana.


Su fachada es sobria, toda de mampostería, y quizá por eso destaca aún más el magnífico portón, copiado de uno de los modelos que Sebastián Serlio recoge en sus Cinco libros de arquitectura, y que a su vez sigue el gusto manierista de Giulio Romano. La puerta arquitrabada se corona con un frontón que se abre para albergar las grandes dovelas superiores. En los laterales dos columnas fajadas encierran el mismo tipo de sillares, almohadillados y perforados con agujeros, que crean en el espectador la sensación de que en lugar de áspero granito puede acariciar suave terciopelo. Esta combinación plástica, capaz de generar tal efecto ilusorio, es propia del manierismo de finales del siglo XVI.


Alrededor se disponen varios vanos de manera asimétrica, con una interesante rejería el situado a la derecha. Sobre las ventanas del piso superior podemos contemplar las ya conocidas armas de Ovando-Mogollón: la cruz flordelisada cantonada de veneras y los dos osos con bordura de aspas. En la pared que hace esquina también vemos dos escudos de los Ulloa, marqueses de Castro Serna y condes de Adandero, actuales propietarios de la casa.

Si tuviéramos la suerte de visitar el interior, podríamos admirar un patio cuadrado con dos columnas toscanas que sujetan arcos de medio punto, en la parte baja, y un segundo piso claustrado con arcos escarzanos muy anchos. La colección de blasones que alberga también sería digna de mencionar.

El solar que actualmente ocupa el palacio perteneció a los Paredes, pero a finales del siglo XVI fue adquirido por Pedro Rol de Ovando y de la Cerda (1569-1637), segundo Alférez Mayor de Cáceres y caballero de Alcántara, quien posiblemente mandó construir la portada. La casa pasó entonces a formar parte de su mayorazgo, junto con otra de su propiedad --la que posteriormente sería conocida como la de la Generala--; por lo que durante años ambas pertenecieron a la misma rama de los Ovando, de la que ya tuvimos ocasión de hablar, y que desde 1655 ostentarían el título de marqueses de Camarena.

Tras la disputa que en el siglo XVIII dio lugar a la división de las ramas de los marqueses de Camarena la Real y Camarena la Vieja, la casa que nos ocupa pasó a pertenecer a estos últimos. Como ya comentamos, los descendientes de Francisco Antonio de Ovando Rol (1640-1679), tío del teniente general Vicente Francisco de Ovando Rol (1700-1781), le disputaron a éste el mayorazgo al que iba unido el título de marqués de Camarena. El pleito fue ganado finalmente por María Josefa de Ovando y Ovando (1751-1775), bisnieta de Francisco Antonio de Ovando, que desde entonces sería la quinta marquesa de Camarena la Vieja; mientras que el rey Carlos III compensó a Vicente Francisco de Ovando con el nuevo título de marqués de Camarena la Real.

María Josefa de Ovando era hija de Francisco Antonio Rol de Ovando y Carvajal († 1756) y Francisca Antonia de Ovando y Vargas (1731-1800), hija a su vez de Diego Antonio de Ovando y Cáceres (1691-1743), II marqués del Reyno. Al fallecer sin sucesión el nieto primogénito de éste, Diego María de Ovando y Cáceres (1755-1808), el marquesado del Reyno recayó en la descendencia de María Josefa de Ovando. Hay quien confunde a esta noble dama con María Cayetana de Ovando Calderón (1736-1802), la Generala, de la que ya tuvimos ocasión de hablar. Este error puede deberse quizá porque vivieron en la misma época, eran vecinas y ambas estuvieron casadas con militares. María Josefa de Ovando contrajo matrimonio en 1773 con Antonio Vicente de Arce y Porres, natural de Brozas y brigadier de los Reales Ejércitos; el primogénito de ambos, Antonio María de Arce y Ovando (1775-1832), como hemos dicho, acabaría reuniendo los títulos de VI marqués de Camarena la Vieja y V del Reyno.

Postal del palacio de los Condes de Adanero (1920)


Merece la pena que nos detengamos en la biografía de Antonio María de Arce, que, como su padre, fue un destacado militar que comenzó su carrera combatiendo en la Guerra de la Independencia. Con el regimiento de infantería de Plasencia tomó parte en numerosas acciones militares, como las del puerto de Mirabel y el puente de Almaraz (enero de 1809). Allí se mantuvo con su unidad hasta el 18 de marzo de ese mismo año, cuando se produjo la retirada del ejército del general Cuesta. También estuvo presente en la desgraciada batalla del Medellín (28 de marzo de 1809) y en el acantonamiento de tropas en Monesterio (Badajoz). Más tarde fue destinado con una brigada a la región del río Tiétar, donde permaneció hasta que fueron atacados por fuerzas muy superiores comandadas por los mariscales Soult, Mortier y Ney, no quedando más remedio que replegarse. Posteriormente le encontramos en Asturias, a las órdenes de su padre, y más tarde en el ejército del Marqués de la Romana. Después pasó al batallón de milicias provinciales de Trujillo, en el que estuvo destinado hasta el final de la guerra.

En 1820, encontrándose en Andalucía, se opuso a la sublevación del general Riego, que finalmente triunfó e impuso el régimen liberal de la Constitución de Cádiz. El Marqués de Camarena la Vieja se retiró entonces a Cáceres con real licencia, aunque al año siguiente estuvo destinado nueve meses en Zaragoza. Mientras tanto, en Cáceres se había desatado una feroz represión contra todo elemento realista, dirigida por el juez de primera instancia, y después jefe de lo político, don José G. Landero Corchado. A su regreso, Camarena se hizo cargo del mando militar de la provincia de Cáceres, y gracias a esta privilegiada posición, consiguió salvar la vida de algunos compañeros realistas.

Con el restablecimiento del orden absolutista en 1823, el Marqués de Camarena fue nombrado regidor perpetuo del Ayuntamiento cacereño. La Regencia le encargó también organizar el regimiento provincial de Trujillo y el de voluntarios realistas de Cáceres. Sin embargo, no se encontraba seguro en Extremadura, donde campaban a sus anchas partidas de salteadores, muchas de ellas dirigidas por liberales, como es el caso de El Empecinado, cuyas tropas saquearon Cáceres el 17 de octubre de 1823. Antes de poner en peligro su vida, decidió marcharse a Madrid, mientras su familia estuvo refugiada en Portugal. Un año antes de morir fue ascendido a mariscal de campo.

En 1816 había contraído matrimonio en Madrid con María Josefa Colón y Sierra († 1855), natural de Valladolid y descendiente nada menos que de Cristóbal Colón, con quien tuvo tres hijos. La primogenitura de los marqueses de Camarena la Real continuó con José Francisco de Paula de Arce y Colón († 1856), que en 1840 se casó con María de las Mercedes Aponte y Ortega Montañés (1822-1896), VIII marquesa de Torreorgaz y V de Camarena la Real, bisnieta de Vicente Francisco de Ovando y la Generala (v. entrada anterior). El único hijo de este matrimonio que llegó a la edad adulta fue García Ramón de Arce y Aponte (1844-1897), que reunió los títulos de VIII marqués de Camarena la Vieja, VII del Reyno y de Torreorgaz, y conde de los Corbos.

