Han pasado ya siete años, pero parece que fue ayer. Si preguntas a cualquier persona, recordará con nitidez y podría contar con detalle dónde se encontraba o qué estaba haciendo aquel día, cuando vio por televisión estrellarse unos aviones contra las torres gemelas de Nueva York. El que escribe estas líneas, con más motivo. Aquella mañana era la primera vez que iba al instituto, en compañía de uno de los hijos de mi familia de adopción. Esto sucedió un martes, pues el sábado acaba de llegar al aeropuerto de Washington, para pasar un mes con una beca de estudios aprendiendo inglés, o por lo menos intentándolo. Me llevaron en autobús hasta el condado de Lancaster, en Pensilvania, donde me estaba esperando la familia que me acogería en su casa durante este tiempo. Cuando sucedieron los atentados, llevaba tres días en los Estados Unidos, y apenas me había dado tiempo de ver ni conocer nada.
Recuerdo que a primera hora de la mañana, cuando llegue al instituto, o al highschool, como lo llaman por allí, había examen de Música. Como aquello no iba conmigo, me puse a hacer otra cosa. Me había llevado en la mochila una antología poética y me dio por ponerme a leer a Machado. Cuando iba por aquello de Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta / --no fue por estos campos el bíblico jardín--…, sonó el timbre que señalaba el final de la clase. Al cabo de un rato entró el profesor de Matemáticas, con un vaso de café en una mano y un transistor en la otra. Esto me llamó la atención, y me pregunté que si sería habitual que aquel tipo pasase de dar clase para terminar de desayunar y escuchar la radio. Como mi inglés tampoco era muy fluido, al principió no presté mucha atención a lo que decía el informativo. Como todo el mundo escuchaba las noticias, yo volví a lo mío y seguí leyenado: … son tierras para el águila, un trozo de planeta / por donde cruza errante la sombra de Caín.
Pasaron unos cinco minutos, y entonces advertí la cara de preocupación en todos mis compañeros de clase, que seguían absortos escuchando la radio. Hice un esfuerzo por entender auqello y me pareció que lo que estaban retransmitiendo no era nada bueno. Arranqué un trozo de papel de un cuaderno y le pedí a Tony, el hijo de la familia que me acogía, que me explicara qué estaba sucediendo. Como todos estaban en silencio y me hablaba cuchicheando, no me enteraba muy bien de lo que me quería decir; o acaso sí le entendí, pero no llegué a creérmelo, así que pensé que era yo el que no había captado correctamente la información. Cogió el papel y dibujó como dos rectángulos alargados, y un avión estrellándose contra uno de ellos. Al lado anotó: world trade center, NY y hyjackers (sic)… Entonces lo comprendí todo.
Recuerdo que a primera hora de la mañana, cuando llegue al instituto, o al highschool, como lo llaman por allí, había examen de Música. Como aquello no iba conmigo, me puse a hacer otra cosa. Me había llevado en la mochila una antología poética y me dio por ponerme a leer a Machado. Cuando iba por aquello de Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta / --no fue por estos campos el bíblico jardín--…, sonó el timbre que señalaba el final de la clase. Al cabo de un rato entró el profesor de Matemáticas, con un vaso de café en una mano y un transistor en la otra. Esto me llamó la atención, y me pregunté que si sería habitual que aquel tipo pasase de dar clase para terminar de desayunar y escuchar la radio. Como mi inglés tampoco era muy fluido, al principió no presté mucha atención a lo que decía el informativo. Como todo el mundo escuchaba las noticias, yo volví a lo mío y seguí leyenado: … son tierras para el águila, un trozo de planeta / por donde cruza errante la sombra de Caín.
