Qué coincidencia. El viernes me refería a él como «el decano de los inmigrantes musulmanes de Cáceres» y hoy aparece en el periódico. Se trata de Amimi, a quien todos los cacereños conocemos como el moro de la plaza, no por nada despectivo, sino porque, al menos desde que yo tengo uso de razón, forma parte del paisaje cotidiano de nuestra ciudad. Muchos años antes que la inmigración magrebí se convirtiese en un fenómeno masivo, Amimi ya regateaba con los turistas junto a su banasta de plástico amarillo, rebosante de baratijas, dándole a nuestras calles cierta evocación y aire oriental que no se veían por aquí desde 1229, cuando los leoneses conquistaron la ciudad y expulsaron a los almohades. Vestido con su inseparable chilaba azul y una takia blanca en la cabeza, parece que por él no pasa el tiempo, pues le veo tal cual como le recuerdo en los años de mi infancia, cuando colocaba su mercancía al lado de tienda de mi abuelo y el estanco de la señora Nati. El antropólogo Rachid El Quaroi le ha dedicado un estudio que, aparte de ser interesante para conocer la sociología de la primera generación de inmigrantes marroquíes en nuestro país, nos permitirá saber más de la hasta ahora enigmática vida de este entrañable personaje cacereño.
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Hace 7 años
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