Su interesante y controvertida biografía merecería por sí sola una entrada, no sólo para detallar sus innumerables amoríos, sino para analizar cómo acumuló en su persona buena parte de los grandes títulos cacereños y sus fortunas. Murió soltero en San Juan de Foz (Portugal), y al no contar con descendencia legítima, los marquesados de Camarena la Vieja, Camarena la Real y el condado de los Corbos, pasaron a los Carvajal de la Calle Empedrada; el marquesado de Torreorgaz, a los Jaraquemada y a los Velasco; y el marquesado del Reyno quedó vacante, por tratarse de un título napolitano. El palacio que nos ocupa quedó entonces en manos de José María de Ulloa y Ortega Montañes (1839-1905), IX conde de Adanero y VIII marqués de Castro Serna, que era medio hermano de la referida doña Mercedes de Aponte y, por tanto, tío del último marqués del Reyno.

José María de Ulloa, sin embargo, no vivió nunca en el palacio del que hoy nos ocupamos, sino en el cercano y conocido como del Vizconde de Roda, que pertenecía a los Ulloa, señores de Pajarillas, de los que también era descendiente. El conde de Adanero, o marqués de Castro Serna --que cuando uno goza de tantos títulos, da lo mismo llamarlo por uno o por otro--, reunió una gran colección de obras de arte, sobre todo pinturas, muchas de las cuales adquirió de conventos desamortizados o de familias nobles arruinadas por la desaparición del régimen de mayorazgos. Tan elevada debía ser su fortuna, que existe esta frase que todavía se emplea para aplacar los caprichos infantiles: «Tú te has creído que eres hijo del Marqués de Castro Serna».

Actualmente tanto el palacio como la magnífica colección siguen perteneciendo a los condes de Adanero y marqueses de Castro Serna, descendientes de éste que comentábamos. Cada vez que paso frente a la portada manierista, no puedo evitar pensar que tras ella se esconde parte de ese rico patrimonio que alberga nuestra ciudad monumental, que sabemos que existe, pero que por hoy no podemos apreciar.

Bibliografía:
- A. C. Floriano Cumbreño: Guía histórico-artística de Cáceres. Cáceres: Diputación Provincial, 1952, 2ª ed.; pág. 102.
- J. Miguel Lodo de Mayoralgo: Viejos linajes de Cáceres. Cáceres: Caja de Ahorros y Monte de Piedad, 1971; págs. 200-202 y 305-308.
-M.ª del M. Lozano Bartolozzi: El desarrollo urbanístico de Cáceres (siglos XVI-XIX). Cáceres: Univ. de Extremadura, 1980; pág. 220.
- M.ª A. Fajardo Caldera; J. M.ª Gómez Flores: La tarjeta postal en Cáceres (1900-1940). Badajoz: Cicón Ediciones, 2002; pág. 44.
- J. M. Mayoralgo y Lodo; A. Bueno Flores: Cien personajes cacereños de todos los tiempos: sus vidas contadas en dibujos de forma divertida. [Badajoz]: Corporación de Medios de Extremadura, [2004]; págs. 49 y 66.
- F. Acedo: «Aires de Roma», El Periódico Extremadura, 4 de septiembre de 2005.

miércoles, 18 de febrero de 2009

La leyenda de Floripes


Era señor del castillo el famoso Fierabrás, rey de Alejandría, que disputaba a Carlomagno el imperio del mundo. Llevaba en su compañía el soberbio agareno a su hermana Floripes, bellísima princesa, tan andariega como apasionada, de la que estaba perdidamente enamorado el rey, su hermano, lo que no era cosa del otro jueves, tratándose de sectarios de Mahoma. Mas en ella no hacían mella los fraternales galanteos, porque a su vez estaba loca de amor por uno de los paladines de más renombre en el mundo caballeresco, súbdito y pariente del soberano francés, llamado Guido de Borgoña, a quien había admirado en batallas y torneos, el cual correspondía a la pasión de la encantadora princesa.

Ocurrió que en una sangrienta acción, cayó Guido herido y prisionero del muslim, a la vez que otros caballeros cristianos, a los que retuvo consigo; pero percatado de la inteligencia erótica entre aquél y su hermana, y ardiendo en rabiosos celos, los relegó a todos al castillo del Puente de Mantible, edificado por un famoso mago, con el propósito de que consumiesen su vida, sobre todo el borgoñón, en la más oscura de sus mazmorras.

Era alcaide del castillo un morazo fiel a su persona más que un lebrel, llamado Brutamonte, al que encomendó con especiales prevenciones la custodia de su rival. Pero husmea Floripes el paradero de su amado, sin cuya vista no concibe la existencia, y seguida de tres de sus camaristas, se ausenta de los reales de su hermano, hacia la cárcel del de Borgoña. Llegan cerca de la torre en una noche sombría, y alumbradas por teas, que ellas mismas empuñan, y dejándose en las breñas de la loma encajes y brocados, suben hasta la fortaleza.

Brutamonte dales el «¡quién vive!» Ellas le responden. ¡Son mujeres!... Baja la poterna, y reconoce a la hermana de su amo y señor. ¿Cómo negarle hospitalidad? Pero la dama, con más enjundia y resolución que fueran de esperar, saca instantáneamente un puñal y lo hunde en el corazón del alcaide, que muere en el instante. Apodérase de las llaves, abre candados y cerrojos, y por una escala que arroja por la boca de la mina, ganan la salida de aquel antro el intrépido Oliveros, el infante Guarinos, Ricarte de Normandía y Guido de Borgoña, a los que Floripes invita a tomar armas y caballos, temerosa de que su hermano venga y los inmole.

Y vino en efecto, sospechando el embebido de la escapatoria de la aventurera dama, y comprendió que ella había sido la matadora de Brutamonte, al reconocer el puñal que permanecía incrustado en la herida de éste... y cuando se enteró de que Floripes permanecía dentro, dueña del castillo, con los cuatro caballeros, se mesó las barbas de desesperación, y juró hacer en ellos ejemplar castigo, poniendo sitio a la inexpugnable torre, que cuando no por otro medio, se rendiría por hambre.

Los sitiados, que llegaron a estar famélicos, convinieron en la necesidad de salir de aquella situación y dar cuenta a Carlomagno, del trance en que sus mejores paladines se encontraban, y por suerte correspondió salvar el campamento musulmán y dar cuenta al emperador de todo, a Guido, que salió de la torre por una puerta secreta.

¿Salvó los reales de Fierabrás? ¿Llegó sano y salvo a la corte del francés? ¿Fue hecho prisionero y pereció a manos del rey de Alejandría?...

Cada una de estas preguntas, era una espina clavada en el corazón de la agarena beldad. Pero el éxito coronó sus deseos. Carlos vino con sus huestes, venció a la morisma, cogió prisionero y mal herido a su monarca; rescató a sus sitiados vasallos, al par que a Floripes, que entregó su blanca mano al apuesto Guido, y
tutti contenti… tutti menos el cautivo Fierabrás, que murió desesperado.


