Primavera, tiempo de flores, canciones y libros, sobre todo de libros. Durante esta semana, han sido más los que me han regalado que los que he tenido ocasión de comprar en la feria. Primero fueron los que cogí en la maratón de lectura y, el viernes, me vine del Archivo Histórico Municipal, donde ahora paso buena parte de las mañanas, con la cartera llena. Mi amigo Fernando Jiménez Berrocal, el archivero, me regaló un buen lote, entre los que iban el poemario de José Manuel Díez titulado La caja vacía, ganador del XVIII premio Cáceres, Patrimonio de la Humanidad, y su conocido trabajo sobre las lavanderas, del que creo que soy el único empadronado en esta ciudad que no tenía un ejemplar en casa. Ojeándolo, me he llevado una sorpresa al ver nombrada a mi bisabuela, La Cañeta, que junto a su madre y sus tres hermanas vivió en el barrio de las Tenerías a principios del siglo pasado. Fernando no lo dice en su libro, pero tras casarse con mi bisabuelo Antonio y trasladarse a vivir a Aguas Vivas, siguió ganándose la vida lavando ropa, sobre todo la de los frailes franciscanos del Colegio San Antonio. Lo que sucede es que no utilizaba los lavaderos públicos, sino que hacía la colada en el pozo de su casa, la misma casa en que dio a luz a nueve hijos y después vivió con todos sus nietos… que no fueron pocos.
Ayer por la tarde también me llevé otro libro para casa. Estuve en la IV Maratona de leitura em língua portuguesa, que se celebraba en la Plaza de San Jorge. Entre la gente que iba a Santa María a ver a la Virgen y los que acudían a Foro Sur, no había quien cupiese por la calle. El sol lucía con fuerza, pregonando una vez más una estación repleta de buenas intenciones. El poema que me tocó leer es el siguiente de Eugénio de Andrade:
Ayer por la tarde también me llevé otro libro para casa. Estuve en la IV Maratona de leitura em língua portuguesa, que se celebraba en la Plaza de San Jorge. Entre la gente que iba a Santa María a ver a la Virgen y los que acudían a Foro Sur, no había quien cupiese por la calle. El sol lucía con fuerza, pregonando una vez más una estación repleta de buenas intenciones. El poema que me tocó leer es el siguiente de Eugénio de Andrade:
Deixa a mão...
Deixa a mão
caminar
perder o alento
até onde se não respira.
Deixa a mão
errar
sobre a cintura
apenas convente
com nácar da língua.
Só um grito desde o chão
pode fulminá-la.
A morte
não é um segredo
não é em nós um jardim de areia.
De noite
no silêncio baço dos espelhos
um homem
pode trazer a morte pela mão.
Vou ensinar-te como se reconhece
repara
é ainda um rapaz
não acaba de crecer
nos hombros
a luz
desatada
a fulva
lucidez dos flancos.
A boca sobre a boca nevava.
Por la noche, cervecita en El Corral, preparando con Felipe el viaje a Madrid, mientras veíamos pasar delante de nuestra narices los suspiros de una edad que algún día perderemos.
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