Pasaron unos cinco minutos, y entonces advertí la cara de preocupación en todos mis compañeros de clase, que seguían absortos escuchando la radio. Hice un esfuerzo por entender auqello y me pareció que lo que estaban retransmitiendo no era nada bueno. Arranqué un trozo de papel de un cuaderno y le pedí a Tony, el hijo de la familia que me acogía, que me explicara qué estaba sucediendo. Como todos estaban en silencio y me hablaba cuchicheando, no me enteraba muy bien de lo que me quería decir; o acaso sí le entendí, pero no llegué a creérmelo, así que pensé que era yo el que no había captado correctamente la información. Cogió el papel y dibujó como dos rectángulos alargados, y un avión estrellándose contra uno de ellos. Al lado anotó: world trade center, NY y hyjackers (sic)… Entonces lo comprendí todo.
Cuando volvió a sonar el timbre, todo el colegio se reunió en los pasillos, y ya pude preguntar por los detalles de lo que estaba sucediendo. La gente andaba alterada, aunque no lo suficiente, porque nadie había visto todavía las imágenes en televisión. Algunos salimos a la puerta y miramos al cielo, pues acabábamos de escuchar que un tercer avión se había estrellado contra el Pentágono y otro sobrevolaba Pensilvania con los secuestradores a bordo. Pero el cielo estaba azul y limpio, demasiado tranquilo para presagiar que aquello fuera el fin del mundo.
Después de reunirnos en el comedor y rezar todos juntos, nos dejaron marcharnos a casa. La nuestra estaba apenas a doscientos metros del colegio, sólo había que cruzar un maizal para llegar andando. Cuando abrimos la puerta, nos encontramos a todo la familia viendo la televisión. También estaban los vecinos, que eran de la secta de los amish y, como sabéis, en casa no tienen ni radio, ni televisor ni ningún otro electrodoméstico; por eso habían venido enseguida, en cuanto se enteraron de lo que estaba sucediendo. Nada más llegar, fue el momento en que se derrumbó el primer rascacielos.
Aquella noche no dormí, aunque quienes seguramente pasaron peor noche fueron mis padres, ya que en aquellas circunstancias era casi imposible llamar por teléfono y el internet estuvo funcionando muy mal durante toda la tarde. Mis padres pensaban, según la información del programa de actividades que les habían facilitado cuando partí de España, que aquel día tenía que estar de visita en Nueva York. Finalmente no fue así, porque al llegar a América, hubo cambio de planes y se pospuso la excursión para el miércoles. Después tampoco llegué a visitar Manhattan, pero a veces se me ha pasado por la cabeza que quizá yo podría haber estado allí.
Todo me parecía un sueño, nunca pensé que me iba a tocar vivir de cerca un hecho histórico de tal magnitud, que cambiaría el rumbo de este siglo XXI que acababa de empezar; a mí, que apenas unas semanas después iba a empezar la carrera de Historia, y estaba viviendo la Historia en primera persona. Por motivos obvios, no pudimos ir a visitar Nueva York, como estaba planeado, pero sí estuve en Washignton D.C. y pude ver el enorme agujero que dejó el avión que se estrelló contra el Pentágono.
Después de reunirnos en el comedor y rezar todos juntos, nos dejaron marcharnos a casa. La nuestra estaba apenas a doscientos metros del colegio, sólo había que cruzar un maizal para llegar andando. Cuando abrimos la puerta, nos encontramos a todo la familia viendo la televisión. También estaban los vecinos, que eran de la secta de los amish y, como sabéis, en casa no tienen ni radio, ni televisor ni ningún otro electrodoméstico; por eso habían venido enseguida, en cuanto se enteraron de lo que estaba sucediendo. Nada más llegar, fue el momento en que se derrumbó el primer rascacielos.
Aquella noche no dormí, aunque quienes seguramente pasaron peor noche fueron mis padres, ya que en aquellas circunstancias era casi imposible llamar por teléfono y el internet estuvo funcionando muy mal durante toda la tarde. Mis padres pensaban, según la información del programa de actividades que les habían facilitado cuando partí de España, que aquel día tenía que estar de visita en Nueva York. Finalmente no fue así, porque al llegar a América, hubo cambio de planes y se pospuso la excursión para el miércoles. Después tampoco llegué a visitar Manhattan, pero a veces se me ha pasado por la cabeza que quizá yo podría haber estado allí.