Y esta historia, aunque no tan cabal, es repetida por las gentes de la comarca; habiendo quien ha visto alguna noche luces misteriosas en los desmoronados paredones de la torre y oído lamentos desgarradores que salían de sus concavidades. Indudablemente de ellos... de Brutamonte y de Fierabrás, cuyas almas vagan reclamando a Alá venganza de sus desventuras, entre las seculares ruinas; como hay también quien, al salir el sol el día de S. Juan, va al Hondo de Rochafría, a ver flotar sobre las aguas los barriles que el rey de Alejandría tiró al río desde el puente famoso, al considerarse vencido, en donde guardaba aquel bálsamo que todo lo sanaba, y que tanto soponcio deparó al buen Sancho Panza al tomarlo, como antídoto contra las contusiones que le ocasionaron los apaleamientos de los bellacos de la venta.

P. Hurtado: Supersticiones extremeñas. Anotaciones psico-fisiológicas. Huelva: [s.n.], 1989; págs. 74-77.

Clicka, la pija

Hace dos semanas conocimos esta triste noticia:

«Muere Hans Beck, el creador de los clicks de Playmobil»

Reconozco que no fui un niño al que le gustara pasarse las horas jugando con muñecos, desde pequeño preferí siempre la compañía de un libro o un lápiz; pero a pesar de ello, recuerdo con nostalgia cuando me regalaron el barco pirata, el castillo medieval o el coche de rallys. Los clicks de Playmobil han sido los protagonistas de los juegos de varias generaciones de niños, por eso opino que quizá deberíamos considerar a su creador como una de las personas más influyentes del siglo XX. No es ninguna tontería, estamos acostumbrados a escribir la Historia desde el punto de vista de los adultos… pero ahí tenemos, por ejemplo, a Walt Disney o Jim Henson, a quienes nadie se atrevería a cuestionar su protagonismo.

Quería también aprovechar la ocasión para recomendaros un blog y un fotolog que sigo desde hace tiempo. Ambos se titulan Desventuras de una clicka burguesa, y como si se tratara de una fotonovela, nos narran las peripecias e inquietudes de una chica playmobil, un poco ingenua y superficial, como corresponde a su condición social de niña bien, pero que en el fondo es capaz de demostrar sus mejores sentimientos.

Su creadora se merece el mayor de los elogios, no sólo por la original idea, sino por el trabajo tan cuidado y minucioso con que elabora cada entrada. En el inmenso océano de la blogosfera es difícil encontrar páginas que realmente merezcan la pena, y sobre todo a las que dedicar tu tiempo, para estar al día de sus actualizaciones. Os puedo asegurar que ésta es una ellas…

Balbo, el ladrón

Al leer la siguiente noticia, no he podido evitar que una sonrisa me asomara entre los labios, sobre todo porque su contenido encierra una sutil ironía. Resulta que en el transcurso de las excavaciones que se están realizando en el teatro romano de Cádiz, con motivo de la construcción de un centro de interpretación, se ha descubierto una placa de mármol en la que aparece inscrito un graffiti con el siguiente mensaje: «Balbo, ladrón» (Latro, Balbe).


Para los arqueólogos no cabe duda de que el insulto --o la definición, según se entienda-- estaría dirigido a Lucio Cornelio Balbo el Menor, miembro de la distinguida familia gaditana de los Balbo, que además fue el promotor de la construcción del teatro donde se ha localizado el mencionado graffiti. No nos cuesta mucho imaginar que en aquellos tiempos, como en la actualidad, los casos de corrupción ligados al ladrillo estaban a la orden del día. Un ciudadano decidió entonces dejar plasmada su denuncia de manera imperecedera, grabada con un punzón en los asientos donde posiblemente se sentara este ilustre senador y procónsul. Veinte siglos después, la noticia del hallazgo ha sido publicada con profusión en los siguientes medios digitales:

La Voz Digital (30/01/2009)Diario de Cádiz (31/01/2009)20 minutos (31/01/2009)El País (31/01/2009)

Un estudio más exhaustivo del descubrimiento nos los ofrece el blog de Terrae Antiqvae.

Lo más gracioso de todo es que el tal Lucio Cornelio Balbo el Menor, al que un anónimo acusara de ladrón, también es conocido por ser patrono de la antigua Colonia Norba Caesarina, es decir, la actual ciudad de Cáceres; según reza otra inscripción aparecida en 1931 durante las obras de demolición del antiguo mercadillo, y que desde entonces se encuentra en el despacho del alcalde. ¡Qué crueles e inoportunas pueden resultar algunas coincidencias! Parece como si la mala fama se empeñara en desmontar la supuesta sinceridad y honradez de nuestros representantes municipales.

jueves, 12 de febrero de 2009

«Cáceres antiguo»


¡Oh, Cáceres vetusto! En la sedante calma
de tus calles obscuras, estrechas, tortuosas,
hay un efluvio manso que llega a nuestra alma
y nos habla, apacible, del alma de las cosas.
Junto a rancios adarves, ruinosos, desiguales,
hay palacios silentes, orlados de blasones,
con bellos ajimeces, con arcos ojivales,
artísticas portadas y esbeltos torreones.
¡Oh, Cáceres antiguo! Tú tienes el encanto
de lo grande y sublime, de lo bello y lo santo.
Tú tienes la poesía que encierra un madrigal;
y al recorrer tus calles evocando el pasado,
nuestro espíritu inquieto, de dulzura impregnado,
se esfuma y se transporta al tiempo medioeval.

miércoles, 11 de febrero de 2009

«La ola»


El otro día fui al cine a ver La Ola (Die Welle), una película de esas que no dejan indiferente, como si de repente te dieran una patada en lo más íntimo de la conciencia… Cuando se acabó y salí a la calle, un desasosiego me rondaba la cabeza, como una extraña mezcla de miedo y perplejidad. No es que se trate de un thriller psicológico ni nada parecido, pero da para pensar… y mucho. A pesar de lo que digo, recomiendo que el que pueda vaya a verla… si es que todavía sigue en la cartelera. Aunque más que una recomendación, debería ser un ruego. Si no siempre podéis descargarla.

La película está basada en hechos reales, pero verídicos, no vagamente relacionados como sucede con muchas otras. Se trata de una reflexión, me atrevería a calificar como profunda, sobre las causas del autoritarismo y sus posibilidades en nuestra sociedad actual. El protagonista, un profesor de instituto, formula la siguiente pregunta a sus alumnos: «¿Creéis que es imposible que otra dictadura vuelva a implantarse en Alemania?» La respuesta --demoledora-- termina por escapársele de las manos. Y no os cuento más.

Precisamente, ordenando unos apuntes de la carrera, me encuentro con las siguientes causas del ascenso de los fascismos en la década de los treinta:

- La crisis económica: recesión de la producción, contracción general de los intercambios comerciales, alza de precios, devaluaciones monetarias, etc.

- Crisis de los Estados liberales: anquilosamiento del sistema parlamentario, pérdida de confianza en los partidos tradicionales, sistema electoral poco representativo, etc.

- Problemas sociales: elevado índice de alfabetización pero escaso nivel cultural, movimientos migratorios, desempleo y sus consecuencias (exclusión social, delincuencia…), nacionalismo exacerbado…

¿No resulta peligrosamente familiar? ¿Quién dice entonces que no podría volver a suceder algo parecido? Nuestras instituciones son fuertes, en efecto, pero… ¿y las conciencias?

