Ayer hablaba de la serie Roma. Los protagonistas, el centurión Lucio Voreno y el legionario Tito Pullo, se inspiran en dos personajes con los mismos nombres citados en los Comentarios a la guerra de Galias. Según nos cuenta el propio César, ambos eran dos valientes centuriones de la IX Legión, aunque en la serie se diga que pertenecían a la XIII:
Había en esta legión dos centuriones excepcionalmente valientes, que estaban a punto de alcanzar los primeros grados, Tito Pullo y Lucio Voreno. Constantemente discutían entre sí por ver cuál sería antepuesto al otro, y todos los años rivalizaban por los primeros puestos con el mayor ardimiento. Uno de ellos, Pullo, cuando más encarnizada era la lucha en la fortificación, dice: «¿Por qué vacilas, Voreno? ¿Qué ocasión aguardas para hacer gala de tu valor? Esta jornada decidirá nuestra disputa». Dicho esto, sale fuera de la fortificación y se lanza allí donde parece haber más enemigos. Tampoco Voreno se queda dentro de la fortificación, sino que, preocupado por lo que todos pudieran opinar, sigue sus pasos. A corta distancia, Pullo lanza su jabalina contra los enemigos y atraviesa a uno que venía corriendo de entre la multitud. Éste recibe el impacto y cae muerto. Lo protegen los enemigos con sus escudos, y todos a una disparan contra él sus dardos, cortándole la retirada. Atraviesan el escudo de Pullo y un venablo se le clava en la bandolera. Este accidente hace que se le gire la vaina. Mientras intenta sacar la espada tiene ocupada la mano derecha: se encuentra atascado y los enemigos lo están rodeando. En este difícil trance, corre en su ayuda su rival Voreno. Al punto, todo el tropel se vuelve contra él y se desentiende de Pullo, creyendo que había sido atravesado por el venablo. Voreno combate con la espada, cuerpo a cuerpo: mata a uno de ellos y obliga a los otros a retirarse un tanto. Mientras los acomete, llevado de su fogosidad, cae en un hoyo y rueda por tierra. Cercado a su vez, es ayudado por Pullo. Ambos regresan a la fortificación sanos y salvos y cubiertos de gloria, después de haber causado un buen número de bajas. De esta manera, en la competición y en la lucha la Fortuna dispuso para ambos que cada rival ayudase y salvase al otro, y que no fuera posible decidir cuál de ellos se debía anteponer al otro en valor.
Había en esta legión dos centuriones excepcionalmente valientes, que estaban a punto de alcanzar los primeros grados, Tito Pullo y Lucio Voreno. Constantemente discutían entre sí por ver cuál sería antepuesto al otro, y todos los años rivalizaban por los primeros puestos con el mayor ardimiento. Uno de ellos, Pullo, cuando más encarnizada era la lucha en la fortificación, dice: «¿Por qué vacilas, Voreno? ¿Qué ocasión aguardas para hacer gala de tu valor? Esta jornada decidirá nuestra disputa». Dicho esto, sale fuera de la fortificación y se lanza allí donde parece haber más enemigos. Tampoco Voreno se queda dentro de la fortificación, sino que, preocupado por lo que todos pudieran opinar, sigue sus pasos. A corta distancia, Pullo lanza su jabalina contra los enemigos y atraviesa a uno que venía corriendo de entre la multitud. Éste recibe el impacto y cae muerto. Lo protegen los enemigos con sus escudos, y todos a una disparan contra él sus dardos, cortándole la retirada. Atraviesan el escudo de Pullo y un venablo se le clava en la bandolera. Este accidente hace que se le gire la vaina. Mientras intenta sacar la espada tiene ocupada la mano derecha: se encuentra atascado y los enemigos lo están rodeando. En este difícil trance, corre en su ayuda su rival Voreno. Al punto, todo el tropel se vuelve contra él y se desentiende de Pullo, creyendo que había sido atravesado por el venablo. Voreno combate con la espada, cuerpo a cuerpo: mata a uno de ellos y obliga a los otros a retirarse un tanto. Mientras los acomete, llevado de su fogosidad, cae en un hoyo y rueda por tierra. Cercado a su vez, es ayudado por Pullo. Ambos regresan a la fortificación sanos y salvos y cubiertos de gloria, después de haber causado un buen número de bajas. De esta manera, en la competición y en la lucha la Fortuna dispuso para ambos que cada rival ayudase y salvase al otro, y que no fuera posible decidir cuál de ellos se debía anteponer al otro en valor.
(Julio César, Comentarios a la guerra de las Galias, V, 44)
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