Tras más de una semana de ausencia, regreso a la calidez del hogar… y se agradece más que nunca, pues este clima no es el mejor para andar por esos mundos de dios. Seguramente más de uno me haya echado de menos durante estos días, y también supongo quién se frotaba las manos imaginándose que me hubiera podido ocurrir algo; pero para contento de unos y desasosiego de otros, de nuevo estoy aquí, dispuesto a seguir dando la vara y escribiendo, que es gerundio, siempre con la premisa de saciar curiosidades y, de paso, servir de martillo contra algún hereje.
Si alguien todavía no lo sabe, la semana pasada anduve por tierras flamencas, visitando esos territorios que, como tantos otros, en una época heroica y ya muy lejana, pertenecieron a al imperio que solían llamar español. Es decir, que me fui a dar un paseo por Bélgica, país del chocolate, la cerveza y los cómics.
El lunes bien temprano, a las seis de la mañana, a la hora que se despiertan los valientes, cogimos el Auto-res --aunque ahora se llama Avanza-- que nos llevaría hasta Madrid. Tras sortear los atascos de rigor y tras participar en una enloquecida carrera en taxi por las calles de la capital, pudimos llegar al aeropuerto in extremis, a punto de perder el vuelo.
Cuando llegamos a Bruselas estaba nevando y el frío era morrocotudo, pero al volver a casa me he dado cuenta que esto era una excepción y que el descenso de las temperaturas era, y sigue siendo, general en todo el continente. Esa misma tarde, sin apenas tregua para quedar las maletas en el hotel, volvimos a coger el tren rumbo a Brujas.
Si alguien todavía no lo sabe, la semana pasada anduve por tierras flamencas, visitando esos territorios que, como tantos otros, en una época heroica y ya muy lejana, pertenecieron a al imperio que solían llamar español. Es decir, que me fui a dar un paseo por Bélgica, país del chocolate, la cerveza y los cómics.
El lunes bien temprano, a las seis de la mañana, a la hora que se despiertan los valientes, cogimos el Auto-res --aunque ahora se llama Avanza-- que nos llevaría hasta Madrid. Tras sortear los atascos de rigor y tras participar en una enloquecida carrera en taxi por las calles de la capital, pudimos llegar al aeropuerto in extremis, a punto de perder el vuelo.
Cuando llegamos a Bruselas estaba nevando y el frío era morrocotudo, pero al volver a casa me he dado cuenta que esto era una excepción y que el descenso de las temperaturas era, y sigue siendo, general en todo el continente. Esa misma tarde, sin apenas tregua para quedar las maletas en el hotel, volvimos a coger el tren rumbo a Brujas.
Brujas es una ciudad que basó su riqueza y prosperidad en el comercio, bajo la protección de los condes de Flandes. La emergente industria de lana posibilitó el crecimiento de la ciudad, que se rodeó de una muralla, y en el siglo XIII entró a formar parte de la Liga Hanseática. Convertida en una de las ciudades más ricas de Europa, los comerciantes y artesanos no admitieron la creciente dependencia del condado de Flandes respecto a la corona francesa. En 1302 estalló una cruenta revuelta que se saldó con la derrota francesa en la conocida como la batalla de las Espuelas de Oro. En el siglo XV, el duque de Borgoña Felipe III el Bueno estableció su corte en Brujas, lo que trajo mayor prosperidad, si cabe, y una importante actividad cultural. En el siglo XVI los canales cegados de sedimentos eran cada vez más difíciles de transitar para los barcos, por lo que Brujas fue perdiendo su hegemonía frente a otras ciudades como Ámsterdam o Amberes.
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