El miedo a Rusia

Primero nos echamos las manos a la cabeza cuando vimos que invadían y bombardeaban Georgia, después temblamos cuando cortaron el suministro de gas a media Europa… ¿Qué será lo próximo? Tras décadas de guerra fría, parece como si nada hubiera cambiado. La caída del muro de Berlín sólo sirvió para redefinir límites… y para que se apuntaran al carro del capitalismo, que es como mejor se vive. Pero el miedo es una estructura mental que cuesta siglos derribar. Y en Occidente todavía nos invade un escalofrío si escuchamos aquello de ¡Que vienen los rusos!

Castilla

Llevo varias semanas sin publicar ninguna entrada, pero no será porque no encuentre motivos sobre qué escribir, sino por ausencia de tiempo, ese bien tan preciado que se nos escurre como arena entre los dedos. Retomando la rutina, se me antoja poner aquí el magnífico romance que Manuel Machado le dedicara al Cid Campeador, poema que tuvimos ocasión de comentar la semana pasada en el Club de Lectura.


El ciego sol se estrella
en las duras aristas de las armas;
llaga de luz los petos y espaldares
y flamea en las puntas de las lanzas.
El ciego sol, la sed y la fatiga
por la terrible estepa castellana,

al destierro, con doce de los suyos
--polvo, sudor y hierro-- el Cid cabalga.
Nadie responde... Al pomo de la espada
y al cuento de la picas el postigo
va a ceder. ¡Quema el sol, el aire abrasa!

A los terribles golpes
de eco ronco, una voz pura, de plata
y de cristal, responde... Hay una niña
muy débil y muy blanca
en el umbral. Es toda
ojos azules y en los ojos, lágrimas.
Oro pálido nimba
su carita curiosa y asustada.

«Buen Cid, pasad. El rey nos dará muerte,
arruinará la casa
y sembrará de sal el pobre campo
que mi padre trabaja...
Idos. El cielo os colme de venturas...
¡En nuestro mal, oh Cid, no ganáis nada!»

Calla la niña y llora sin gemido...
Un sollozo infantil cruza la escuadra
de fieros guerreros.
Y una voz inflexible grita: «¡En marcha!»
El ciego sol, la sed y la fatiga...
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
--polvo, sudor y hierro-- el Cid cabalga.

miércoles, 21 de enero de 2009

Evidencias romanas en la Ribera del Marco

La semana pasada, el periódico HOY se hacía eco de las declaraciones del presidente de la Asociación de Amigos de la Vía de la Plata de Cáceres, que proponía a la autoridades que se recupere y ponga en valor, además de la riqueza medioambiental, el importante patrimonio geológico y arqueológico que se encuentra en el entorno de la Ribera del Marco.

En la noticia se apuntaba la existencia de restos arqueológicos, concretamente de época romana, que son a los que vamos comentar en esta entrada y cuyos hallazgos trataremos de explicar y resumir.

Pero antes de entrar en materia, conviene señalar que el denominado Arroyo del Marco se nos presenta en toda su extensión como una corriente continua de agua que discurre por una vega fértil, que sumado a unas idóneas condiciones geológicas, propició desde la más remota antigüedad el asentamiento de poblaciones humanas en torno al cauce. Por tanto, no es de extrañar que los primeros indicios de la presencia de primitivos grupos de cazadores-recolectores en las inmediaciones de la ciudad de Cáceres aparezcan precisamente en este entorno (Cueva de Maltravieso, Cueva del Conejar…). Se puede afirmar que la ribera es la principal fuente de recursos con el que contó la ciudad desde sus orígenes, pues como se suele decir: donde hay agua, hay vida.

Charca del Marco, donde nace el arroyo del mismo nombre.

Dejando aparte la explicación de las especiales condiciones geomorfólogicas de la Ribera, asunto en el que no soy experto, y que además se puede consultar en páginas más especializadas, como la de mi compañero y amigo, el profesor de geología Juan Gil; consideramos que en época romana esta abundancia de agua y recursos fue decisiva para que en sus orillas del se asentara de manera definitiva la población. A continuación pasaremos a considerar en distintos puntos las huellas de este pasado romano en la Ribera:


1. La calzada romana a su paso por la Ribera.

Actualmente se asume sin discusión que la calzada romana comúnmente conocida como Vía de la Plata (iter ab Emerita Asturicam) debería coincidir con la actual Ronda de San Francisco, que desde siempre fue el camino natural para dirigirse a Mérida. J. Sanguino describía así su recorrido antes de entrar en la ciudad, paralelo a la Ribera del Marco:

Mucho más acá quedan aún las líneas del empedrado que limitaban la caja, y medido de una a otra he hallado seis metros. La dirección que trae este carril hasta llegar a la carretera de San Francisco hace presumible que la calzada, llegando al Calerizo, siguiera por lo que hoy es “Cerca de San Jorge”, donde debía de doblarse para seguir con cierto paralelismo a la antedicha carretera, pues junto al puente de la carretera y desagües de la cerca, más acá y contiguo a la tapia se advierte el empedrado como si saliera de la finca. También se ve entre la carretera y la pared del olivar del Espíritu Santo (antiguo cementerio) y continuaba tomando la parte alta de la carretera de San Francisco, entre los álamos de estas y campo actual de la feria, vía que ha seguido siendo muy frecuentada hasta nuestros días, en que llegó a estropearse de tal modo por el tránsito, que los carros fueron desviando el carril, metiéndose por aquellas tierras que son del Marqués de Castro Serna. En toda esa parte apenas se adivina ya el firme de la calzada.

Piensa mi amigo D. Vicente Paredes que ésta, al llegar a Cáceres, tomaba por la calle de Mira al Río, donde se encuentra edificada sobre un peñasco la antigua ermita de San Marcos, que fue antes
sacelo romano, y desde allí iba recta a la Puerta del Río (Arco del Cristo) y seguía el rodeo de la muralla por la calle de Caleros (…).

Desde aquí la calzada descendía hacia el barrio de San Blas y el actual cementerio, para encaminar su trazado --fácilmente identificable gracias a la fotografía aérea-- en dirección al Casar de Cáceres.

En mayo del 2007, en el transcurso de unas obras de canalización en la citada Ronda de San Francisco, a la altura de la conocida como Huerta del Conde, se descubrió un tramo de la calzada. Aunque el arqueólogo que supervisó la zanja opinaba que, efectivamente, se trataba de la vía romana; desde la Dirección General de Patrimonio se concluyó que los restos encontrados pertenecían a un camino, quizá del siglo XVI. En aquellos días, la prensa local dedicó varios artículos a valorar el curso y el resultado de las excavaciones:

- «Las obras en la Ribera del Marco dejan al descubierto un camino histórico» (HOY, 14/03/2007)

- «Los arqueólogos analizan restos de un camino histórico» (El Periódico Extremadura, 15/03/2007)



Otro testimonio importante que nos señala que el trazado de la calzada discurría paralelo a la ribera es la existencia de abundante material epigráfico, que analizaremos a continuación, así como el descubrimiento de un miliario, empotrado en la base del muro de una presa, situado detrás de la Casa-Museo Pedrilla. Aunque en su momento se denunció su hallazgo en la prensa, desde un tiempo a esta parte el miliario no se encuentra en este lugar y desconocemos notica alguna sobre su paredero. Su desaparición supone una pérdida irremplazable, pues en la superficie del miliario, embutida en la pared, como puede apreciarse en la fotografía, es posible que estuviese inscrito el número de millas. Si se hubiera podido confirmar, en el mismo tendría que aparecer marcada la milla XLV, que es la distancia a la que se encuentra este tramo de la calzada desde que parte de Mérida.

