En el mundo de la blogosfera uno puede conocer a gente de lo más interesante y variopinta, que suele dedicar su tiempo libre a compartir con los demás su pasión y sus conocimientos sobre algunos temas --en este caso la Historia-- ya sea escribiendo en su blog o participando en el de los demás. Hace unas semanas, una de estas personas, que emplea el seudónimo de
Minerva para ahondar en la desconocida y, a veces, despreciada historia de las mujeres, en su blog titulado
Ellas en la Historia, tuvo a bien concederme un premio, que ahora luzco orgulloso al final del todo en esta página.
Minerva es natural de
Lima, al otro lado del charco, y por esto prometí que le dedicaría una entrada, en la que pensaba hablar sobre una mujer, destacada y valerosa, que nació en Cáceres y, como otros tantos hombres y mujeres de su época, un día nos dejó para participar en la épica conquista del Nuevo Mundo. Afortunadamente, a nuestra ciudad no le faltan recursos para poder hermanarnos con nuestros amigos sudamericanos.

Si
Plasencia tiene a
Inés de Suárez, de la que tanto se ha hablado y escrito hasta la saciedad, en Cáceres no íbamos a ser menos y contamos con doña Mencía de los Nidos, otra heroína de la conquista de
Chile. Pero hay una diferencia: mientras que en Plasencia doña Inés es reconocida y conocida por todos sus vecinos, aquí, en esta pobre de espíritu capital de provincias, la de los Nidos no cuenta ni siquiera con una mísera calle en donde figure su nombre. En fin, luego nos quejamos y tenemos lo que nos merecemos.
Doña Mencía Álvarez de los Nidos nació en Cáceres entre
1514 y
1518. Era hija de Francisco de los Nidos y Beatriz Álvarez Copete, matrimonio que tuvo nada menos que siete hijos, de los cuales cinco pasaron a Indias: Gonzalo, Francisco y Jerónimo de los Nidos, la misma Mencía y su hermana Juana Copete de Sotomayor. Los Nidos eran una de las familias más antiguas de Cáceres, ya que alguno de sus antepasados se asentó por estas tierras allá en el siglo XIII, tras acompañar en sus huestes al rey
Alfonso IX para la reconquista de la ciudad. Pero con este trasvase hacia las Américas, el linaje se extinguió y no quedó más recuerdo suyo en la villa que el nombre de una calle, esquina con Sancti Spiritus que baja hasta la Plaza de las Canterías, donde estuvo la casa de don Alonso de los Nidos, diputado de Santiago, que vivió la friolera de 115 años entre los siglos XV y XVI.
La calle de Nidos (Cáceres)
El padre de Mencía poseía unas casas en la calle Tiendas --entonces conocida como calle de la Rúa--, que vendió a Hernando de Ovando --el hermano de
frey Nicolás--, cuyos solares integró en su palacio. Los Nidos también tenían un pago de viñas, conocida como «la Mata de los Nidos» y que hoy llamamos «la Viña de las Matas», a la izquierda del camino que une el
Casar de Cáceres con
Arroyo de la Luz. Una vez extinguido este linaje, el mayorazgo de la familia recayó primero en los Espadero y, más tarde, en los duques de Almodóvar del Valle.
Mencía y sus hermanos llegaron a América a principios de la década de los cuarenta. Jerónimo, al igual que su paisano Juan Rodríguez de Villalobos, se asentó en
Cuzco, donde se dedicó al rentable negocio de la minería. Cuentan las crónicas que, en tan sólo cuarenta días, logró obtener 4.986 pesos de oro y 669 marcos de plata, por lo que se convirtió en uno de los hombres más ricos de la comarca. Sin embargo, su hermano Gonzalo tuvo peor suerte, ya que se unió a la facción de su tocayo
Gonzalo Pizarro y ya sabemos de qué mala manera acabaron siempre las empresas de los conquistadores trujillanos. Gonzalo de los Nidos fue condenado a muerte, de una manera tan cruel y desagradable, que prefiero omitirla, a no ser que alguien por su interés macabro me insista para que se la cuente.
