El pasado sábado fui a ver al cine Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal, el último y tan esperado episodio de la saga que protagoniza el arqueólogo más famoso de todos los tiempos (con el permiso de don Heinrich Schliemann). Pero no voy a hablar ahora de la película; además, como sabéis que tratándose del doctor Henry Jones no sería imparcial, lo mejor que puedo hacer es recomendaros que vayáis a verla y después juzguéis por vosotros mismos.
Todas las películas de Indiana Jones tienen como motivo principal de su argumento la búsqueda de un objeto a la vez mágico y misterioso, ya sea el Arca de la Alianza, las piedras de Shankara o el Santo Grial. En esta ocasión, como el mismo título adelanta, se trata de una calavera de cristal relacionada con una antigua civilización precolombina. Pero como en casi todas las películas de este tipo, y en alguna que otra novela que luego se convierte en best-seller, no inventan nada nuevo, ya que guionistas y escritores lo que hacen es asumir historias y leyendas que eran conocidas desde siempre, que después adulteran y enlazan según les convenga, para obtener como resultado un atractivo argumento, fácilmente digerible por el público.
Calaveras de cristal existen muchas, repartidas por distintos museos del mundo y en colecciones particulares, aunque lo más probable es que la mayoría de ellas no sean más que meras falsificaciones. La más conocida de todas, y también la más enigmática, es quizá la llamada Calavera del Destino, que fue descubierta por en arqueólogo inglés F. A. Mitchell-Hedges en 1927 cuando excavaba una pirámide maya en Lubaantun (Belice). O al menos eso es lo que él aseguraba, porque sus detractores le acusaban de haberla adquirido en 1943 en una subasta en Sotheby’s. Lo cierto es que Mitchell-Hedges no debía diferenciarse mucho de Indiana Jones o de otros arqueólogos de su misma estirpe, como el ya citado Schliemann o el también alemán Adolf Schulten, no sólo por sus métodos, que hoy día escandalizarían a cualquier profesional del gremio, sino porque a él también le acompañaba una obsesión: encontrar la localización exacta de la Atlántida. Para ello se embarcó en las más dispares expediciones, que le llevaron a recorrer buena parte de Sudamérica y en las que fue recogiendo toda clase de objetos de las antiguas culturas precolombinas. En uno de sus viajes llegó incluso a ser capturado por los hombres de Pancho Villa y, después de salvar la vida, estuvo luchando junto a ellos (1913). Todo un personaje sobre el que bien valdría escribir su biografía o, mejor aún, una novela.
Calaveras de cristal existen muchas, repartidas por distintos museos del mundo y en colecciones particulares, aunque lo más probable es que la mayoría de ellas no sean más que meras falsificaciones. La más conocida de todas, y también la más enigmática, es quizá la llamada Calavera del Destino, que fue descubierta por en arqueólogo inglés F. A. Mitchell-Hedges en 1927 cuando excavaba una pirámide maya en Lubaantun (Belice). O al menos eso es lo que él aseguraba, porque sus detractores le acusaban de haberla adquirido en 1943 en una subasta en Sotheby’s. Lo cierto es que Mitchell-Hedges no debía diferenciarse mucho de Indiana Jones o de otros arqueólogos de su misma estirpe, como el ya citado Schliemann o el también alemán Adolf Schulten, no sólo por sus métodos, que hoy día escandalizarían a cualquier profesional del gremio, sino porque a él también le acompañaba una obsesión: encontrar la localización exacta de la Atlántida. Para ello se embarcó en las más dispares expediciones, que le llevaron a recorrer buena parte de Sudamérica y en las que fue recogiendo toda clase de objetos de las antiguas culturas precolombinas. En uno de sus viajes llegó incluso a ser capturado por los hombres de Pancho Villa y, después de salvar la vida, estuvo luchando junto a ellos (1913). Todo un personaje sobre el que bien valdría escribir su biografía o, mejor aún, una novela.