(Foto: Juan Gil)

El Itinerario de Antonino señalaba una de las mansio de la vía romana en Castris Caecilis, a XLVI millas exactas de Emerita, distancia que se cumple aproximadamente en el entorno del actual barrio de San Blas. Al respecto, tampoco expondremos aquí la polémica surgida a raíz de este dato, sobre la posible identificación del campamento de Cáceres el Viejo con Castra Caecilia, asunto que nos reservamos para futuras entradas.


2. Epigrafía romana.

Es conocido que los romanos acostumbraban a situar sus necrópolis en las afueras de las poblaciones, en torno a los caminos que entraban o salían en ellas. Por este motivo, no debe extrañarnos que a lo largo del recorrido que hemos descrito para la calzada, se hayan sucedido en diferentes épocas los hallazgos de lápidas funerarias con sus correspondientes inscripciones.

Sin entrar en demasiados detalles, remitiéndonos para ello a la bibliografía correspondiente, señalamos el lugar concreto dónde fueron encontradas y la transcripción de cada una de ellas.

1. Ermita del Espíritu Santo (actualmente empotrada en la fachada del palacio del Vizconde de Roda, en el casco antiguo de la ciudad). 2 y 3. Huerta del Conde (actualmente en el patio del palacio del Vizconde de Roda).

1) M(arcus) · Ac·ciu/s · Cresce/ns · an(norum) · LX · / h(ic) · s(itus) · e(st) · s(it) · t(ibi) t(erra) l(evis) · / C(aius) · C·ur·riu/s · Privatus / de · s(uo) · f(aciendum) · c(uravit) ·

2) L(ucius) / Gavius / Scodrin/us · an(norum) / L · / h(ic) s(itus) e(st) [---] / - - - - - -

3) L(ucius) / Magiu/[s] L(uci) · f(ilius) · T(iro) / hic · situ(s)

4. Se descubrió en 2001 en el solar donde se iba a construir el edifico para la Audiencia Provincial (actualmente se encuentra en el Museo de Cáceres, nº de inv.: D-3020).

4) Q(uintus) · Pompônius · Potêntinûs / Ser(gia tribu) · h(ic) · s(itus) · e(st) · / G(aius) · Pomponius · Potentinûs / mile(es) · C(o)hort(tis) · IIII · Praêt(orianae) / test(amento) · fieri · iussit

5 y 6. Descubiertas en los años 40 en el Campo de San Francisco y donadas al Museo Provincial (nº de inv.: 2330 y 2374). 7. Junto al puente de Fuente Concejo (en el Museo, nº de inv.: 3533).

5) D(iis) · M(anibus) · s(acrum) / Accia / M(arci) · libe(rta) / Peregri/na · an(norum) / LXXX

6) Orio M/aciae / ser(vus) an(norum) / - - - - - -

7) C(aius) Iulius / Victor / annoru(m) / XXVIII h(ic) / s(itus) · e(st) · s(it) t(ibi) t(erra) l(evis) / Cirrus c(uravit)

8. En el Puente de Vadillo (desaparecida). 9. Descubierta en 1959, durante los trabajos de explanación del solar donde se construiría el edificio de la Fundación Valhondo, que sería sede de la Facultad de Filosofía y Letras (en el Museo, nº de inv.: 2384). 10. Encontrada en 1953, durante la construcción del Seminario Diocesano (en el Museo, nº de inv.: 2381).

8) L(ucio) · N(orbano) / Rufo · an(orum) / XXIIII / Labeo / auncul(o)

9) D(iis) · M(anibus) · s(acrum) / Iulia · Silo/nis · filia / Secunda / L(ucio) · Praesen/tio · Rufinọ / filio · an(forum) / IIII mater / filio · f(aciendum) · c(uravit) · / h(ic) · s(itus) · e(st) · s(it) · t(ibi) t(erra) · l(evis)

10) A(ulus) Publici/us · Viator · / h(ic) · s(itus) · e(st) s(it) t(ibi) t(erra) l(evis)

De todas estas inscripciones, quizá merezca una especial atención la nº 4, ya sea por la especial calidad de su factura, realizada en mármol, o por el contenido del epitafio. Como hemos señalado, se descubrió durante las obras previas a la construcción del actual edificio de la Audiencia. Posiblemente formara parte de un monumento funerario o mausoleo, que desgraciadamente las máquinas excavadoras derribaron. La lápida sufrió desperfectos y se encuentra fracturada a la mitad, pero por fortuna se pudo recuperar íntegra. En ella se hace referencia a un soldado de la guardia pretoriana del emperador, que le dedica este epitafio a su hermano fallecido. Su adscripción a la tribu Sergia demuestra que ambos eran ciudadanos de la colonia Norba Caesarina.

Otra inscripción que debemos siquiera mencionar es la nº 10, porque en ella se hace alusión a la profesión del difunto, posiblemente un liberto, cuyo oficio era el de viator, es decir, mensajero. Un empleo muy apropiado para alguien que vivía en una de las mansio (casas de postas) de la Vía de la Plata.

Otras muchas inscripciones que actualmente se localizan en el barrio monumental o se exponen en el Museo, y cuya procedencia se desconoce, es muy posible que en algún momento se encontraran en las inmediaciones de la ribera y la calzada romana.


3. Restos de presas y canalizaciones.

Como señala el artículo de prensa al principio mencionado, son evidentes los restos de una pared de opus caementicium en el tramo del arroyo que discurre por encima de Fuente Fría. Quizá estemos ante los restos de una presa destinada a regar esta zona de huertas. En el mismo curso de la rivera también se pueden ver sillares de granito y restos de una pequeña alberca, con su superficie forrada de opus signinum, una especie de mortero elaborado a base de cal y ladrillos machacados, muy empleado por los ingenieros romanos para impermeabilizar este tipo de construcciones hidráulicas (v. Jean-Pierre Adam: La construcción romana. Materiales y técnicas. León: ed. de los Oficios, 2002).

Muro derribado de opus caementicium.

Restos de opus signinum ocultos por la maleza.

El suelo de buena parte de la ribera presenta un sedimento calcáreo que en algunos lugares llega a contar con más de un metro de espesor. No olvidemos que las aguas del Marco son ricas en carbonato cálcico, pues procede en buena parte, desde su nacimiento en la charca del mismo nombre, del complejo cárstico conocido como el Calerizo cacereño. El carbonato cálcico, en condiciones propicias con aguas estancadas, se precipita se deposita en el fondo del cauce formando estas características tobas calcáreas, en las que es fácil localizar fósiles de plantas y moluscos.

Toba calcárea en la Ribera del Marco.

En una época no muy lejana, quizá por causas naturales, es muy posible que hubiera provocado un estancamiento más o menos extenso del agua de la rivera; pero también es probable que los romanos construyesen represas de mayor magnitud, con el propósito de conseguir agua para el abastecimiento humano o el riego de los campos. Uno de estos pantanos pudo estar situado justo por encima de Fuente Concejo, en un lugar apropiado que señala el crestón de cuarcita que desciende desde la Montaña y prosigue hacia la parte antigua por la Torre de los Pozos.

