Ayer recibí una grata sorpresa al leer en el periódico Hoy que Leopoldo, «el hombre de la bici», del que nadie tenía noticia desde hacía tiempo, se encontraba en perfecto estado de salud, y si no se sabía nada de él era porque estaba ingresado en el psiquiátrico de Mérida. Leopoldo fue el anti-héroe de mi infancia. Lo recuerdo con su inseparable bicicleta; sus varios pares de abrigos, vestido con unos encima de los otros, aunque estuviéramos en pleno mes de agosto; y aquellas barbas de ogro, aunque nunca me lo pareció, sino más bien todo lo contrario, un hombre reservado pero respetuoso y pacífico. Era un personaje singular, una especie de don Quijote sobre ruedas. Me parece que hace años un periodista logró hacerle una entrevista, pero aún así, el mayor misterio de Leopoldo continuó siendo su origen.
En una ciudad como Cáceres, tan provinciana y dada a elucubraciones, todos especulaban por qué Leopoldo un buen día había decidido disfrazarse de aquella guisa y recorrer el mundo --entiéndase su mundo por Cánovas, Gil Cordero, Avenida de Alemania, Hernán Cortes, etc.--, pocas veces montado en su bicicleta, como si no quisiera gastar neumático y la reservara para un viaje más importante. El caso es que unos decían que si era trapecista de un circo que había llegado a Cáceres hacia años, que se cayó intentando atravesar la cuerda floja y del golpe en la cabeza se quedó majara. Aunque lo más recurrente era atribuirle la profesión de afamado cirujano --pero eso sí, nacido en Malpartida--, y que en un difícil trance, tuvo que operar a su propio hijo a vida o muerte, y, desgraciadamente, éste se le fue entre las manos. Reconozco que tampoco me interesé por saber realmente quién era Leopoldo, pero quizá fue mejor así, y en mi recuerdo siempre seguirá manteniendo un halo legendario; ya que en esta ciudad, desde que Francisco de Godoy regresó de las Indias allá por el 1545, no hemos gozado de la presencia de muchos personajes mitológicos.
Hace ya varios años circuló el rumor --difundido además por la policía local-- de que se habían encontrado a Leopoldo muerto en un portal. Creo incluso recordar que me dijeron que al lado del Bingo Cánovas. Pero una vez más la mentira había tratado de eliminar a uno de nuestros hombres ilustres. Hace seis años, en verano, me encontré a Leopoldo en Mérida: su inconfundible silueta nos había abandonado por la capital de la provincia (romana, me refiero), porque, según parece, aquí unas beatas insistían en incordiarle para que se dejase asear y, continuamente, le ofrecían alimento y atenciones. Pero Leopoldo era muy suyo. Y en Mérida sigue, vivo y disfrutando de buena salud, y aunque haya aparcado para siempre su bicicleta, el mito de Leopoldo seguirá siempre presente en nuestros corazones.
Hace ya varios años circuló el rumor --difundido además por la policía local-- de que se habían encontrado a Leopoldo muerto en un portal. Creo incluso recordar que me dijeron que al lado del Bingo Cánovas. Pero una vez más la mentira había tratado de eliminar a uno de nuestros hombres ilustres. Hace seis años, en verano, me encontré a Leopoldo en Mérida: su inconfundible silueta nos había abandonado por la capital de la provincia (romana, me refiero), porque, según parece, aquí unas beatas insistían en incordiarle para que se dejase asear y, continuamente, le ofrecían alimento y atenciones. Pero Leopoldo era muy suyo. Y en Mérida sigue, vivo y disfrutando de buena salud, y aunque haya aparcado para siempre su bicicleta, el mito de Leopoldo seguirá siempre presente en nuestros corazones.
El artículo al que me refiero fue publicado ayer, 13 de febrero, en el periódico Hoy:
http://www.hoy.es/20080213/caceres/nueva-vida-leopoldo-20080213.html
1 comentario:
leopoldo no era medico era fotografo
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