F. A. Mitchell-Hedges, primero por la izquierda, poco antes de partir en uno de sus viajes por Sudamérica.
La calavera de Mitchell-Hedges está formada por los dos bloques de cuarzo --el cráneo y la mandíbula--, mide 13,3 cm. de largo y ancho, y pesa unos 5 kilos. La representación es anatómicamente perfecta, y llama sobre todo la atención el brillo intenso de los ojos, que parece conseguido mediante un tratamiento del pulido diferente al resto. Pero lo que de verdad hace que este objeto sea considerado algo fuera de lo común es la imposibilidad de determinar ni cuando ni cómo fue tallado. El cristal de roca con el que está elaborado presenta un grado de dureza de siete sobre diez en la escala de Mohs, por lo que se deduce que sólo mediante fundición del mineral y utilizando un molde, el tallado con otras piedras de igual o superior dureza (como el diamante) o con un láser, podría haberse obtenido algo parecido. Pero los mayas no poseían tal capacidad técnica.
El mismo Mitchell-Hedges tenía su propia teoría sobre el origen de la calavera. En sus memorias, escritas en 1954 y tituladas Danger my ally («El peligro, mi aliado»), decía lo siguiente:
La Calavera del Destino es de cristal de roca puro y, según los científicos, hacerla debió llevar unos 150 años, generación tras generación, trabajando todos los días de sus vidas, frotando con arena una inmenso bloque de cristal de roca hasta que finalmente emergió el cráneo perfecto. Tiene al menos 3.600 años y, de acuerdo con la leyenda, el gran sacerdote de los mayas la utilizaba en la celebración de ritos esotéricos. Dicen que, cuando invocaba a la muerte con la ayuda de la calavera, la muerte siempre acudía. Se la considera la encarnación de todo mal.
Mitchell-Hedges apenas volvió hablar acerca de la calavera de cristal, a pesar de que a la vista de todos se trataba de un descubrimiento sorprendente. Quizá pretendiera que no se conociera su verdadero origen, pues entre todo resulta demasiado sospechoso que no exista ninguna fotografía ni siquiera una referencia en los diarios de excavaciones de la campaña de Lubaantun. El arqueólogo también dejó escrito: «Sobre la siniestra Calavera del Destino de la que tanto se ha escrito, tengo razones para no revelar cómo llegó a mis manos». ¿Sería cierto que Mitchell-Hedges adquirió o encontró la calavera años después y dijo que procedía de sus excavaciones en Belice?
Tras su muerte en 1959, su familia entregó el cráneo a los laboratorios de Hewlett Packard para su estudio. En los mismos pudo comprobarse que el cristal fue tallado en contra de su eje natural, lo que ni siquiera con la más moderna tecnología, incluido el láser, se ha conseguido hacer todavía, pues el cuarzo siempre se acabaría fragmentando. Otra de las conclusiones sorprendentes de su estudio fue que no hallaron evidencia ni rastro de que se hubieran utilizado herramientas metálicas en su fabricación. El tiempo le daba la razón a la teoría que enunciara el propio Mitchell-Hedges: la calavera fue hecha de pura roca cristalina en un proceso de construcción que, generación tras generación, abarcó entre 150 y 300 años. Por su parte, los expertos del British Museum, que también estudiaron la calavera, se decidieron a adscribirla a la civilización azteca, fechando el origen (con muchas dudas) alrededor del 1300-1400 d.C.
Aunque, como hemos dicho, las calaveras de cristal son representaciones casi idénticas de las de un esqueleto humano, la que aparece en la película de Indiana Jones tiene forma alargada. Esto es porque han mezclado el misterio que rodea a estos objetos con el de otros con los que nada tienen que ver: me refiero a los cráneos deformados de Ica (Perú). Se trata de los restos de unas momias pertenecientes a la Cultura Paracas, de época preincaica (700-200 a.C.), que presentan el cráneo deformado, quizá por motivos rituales o religiosos. Según los investigadores, estas deformaciones se conseguían aplicando, desde el mismo momento del nacimiento, unas almohadillas con armazón de varillas, que oprimían la frente y la parte posterior de la cabeza, modelándola con esa apariencia cónica. Pero esta es otra historia, que, repito, nada tiene que ver con las calaveras de cristal mesoamericanas.
Parece ser que la National Geographic, aprovechando el tirón de la película de Indiana Jones, está grabando un documental sobre los famosos cráneos de cuarzo, que posiblemente estrenará en otoño. Quizá tengamos que esperar hasta entonces conocer algo más sobre las enigmáticas calaveras, cómo fueron fabricadas, qué sentido o función tenían, o saber si finalmente todo no forma parte más que de un mito convertido en patraña alrededor de unas vulgares falsificaciones.