Resulta no menos curioso que en plano militar elaborado en 1813 por Bayer, el más antiguo que existe de Cáceres, se puede observar que a Fuente Concejo se la denomina Fuente de los Romanos. Tampoco podemos olvidarnos de que no lejos de aquí J. Sanguino identificaba los restos de un sacelo o pequeño templo, también de factura romana.

Una intervención arqueológica en este punto podría demostrar si existen restos de sillares de los muros que compusieron la pared de esta presa, y poder así comprobar esta hipótesis que enunciamos. Según la misma, nos inclinamos a pensar que durante varios siglos, hasta que se arruinara la presa, gran parte del cauce de la ribera, entre la citada Fuente Concejo y Fuente Fría, estuviese inundada, posibilitando de este modo la sedimentación del carbonato cálcico. En el siguiente mapa hemos señalado a mano alzada la superficie inundada por una presa que se hubiera construido en el lugar citado.



4. Villae y domus suburbanas.

Como hemos comentado, la mansio citada en los itinerarios romanos con el nombre de Castris Caecilis, debió situarse en torno al actual barrio de San Blas. Toda la zona de la Ribera que discurre paralela a éste es un terreno de huertas, donde desde siempre se ha dado noticias de de los hallazgos más diversos: monedas, tegulae y otros materiales de construcción…, lo que viene a confirmar que en otro momento existió una población establecida en este lugar.

También hemos especificado algunos hallazgos epigráficos, tanto en los solares donde después se construyeron el Seminario y la antigua Facultad de Filosofía y Letras. En el primero se llegaron a documentar restos de mosaicos, cuando en la década de los cincuenta se instalaron cerca del mismo unas casas prefabricadas destinadas a albergar a población marginal.

Mosaicos con motivos geométricos encontrados en la zona donde estuvieron las viviendas autoconstruidas (T. Martín Gil).

El mismo entorno también fue estudiado por E. Cerrillo, que tras analizar la toponimia de algunas fincas y huertas, concluye que en la zona donde se sitúa el Edificio Valhondo debió existir una villa suburbana:

En las inmediaciones de San Blas se hallaba una propiedad denominada La Luciana. A todas luces resulta sugerente el nombre, siempre que respondiese a muchos de los nombres de propietarios romanos frecuentes en toda la toponimia peninsular. La zona pudiera relacionarse con la zona que ocupa el edificio de la Fundación Valhondo.

De todos modos no se trata del único topónimo sugerente de la zona sometida a este análisis. Se trata de una de las huertas junto al curso del agua, denominada La Torrecilla o El Torreón, situada junto al actual puente sobre la N-521, en el p. k. 45 de la misma. Dicho topónimo suele coincidir en un elevado porcentaje de los casos en los que aparece con la existencia de restos romanos. Allí fue donde J. Sanguino Michel reconoció la presencia de restos considerados como romanos.

Bibliografía:
- E. Hübner: Corpus Inscriptionum Latinarum II. Inscriptiones Hispaniae Latinae. Berlín: Reimer, 1869; nº 697, 709 y 713
- T. Martín Gil: «Últimos descubrimientos arqueológicos artísticos en la provincia de Cáceres», Revista de Estudios Extremeños, IV, 1946; pág. 405.
- S. Benito Boxoyo (1952): Historia de Cáceres y su Patrona. Cáceres: Dpto. Prov. de Seminarios de FET y de las Jons, 1952; nº 5 y 30.
- T. Pulido y Pulido: «Cáceres y la Historia. Interesante emplazamiento del Seminario Mayor»; semanario Cáceres: 23 de febrero, 2, 9, 16, 23 y 30 de marzo; 6, 13 y 20 de abril de 1953.
- J. Corchón García: «Veterrima inter Norbensia», Boletín de la Real Academia de la Historia, CXXXIV, 1954; pág. 109.
- C. Callejo Serrano: «Un lustro de investigación arqueológica en la Alta Extremadura», REE, XVIII, 2, 1962; págs. 302-305.
- Id.: «Aportaciones a la epigrafía romana del campo norbense», BRAH, CLVII, 1965; nº 26 y 27.
- Id.: «La arqueología de Norba Caesarina», Archivo Español de Arqueología, XLI; págs. 131-132, nº 117-118, 1968: nº 6, 9, 10, 15-18, 20 y 32.
- R. Hurtado de San Antonio: Corpus provincial de inscripciones latinas de Cáceres. Cáceres: Diputación provincial, 1977; nº 113, 125, 129, 136, 154, 158, 159, 164 y 165.

- C. Callejo Serrano: Los orígenes de Cáceres. Cáceres: Institución cultural «El Brocense», 1980.
- J. Bueno Rocha: «Castris Caecilis», El miliario extravagante, nº 18, octubre de 1988; pág. 21.
- J. Sanguino Michel: Notas referentes a Cáceres (facsímile del manuscrito autógrafo). Cáceres: Norba, 1996; págs. 7-13, 27-28, 36-37, 107-108 y 121-123.
- S. Celestino Pérez y J. Celestino: Comisión de Antigüedades de la Real Academia de la Historia: Extremadura. Catálogo e índices. Madrid: Real Academia de la Historia, 2000; págs. 101-102.
- E. Cerrillo Martín de Cáceres: «Epigrafía latina y transmisión de inscripciones en Cáceres entre los siglos XVIII y XIX. De los manuscritos de Simón Benito Boxoyo y Claudio Constanzo al CIL II de E. Hübner», Anales de Prehistoria y Arqueología (Murcia), nº 17-18, 2002; págs. 495-508.
- Id.:
«La villa romana de las Eras de San Blas (Cáceres)», Norba. Revista de Historia, nº 16, 2003; págs. 143-156.
- J. Salas Martín y J. Esteban Ortega: Epigrafía romana y cristiana del Museo de Cáceres. Cáceres: Museo de Cáceres, 2003; nº 22, 23, 26, 28, 33 y 34.
- E. Cerrillo Martín de Cáceres, P. Le Roux y J.L. Ramírez Sádaba: «Un pretoriano hallado en Cáceres (España)», C. Auliard y L. Bodiou (dirs.), Au jardin des Hespérides. Histoire, société et épigraphie des mondes anciens. Mélanges offerts a Alain Tranoy. Rennes: [s.n.], 2004; págs. 157-162.
- A. Rodríguez González: Paseo epigráfico por el casco antiguo de Cáceres. Cáceres: Museo de Cáceres, 2007; nº 5-7.
- E. Cerrillo Martín de Cáceres: Claudio Constanzo y la epigrafía extremeña del siglo XIX. Madrid: RAH, 2007; nº 13 y 24
- J. Esteban Ortega: Corpus de inscripciones latinas de Cáceres. I. Norba. Cáceres. Univ. de Extremadura, 2007; nº 125, 128, 130, 135-137, 144, 149, 152 y 158.
- J. C. Martín Borreguero, F. Jiménez Berrocal y A. P. Flores Alcántara: La cacereña Ribera del Marco. Cáceres: Ayto. de Cáceres, 2008; págs. 132-134.

Las pijas de mi ciudad

Decía sir Winston Churchill que «las críticas no serán agradables, pero son necesarias». Esta mañana me he despertado con ganas de criticar y no sé cómo, por eso creo la mejor manera de hacerlo, siendo agradable, es dedicarle la siguiente canción a todas las pijas de Cáceres. Espero que os guste, va por vosotras.