Todo me parecía un sueño, nunca pensé que me iba a tocar vivir de cerca un hecho histórico de tal magnitud, que cambiaría el rumbo de este siglo XXI que acababa de empezar; a mí, que apenas unas semanas después iba a empezar la carrera de Historia, y estaba viviendo la Historia en primera persona. Por motivos obvios, no pudimos ir a visitar Nueva York, como estaba planeado, pero sí estuve en Washignton D.C. y pude ver el enorme agujero que dejó el avión que se estrelló contra el Pentágono.
No podemos negar que aquel día marcó la vida de cada una de las personas que viven sobre este planeta, así como de las generaciones que aún están por venir. Cuando regresé a casa, mi abuelo, que de adolescente le tocó vivir la guerra civil, y había conocido una guerra mundial y otros avatares y desastres a lo largo de sus años, me dijo que nunca había pasado tanto miedo como aquel 11 de septiembre. Los atentados contra las torres gemelas, más allá de las víctimas y los daños que ocasionaron, fueron el anuncio de que a partir de entonces el mundo no iba a ser el mismo… y, en efecto, así fue. Me queda el consuelo de poder contarles a mis hijos y mis nietos que yo estuve allí.
Mi amigo Felipe y el que escribe este blog, a nuestra llegada a Cáceres. Fuimos objeto de atención por parte de todos los medios de comunicación locales.
2 comentarios:
Antonio, la casualidad( ¿o mejor la causalidad?) te convirtió en protagonista de el suceso histórico que tristemente ignauguraba un nuevo siglo, un nuevo milenio. Un servidor cuando lee tu crónica de los hechos acontecidos, le es imposible abstraerse del eterno debate sobre lo objetivo y lo subjetivo en la historia. Soy de los que piensan que la Historia del hombre se construye a partir de una ecuación que tiene entre sus muchas variables el filtro sensorial del que cuenta un hecho, un suceso vivido. Hace falta un gran esfuerzo crítico por parte del receptor para no tomar como absoluto ni "cierto" nigún hecho ajeno a su experiencia. O,¿podrías asegurar que fue un avión el 11 de Septiembre el que causó la explosión en el Pentágono? es más,¿alguien pdría aportar ni tan siquiera una prueba física de este supuesto acto terrorista?
Esta reflexión viene al hilo de un documental que hasta hace poco no pude ver, creo que lo conocerás, se llama "Zeitgeist", es una produccción de corte libertario y anarquista, aunque los autores en ningún momento de la película hacen mención directa de postulado o slogan alguno. Aunque se prescinde de la publicidad corporativa, no se omiten acusaciones directas a ciertos personajes que,por cierto, no salen muy bien parados. Lo cierto es que es un documento ciertamente revelador que refuerza mi visión relativista de la historia, lejos por supuesto, de adoptar como dogma las idea vertidas en el documental. Lo dicho, si no lo has visto esta es una buena oportunidad.
Este es mi aporte, espero tus impresiones.
Roberto.
Roberto, muchas gracias por tu comentario. Me alegra encontrarte por aquí. Precisamente, en marzo le dediqué una entrada a esa misma película que propones:
http://antonionorbano.blogspot.com/2008/03/zeitgeist.html
En esta memoria sentimental no he querido hablar de todo lo que tiempo después he ido conociendo (o hemos ido conociendo) sobre los atentados del 11-S. Pero suscribo lo que dices. Seguramente nada de lo que de manera oficial nos han contado hasta entonces sea cierto (al igual que no es cierto lo que nos contaban de pequeños sobre la religión e incluso la Historia)... Si no el tiempo nos dará la razón: la Historia nos ha demostrado que detrás de tales acontecimientos, de fatales consecuencias para el devenir de la humanidad, siempre existieron conspiraciones y deseos de poder.
Aquellos sucesos los viví en primera persona, por eso ahora mi mayor responsabilidad quizá sea poner en cuestión todo lo que sobre los mismos me contaron. Como no dices, no podemos evitar ser subjetivos, es parte de nuestra naturaleza, pero lo que no podemos permitir es que nos tomen por tontos.
Un saludo,
ANTONIO
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