En su momento no pude ver la serie Roma, que emitieron en la Cuatro hace más de dos años. He esperado a tener los DVDs que vienen con la Historia National Geographic para disfrutarla del tirón. Después de haberme ventilado los doce capítulos, coincido con aquellos que me la recomendaron: es la mejor serie de la historia de la televisión. También es cierto que ha sido la que más dinero ha costado.
Nunca ninguna película o serie había retratado de una manera tan profundamente realista la vida cotidiana y había relatado con tanta fidelidad los avatares políticos de los últimos años de la República romana. La serie Roma tiene un precedente en Yo, Claudio de mediados de los setenta, pero bien es cierto que ésta se basaba en las novelas del genial Robert Graves. Tampoco quisiera abrumar con argumentos que justifiquen porque considero que esta serie es la mejor que he visto por la televisión en mucho tiempo, pero es que lo tiene todo: aparte del vestuario, la ambientación y los decorados, que son lo más fidedignos posibles (he ahí los buenos asesores históricos con que habrá contado), la trama encaja perfectamente con los sucesos de las últimas guerra civiles, antes de que Roma se convirtiese en imperio; los diálogos son muy inteligentes, con algunos guiños a los textos clásicos; y la interpretación es magnífica, con actores perfectamente caracterizados y que representan a la perfección los estereotipos de los personajes más conocidos de este convulso periodo de la Historia.
No obstante, como los que me conocen saben que una de mis aficiones preferidas es destripar las películas y que mi ojo crítico disfruta encontrando errores y anacronismos, aunque, lo repito, he disfrutado como nunca viendo Roma y la considero la mejor serie de la historia de la televisión, no me resisto ha hacer algunas puntualizaciones, sobre todo respecto al tratamiento y la caracterización de algunos personajes. La personalidad y la fisonomía tanto de Marco Antonio como de Cicerón han sido bordadas. Sin embargo, sobre Catón tengo que decir que, aunque se le retrata de acuerdo con la imagen que la iconografía literaria nos ha transmitido, esto es, como un tipo severo e incorruptible, un estoico de los de verdad, no era tan mayor como lo pintan. Quizá porque se le confunde con Marco Porcio Catón, su bisabuelo, al que apodaron «el Viejo», pero lo cierto es que era más joven que Cicerón, Pompeyo e incluso que César. Otro aspecto que no aparece bien reflejado es el de la muerte de este mismo personaje: tras la derrota de Tapso, Catón decide suicidarse en Útica --por cierto, que estas escenas están rodadas en Tozeur (Túnez)--, pero la tradición nos cuenta que no falleció en el momento, sino que fue socorrido por un esclavo que, a su vez, llamó a un médico que logró detener la hemorragia que se había provocado en el vientre. Pero Catón, que deseaba haber puesto fin a su vida, para no caer en manos de César, en cuanto tuvo la ocasión de quedarse sólo, se arrancó los vendajes y con sus propias manos se extrajo los intestinos, completando de esta forma tan horrible su suicidio. Puede que los guionistas no considerasen esta cruel escena como la más idónea para la sensibilidad del espectador, y por eso decidieron suprimirla.
Sobre el personaje de César, reitero lo que ya he dicho, en este caso respecto a la interpretación del actor que hace del conquistador de las Galias: es magnífica. Su personalidad y sus actitudes son tal como, por ejemplo, las describe Suetonio. Ahora bien, se les ha escapado algo importante en la caracterización: César sufría de alopecia, que trataba de ocultar --como muchos hoy día-- peinándose desde la coronilla hacia delante su escaso pelo (Suet., Caes., XLV). En el último capítulo, cuando es asesinado por un grupo de senadores conjurados, también hay algo que no aparece. Aparte de que no le dirige a Bruto la lapidaria frase Tu quoque, filii mihi? --aunque vayamos a saber si, de verdad, le dijo eso o cualquier otra cosa--; nos cuentan las fuentes que, mortalmente herido, llegó arrastrándose hasta los pies de la estatua de su antes amigo y después enemigo Pompeyo, donde se desplomó desangrado.
Mientras espero que se me descargue del eMule la segunda temporada, podemos ir haciéndonos una idea de cómo continuarán las aventuras de Lucio Voreno y Tito Pullo, sabiendo que de telón de fondo transcurrirán los años posteriores al asesinato de César y el desarrollo de la última guerra civil entre Marco Antonio y el joven Octavio. Para ello aquí va un adelanto, aunque (lo siento) está en portugués.
2 comentarios:
Antonio, mil gracias por tu blog, me tienes fascinada devorando todo lo que escribes sobre la Historia.
Acabo de empaparme los 7 libros de la saga de Roma (de Colleen McCullough) y ahora estoy haciendo lo mismo con la serie.
Encuentro ciertas divergencias entre ambas historias y, como no soy una experta en el tema, no se con qué versión quedarme.
¿Un poco de luz, por favor?...
Gracias!
Me encanta las serie de Roma!! y buscando cosillas me he topado con tu blog de casualidad y he leido los post refenrentes a las serie.
Estudio la carrera de historia, y por supuesto, estoy de acuerdo contigo en que tiene anacronismos, pero al fin y al cabo...es una serie, no un documental. Aún así es la mejor representación de Roma que he visto jamás e incluso mis profesores de la carrera la recomiendan!! xD
Respecto a lo que dices en este post, sobre que César no menciona en la serie su famosa frase dirigida a Bruto antes de morir..., hay expertos que sostienen que César realmente no pronunció dicha frase ya que debido al gran número de puñaladas que recibió era técnicamente imposible pronunciar nada.
Ojalá salga adelante la película y podamos disfrutar nuevamente de la magia de esta gran serie :)
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