Tras la ejecución de su hermano (
1548), doña Mencía de los Nidos se instaló en Chile, concretamente en la ciudad de
Concepción. Fue aquí donde se forjó la leyenda de esta inmortal dama cacereña. En
1554, tras la
batalla de Marigüeñu contra los
indios araucanos, el gobernador
Francisco de Villagrán (sucesor de
Pedro de Valdivia) ordenó la evacuación de la población, ya que sobre ella se cernía el peligro inminente de una emboscada de los indígenas. Doña Mencía, que se encontraba enferma y postrada en la cama, al notar que sus vecinos huían ya despavoridos, dejando la ciudad a merced de los indios, les arengó con pasión y convicción para que cejaran en su cobardía y regresaran a sus casas. Según Guillermo Cox y Méndez, la cosa sucedió tal que así:
No se conformó el vecindario con tal resolución, y aun entre las mujeres causó disgusto tal, que hablaban ellas de quedarse en la ciudad para defender sus casas y haciendas hasta la muerte; y aún hubo una señora extremeña llamada doña Mencía de los Nidos que, cogiendo un montante(1), se puso en medio de la plaza a arengar a los vecinos, y al mismo Villagrán llegó a decir que la idea de abandonar la ciudad sólo podía haber nacido en el pecho de «algún hombrecillo sin ánimo». Le respondió el gobernador que si ella hubiera pronunciado aquel discurso en la antigua Roma, sin duda los romanos le hubieran levantado un templo; pero que en Concepción estaba todo aquello muy fuera de su lugar. Se rieron con esto sin duda los oyentes, y el discurso de la valerosa doña Mencía no produjo efecto alguno, pues apenas entró por un oído / cuando ya por el otro era salido
, si hemos de creer al cantor de La Araucana
.
(1) Espadón de grandes gavilanes que es preciso esgrimir con ambas manos.
Vista actual del campus universitario de la ciudad de Concepción (Chile)
Como vemos, de poco sirvieron las aguerridas palabras de doña Mencía, pues nada hizo cambiar de opinión al gobernador y al final se evacuó la ciudad, que a merced de los indios, fue saqueada y quemada. Se ha discutido mucho sobre si doña Mencía se llegó a encarar de verdad con Villagrán, el gobernador, pero de lo que no cabe duda es que a la cacereña no le faltaban reaños. Apenas sabemos nada sobre la fecha, el lugar ni las circunstancias de su muerte, así como si estuvo casada o tuvo hijos; pero la escasez de referencias históricas no es impedimento para que la leyenda de doña Mencía de los Nidos continúe viva en la ciudad de Concepción, mientras que en esta otra que la vio nacer se la ha olvidado por completo.
Mi compañero en este afán internauta,
Francisco Acedo, me comentaba que tenía escrito un drama sobre esta heroína cacereña. Esperemos que se estrene pronto y ojalá, quizá así, la figura de doña Mencía de los Nidos sea justamente recordada por todos los cacereños.
El poeta de
Alonso de Ercilla cantó las virtudes y las hazañas de la de los Nidos en su obra épica
La Araucana. Sirvan sus versos de colofón y homenaje:
Doña Mencía de Nidos, una dama
noble, discreta, valerosa, osada,
es aquella que alcanza tanta fama
en tiempo que a los hombres es negada;
estando enferma y flaca en una cama,
siente el grande alboroto y esforzada
asiendo de una espada y un escudo,
salió tras los vecinos como pudo.
Ya por el monte arriba caminaban,
volviendo atrás los rostros afligidos
a las casas y tierras que dejaban,
oyendo de gallinas mil graznidos;
los gatos con voz hórrida maullaban,
perros daban tristísimos aullidos:
Progne con la turbada Filomena
mostraban en sus cantos grave pena (2).
Pero con más dolor doña Mencía,
que dello daba indicio y muestra clara,
con la espada desnuda los seguía,
y en medio de la cuesta y dellos para;
el rostro a la ciudad vuelto, decía:
«¡Oh valiente nación, a quien tan cara
cuesta la tierra y opinión ganada
por el rigor y filo de la espada!,
decidme ¿qué es de aquella fortaleza,
que contra los que así teméis mostrastes?
¿Qué es de aquel alto punto y la grandeza
de la inmortalidad a que aspirastes?
¿Qué es del esfuerzo, orgullo, la braveza
y el natural valor de que os preciastes?
¿Adónde vais, cuitados de vosotros,
que no viene ninguno tras nosotros?
¡Oh cuántas veces fuistes imputados,
de impacientes, altivos, temerarios,
en los casos dudosos arrojados,
sin atender a medios necesarios;
y os vimos en el yugo traer domados
tan gran número y copia de adversarios,
y emprender y acabar empresas tales
que distes a entender ser inmortales!
Volved a vuestro pueblo ojos piadosos,
por vos de sus cimientos levantado;
mirad los campos fértiles viciosos
que os tienen su tributo aparejado;
las ricas minas y los caudalosos
ríos de arenas de oro y el ganado
que ya de cerro en cerro anda perdido,
buscando a su pastor desconocido.