Adoro a las pijas de mi ciudad.
Su aroma es tan distinto
que uno se esfuerza en averiguar
el secreto de sus besos.

Su estilo de vida tan convencional
me produce tanta envidia.
Incluso el más cínico puede apreciar
la belleza de las cosas simples.

Van rompiendo los corazones
en sus coches de tres millones.

Te lo cambio por amor, te lo cambio ...
Te lo cambio por amor, te lo cambio ...
Te lo cambio por amor, te lo cambio ...
Te lo cambio por amor, el dinero ...

Cuantas veces disfruto al verlas bailar
esos ritmos latinos
o las sevillanas con esfuerzo aprendidas
para no ser menos.

No és sólo la ropa que pueden comprar,
brillan por si mismas.
Y cuando el buen tiempo las viste de estreno
cortan el aliento.

No conozco a quien se resista
a su sonrisa de dentista.

Te lo cambio por amor, te lo cambio ...
Te lo cambio por amor, te lo cambio ...
Te lo cambio por amor, te lo cambio ...
Te lo cambio por amor, el dinero que tu padre te dejó.

Las chicas modernas enseñan las piernas.
Las chicas de barrio levantan las manos.

Las chicas modernas enseñan las piernas.
Las chicas de barrio levantan las manos.

Las chicas modernas enseñan las piernas.
Las chicas de barrio levantan las manos.

Las chicas modernas enseñan las piernas.
Las chicas de barrio levantan las manos.

martes, 20 de enero de 2009

Soy un friki

No se trata sólo de Tintín o el Capitán Trueno… también soy un fanático de La Guerra de las Galaxias. Por eso mismo, mi habitación parece más la guarida del androide --o del amo del calabozo--, donde las figuras de C-3PO y R2-D2 comparten sitio, además de con tantos libros que no me caben ya en las estanterías, con maquetas, peluches, fósiles y demás enredos. A veces me cuesta encontrar un poco de espacio para guardar, por ejemplo, la ropa. Parece como si mi cuarto estuviera invadido por una especie de horror vacui, en donde cada personaje o período de la Historia reclama su puesto. En el fondo, no se trata más que de los efectos colaterales de varias pasiones que arrastro desde mi infancia.

Una de esas pasiones, como digo, tiene que ver con la saga cinematográfica de George Lucas, esa serie de películas que alguien definió como las antiguas novelas de caballerías adaptadas a los viajes interestelares. Desde pequeño me gustaron este tipo de aventuras, y aún hoy, si me encuentro con alguien que comparte mis mismas aficiones, puedo pasarme horas disertando sobre la similitud entre la orden de los Jedi y los caballeros templarios, o si el conflicto entre la Alianza Rebelde y el Imperio no es más que una traslación de la crisis de la República en la antigua Roma.


La última vez que estuve en Madrid, hace cosa de dos meses, sin poder resistirme y dejarlo para otra ocasión, tuve que ir a ver la exposición sobre Star Wars, que todavía se puede visitar en el centro del Canal de Isabel II, en la Plaza de Castilla. No me esparciré con detalles sobre la misma, porque pienso que es para verla; todo lo que pueda contaros es poco, en comparación con lo mucho que disfruté: más que un niño pequeño. Si no sois seguidores acérrimos de la saga (o si acaso sois fans de Star Trek), tampoco os preocupéis; la exposición vale por sí misma, su montaje es espectacular y los criterios museográficos son tan cuidados e incluso mejores que los que se emplean en muchos museos o exposiciones convencionales.



«Star Wars: The Exhibition» se puede visitar hasta el 15 de marzo en la Sala de exposiciones Arte Canal, Plaza de Castilla (Madrid).
Abierto todos los días de 10’00 a 21’00 horas.
Entradas, en taquilla: 10 € (general), 5 € (reducida).

lunes, 19 de enero de 2009

Aldea DOC, crónicas de Aldea Moret

No podemos negar que Aldea Moret es un barrio problemático, pero el principal problema con el que se enfrenta no es otro que la incomprensión. Ante la imagen estereotipada (y manipulada) que a menudo se empeñan en mostrarnos los medios de comunicación, un grupo de quince vecinos resolvieron no quedarse de brazos cruzados esperando ver qué decían de ellos por televisión, y así resolvieron echarse a la calle para narrar por sí mismos la realidad cotidiana del barrio y sus gentes. Convertidos en reporteros ocasionales, sin precisar de un presupuesto muy elevado, sólo con las cámaras de video de sus teléfonos móviles, entrevistaron a amigos y conocidos, que se expresaron con naturalidad y sin las reservas que el periodismo convencional nos impone.

El siguiente documental es fruto de esta experiencia y en él se describe de manera cercana y directa cómo es y cómo se vive en Aldea Moret, aparcando prejuicios y mitos. La opinión del tendero, del médico, de gitanos, payos, niños y mayores…, a pesar de los diferentes puntos de vista, parece unánime cuando todos y cada uno reafirman sus esperanzas porque el barrio mejore. Por si hiciera falta, se demuestra que Las Minas no son la zona marginal que muchos cacereños piensan, precisamente porque quizá nunca en sus vidas pasearon por sus calles y en su opinión sólo cuentan los comentarios de otros, manchados de peligroso sensacionalismo. Para servir de remedio a la incomprensión surgió esta iniciativa, un buen ejemplo de lo que se suele denominar periodismo ciudadano; que incluso se ha merecido el reconocimiento por parte de aquellos medios de información que en algún momento denostaron este barrio. Bien hecho, y enhorabuena.

domingo, 18 de enero de 2009

La batalla de Covadonga

Un ejemplo clásico de que cada cual cuenta la feria según le va, que empleando unos esos eufemismos que tanto nos gusta usar a los historiadores, podríamos explicar como un caso típico de diversidad de opiniones en el análisis de las fuentes históricas.



La batalla de Covadonga vista por los cristianos

Pelayo estaba con sus compañeros en el monte Aseuva, y el ejército de Alqama llegó hasta él y alzó innumerables tiendas frente a la entrada de la cueva (…). Alqama mandó entonces comenzar el combate, y los soldados tomaron las armas. Se levantaron los fundíbulos, se prepararon las hondas, brillaron las espadas, se encresparon las lanzas e incesantemente se lanzaron saetas. Pero al punto se mostraron las magnificencias del Señor: las piedras que salían de los fundíbulos y llegaban a la casa de la Virgen Santa María, que estaba dentro de la cueva, se volvían contra los que las disparaban y mataban a los caldeos. Y como Dios no necesita las lanzas, sino que da la palma de la victoria a quien quiere, los cristianos salieron de la cueva para luchar contra los caldeos; emprendieron éstos la fuga, se dividió en dos su hueste, y allí mismo fue, al punto, muerto Alqama y apresado el obispo Oppas. En el mismo lugar murieron 124.000 caldeos, y los 63.000 restantes subieron a la cumbre del monte Aseuva y, por un lugar llamado Amuesta, descendieron a la Liébana. Pero ni éstos escaparon de la venganza del Señor.

