domingo, 10 de febrero de 2008

La leyenda de las yeguas lusitanas

Ayer estuve de excursión en Alter do Chão, una bonita localidad en cuyas inmediaciones se encuentra el mayor criadero de caballos de Portugal, la Coudelaria Alter-Real, fundada por el rey D. João V en 1748. Durante toda la mañana recorrimos sus instalaciones y tuvimos la ocasión de admirar los ejercicios de monta y doma de los alumnos de la escuela de equitación. En los pastos de alrededor, los caballos más jóvenes disfrutaban de la vida al aire libre, mientras que en las cuadras estaban los machos elegidos para la competición y las yeguas dedicadas sólo a dar a luz. Entre éstas había un buen número de las famosas yeguas lusitanas, de la raza también conocida como garrana, características por su color tordo y complexión musculosa.


Admirando la belleza y el porte de estos animales, enseguida vino a mi mente el recuerdo del mito clásico. Quizá se trate de una de las más antiguas leyendas relacionadas con Hispania, a la que incluso Homero hace referencia en la Ilíada, y que nos cuenta que estas yeguas lusitanas eran fecundadas por el viento del Oeste, el Zephyrus, como lo llamaban los griegos. De tal unión las yeguas daban a luz unos potros veloces «como el viento», aunque solían tener muy corta vida. Los caballos lusitanos fueron admirados en las carreras que se celebraban en cada uno de los confines del Imperio romano, y era tal la pasión que se sentía por ellos que, en no pocas ocasiones, aparecen representados en mosaicos, como el tan conocido en la villa de Torre de Palma, en Monforte, muy cerca precisamente de Alter do Chão.


Recientemente, Alicia M. Canto defendía la posibilidad de que el mito de las yeguas lusitanas tuviera un trasfondo racional. La profesora de la Universidad Autónoma proponía la teoría de que podíamos estar ante un caso de partenogénesis provocado por una bacteria. Ésta, cuyo nombre científico es Wolbachia, puede desencadenar la procreación de las hembras, sin intervención de ningún macho. El resultado es que la yegua siempre va a parir una hembra, idéntica genéticamente a su madre: lo que en nuestro lenguaje cotidiano conocemos desde hace tiempo como un clon. Esta circunstancia explicaría también el porqué de la corta vida de los potros lusitanos, pues si se recuerda el caso de la oveja Dolly, los animales que hasta el momento han nacido mediante técnicas de clonación no alcanzaron en ningún caso la esperanza de vida de su especie.

Me pregunto si la Ciencia podrá explicar en adelante el significado de otros mitos, como, por ejemplo, el de las alas de Pegaso o los cabellos de serpiente de Medusa.

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