Hasta los animales que carecen
de vuestro racional entendimiento,
usando de razón, se condolecen,
y muestran doloroso sentimiento;
los duros corazones se enternecen
no usados a sentir, y por el viento
las fieras la gran lástima derraman
y en voz casi formada nos infaman.
Dejáis quietud, hacienda y vida honrosa
de vuestro esfuerzo y brazos adquirida,
por ir a casa ajena embarazosa
a do tendremos mísera acogida.
¿Qué cosa puede haber más afrentosa,
que ser huéspedes toda nuestra vida?
¡Volved, que a los honrados vida honrada
les conviene o la muerte acelerada!
¡Volved, no vais así desa manera,
ni del temor os deis tan por amigos,
que yo me ofrezco aquí, que la primera
me arrojaré en los hierros enemigos!
¡Haré yo esta palabra verdadera
y vosotros seréis dello testigos!
¡Volved, volved!» gritaba, pero en vano,
que a nadie pareció el consejo sano.
Como el honrado padre recatado
que piensa reducir con persuasiones
al hijo, del propósito dañado,
y está alegando en vano mil razones;
que al hijo incorregible y obstinado
le importunan y cansan los sermones:
así al temor la gente ya entregada
no sufre ser en esto aconsejada.
Ni a Paulo le pasó con tal presteza
por las sienes la iáculo serpiente,
sin perder de su vuelo ligereza,
llevándole la vida juntamente,
como la odiosa plática y braveza
de la dama de Nidos por la gente;
pues apenas entró por un oído
cuando ya por el otro había salido.
Sin escuchar la plática, del todo
llevados de su antojo caminaban;
mujeres sin chapines por el lodo
a gran priesa las faldas arrastraban;
fueron doce jornadas deste modo
y a Mapochó al fin dellas arribaban (3).
Lautaro, que se siente descansado (4),
me da priesa, que mucho me he tardado.
(Canto VII, octavas 20-31)
(2) Hijas de Pandión, rey de Atenas, a quienes los dioses convirtieron en pájaros para poder huir del tracio Tereo, que las buscaba para matarlas: Progne se transformó en golondrina y Filomena (o Filomela) en ruiseñor.
(3) Río situado en la actual área metropolitana de Santiago de Chile.
(4) Nombre de líder mapuche que dirigió la revuelta contra los españoles († 1557).
Bibliografía:
- Alonso de Ercilla y Zúñiga (ed. y pról. de José Luis de la Fuente):
La Araucana. Dueñas (Palencia): Simancas, [2003].
- Alonso de Góngora Marmolejo:
Historia de Chile: desde su descubrimiento hasta el año 1575. [Santiago de Chile]: Edit. Universitaria, [1969?].
- Guillermo Cox y Méndez:
Historia de Concepción. Manuscrito inédito, [1887].
- Publio Hurtado:
Ayuntamiento y familias cacerenses. Cáceres: [s.n.], [1918] (Tip. Luciano Jiménez Merino).
- José de Rújula y Ochotorena, Marqués de Ciadoncha; Antonio del Solar y Taboada:
Doña Mencía de los Nidos. Badajoz: [s.n.], 1943 (Tip. Vda. de Antonio Arqueros).
- Luis de Roa y Ursúa:
El Reyno de Chile, 1535-1810: estudio histórico, genealógico y biográfico. Valladolid: Instituto «Jerónimo Zurita» (CSIC), 1945.
- Fernando Campos Harriet:
Historia de Concepción, 1550-1970. [Santiago de Chile]: [Edit. Universitaria], [1982].
- Óscar Espinosa Moraga: «El linaje de los Nidos de Cáceres a Santiago de Chile», Revista de Estudios Históricos (Santiago de Chile), nº 31, 1986, págs. 217 y ss.
- Fernando García Morales: «La calle de Nidos», HOY, 16 de diciembre de 1989.
- José Miguel de Mayoralgo y Lodo, Conde de los Acevedos: La nobleza cacereña y sus armerías: conferencia pronunciada en Cáceres el 28 de noviembre de 1988. Cáceres: Asociación Española de Estudios Genealógicos y Heráldicos, 1990, págs. 17-18.
- José Miguel de Mayoralgo y Lodo: La familia de doña Mencía de los Nidos: heroína cacereña en la conquista de Chile. Cáceres: Instituto de Estudios Heráldicos y Genealógicos de Extremadura, 1994.
- Antonio Bueno Flores; José Miguel de Mayoralgo y Lodo: Cien personajes cacereños de todos los tiempos. [Badajoz]: Corporación de Medios de Extremadura, [2004], págs. 26 y 32.