Crónica de Alfonso III (s. X)



La batalla de Covadonga vista por los musulmanes

Dice Isa ben Ahmad al-Razi que en tiempos de Anbasa ben Suhaim al-Qalbi, se levantó en tierras de Galicia un asno salvaje llamado Pelayo. Desde entonces empezaron los cristianos de al-Ándalus a defender contra los musulmanes las tierras que aún quedaban en su poder (…). Los islamitas, luchando contra los politeístas y forzándoles a emigrar, se habían apoderado de sus país (…) y no había quedado sino la roca donde se refugia el rey llamado Pelayo con trescientos hombres. Los soldados no cesaron de atacarle hasta que sus soldados murieron de hambre y no quedaron en su compañía sino treinta hombres y diez mujeres. Y no tenían que comer sino la miel que tomaban de la dejada por la abejas en las hendiduras de la roca. La situación de los musulmanes llegó a ser penosa, y al cabo los despreciaron diciendo «Treinta asnos salvajes, ¿qué daño pueden hacernos?».

Al-Maqqari, Nafh al-tib (s. XVII)

sábado, 17 de enero de 2009

Cáceres en 3D

Curioseando por la red, me he encontrado con estas recreaciones digitales de algunas calles y monumentos del casco antiguo. Me parece que están muy logradas, y la calidad de los detalles es admirable. Ahora recuerdo que hace tiempo un grupo de amigos adaptó de manera parecida parte de la ciudad monumental, para que sirviera de escenario en un videojuego, concretamente el Counter-Strike, que trata de combates callejeros entre terroristas y fuerzas especiales.

No sé si esto habrá sido obra de los mismos, pero a la vista del esfuerzo que habrá supuesto y la excelente calidad del resultado, pienso que no estaría mal que tuviese alguna aplicación práctica, sobre todo divulgativa: quizá para que fuera editado como una guía interactiva que poder ofrecer a los turistas, o con intenciones didácticas para colegios e institutos… No estaría mal recorrer de manera virtual las calles y callejones de la parte antigua, sobre todo para aquellos que por una razón u otra no se encuentren por aquí; pues personalmente prefiero y recomiendo pasear si hace una tarde tan apetecible y soleada como la que ahora mismo veo por mi ventana.





miércoles, 14 de enero de 2009

El Capitán Trueno y el misterio de Thule

Si la pasión por las aventuras de Tintín me viene por parte de mi padre, como he comentado en el post anterior; de mi madre heredé su gran afición por los tebeos del Capitán Trueno. Según me cuenta, de pequeña tenía cajas repletas con sus historietas, pero tras alguna mudanza acabaron extraviándose, y desgraciadamente luego no pude disfrutar tanto de aquéllos como hubiese deseado.

Seguro que no podemos considerar al Capitán Trueno como un héroe políticamente correcto para los tiempos que corren, no ya porque se dedicara a matar infieles --lo que tampoco nos debe extrañar, tratándose de una caballero cruzado--, sino porque encarnaba unos valores e ideales que ya hace años que cayeron en desuso, pero que, meditándolo, no nos vendría mal actualizar. Me refiero, por supuesto, a la amistad verdadera, la honestidad, la ayuda al prójimo, la defensa de los débiles frente a los poderosos… Pero me parece que esto ya lo comenté en otra ocasión y me estoy repitiendo, así que mejor que veamos este video-cómic que he encontrado, que recoge en toda su esencia una de las numerosas aventuras del capitán en la tierra de los vikingos.

parte 1 - parte 2 - parte 3 - parte 4

martes, 13 de enero de 2009

Tintín cumple 80 años


Aunque quién lo diría, a la vista de que sigue pareciendo un chaval. Y eso que durante estas ocho décadas no se puede decir que haya tenido tiempo para descansar: cuando no andaba buscando tesoros entre los restos de un galeón hundido en el fondo del mar; ayudaba a la policía a desmantelar redes criminales de narcotraficantes, falsificadores de dinero, comerciantes de armas o negreros; combatía con los guerrilleros de las selvas sudamericanas; desbarataba los planes de un golpe de estado contra un monarca en los Balcanes; escalaba las cimas del Himalaya y conocía al Yeti… e incluso fue el primer hombre en pisar la superficie de la Luna. En todas estas aventuras siempre contó con la compañía de su inseparable Milú, y con la ayuda inestimable de sus amigos el Capitán Haddock, el Profesor Tornasol, los detectives Hernández y Fernández o la soprano Bianca Castafiore. Demasiados viajes no exentos de riesgo que, sin embargo, no parece que le pasaran demasiada factura: más aún, antes que arredrarse, su espíritu rebosaba ímpetu y juventud, a la vista de una nueva aventura. Siempre fue el mismo, sin despeinarse el mechón pelirrojo, y sin necesidad de quitarse sus pantalones bombachos, hasta que en la década de los setenta alguien le dijo que mejor con unos vaqueros, por eso de no hacer el ridículo.


Conocéis de sobra mi afición por los cómics del joven reportero belga, pues en más de una ocasión lo he mencionado en este blog. Se trata de una pasión que me acompaña desde la infancia, y con el tiempo, en vez de disminuir, ha ido en aumento. De las pocas situaciones que todavía puedo recordar de cuando era niño, no se me borrará de la memoria cuando me sentaba al lado de mi padre y éste me leía las aventuras de Las siete bolas de cristal y El templo del Sol, que por entonces, me acuerdo, publicaban por entregas cada domingo en el suplemento de El País. Cuando aprendí a leer, fueron los primeros libros que me regalaron; y quizá por este motivo, también serían para siempre mis episodios preferidos de la serie, en los que Tintín viaja a Perú y descubre una civilización inca que sobrevive oculta en las montañas.


Después, poco a poco, me iría comprando toda la colección, y por ese cariño especial que se le concede a las primeras lecturas, y a pesar de conocerme todos los álbumes de memoria, hasta el más nimio detalle, conservo cada uno en perfecto estado y ordenados cronológicamente en una estantería. Junto a ellos tengo otras obras, más específicas y propias de coleccionistas, o de otros personajes creados por Hergé, como los traviesos Quique y Flupi.



En mi reciente viaje a Bruselas, aunque me quedé con ganas de ver el Museo del Cómic, no pude resistir la tentación de gastarme el dinero en una de las tiendas de Tintín. En Bélgica, todo el merchandising que rodea a las aventuras de Tintín está monopolizado por las tiendas oficiales, que, por cierto, son un poco caras. Aun así, cedí a la tentación y además de un Milú de peluche, postales, llaveros y otros zarrios, acabé comprándome esta maqueta, que reproduce la portada de El cangrejo de las pinzas de oro. Lo sé, no tengo remedio… ni remordimiento.


No quisiera soltaros más rollo, además tampoco son horas, aunque podría ponerme a contar y no parar… Por ejemplo, también me gustaría comentaros que, si bien todo el mundo sabe que la profesión de Tintín es la de reportero, nunca se le ve escribiendo una crónica, ni tampoco se sabe para qué periódico trabaja. Sólo en La oreja rota aparece tomando notas para un hipotético artículo sobre un robo en el museo, que después no llega a escribir. ¿Era un vago? ¿De dónde obtenía sus ingresos? Son preguntas que tampoco vienen al caso, y que quizá trate de contestar en otra ocasión. Por ahora, os dejo con estos capítulos de la serie de dibujos animados, que recrean los dos cómics que antes mencioné y dije que son mis favoritos: Las siete bolas de cristal y El templo del Sol. Buenas noches.



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