Durante toda la semana pasada, estuve pensando cómo podría exponer mi opinión sobre el plan de rescate financiero que el gobierno de EEUU pretende aprobar, presumiblemente hoy mismo. Ya que un servidor no es un experto en la materia, aunque a fuerza de querer entender la actualidad, cada vez estoy aprendiendo más sobre macroeconomía; me daba miedo meter la pata, o explicarme de tal manera que no se me entendiera. Pero mira por dónde, que el sábado leyendo El País, encuentro la siguiente columna de Manuel Rivas, al que por cierto, admiro como escritor, en donde más o menos coincide con el pensamiento que me venía rondando la cabeza y no me atrevía a manifestar.
Ya tenemos una segunda versión de la historia del señor de la basura. En la primera, la de los hermanos Marx, Zeppo decía: «Papá, ha llegado el hombre de la basura». Y Groucho contestaba: «Dile que hoy no queremos». Era también una época de crisis y está considerada como una de las ocurrencias que más ha hecho reír en la historia humorística de Estados Unidos. Al parecer, esta crisis es distinta y el humor ha cambiado. El hombre de la basura llama a la puerta de la Casa Blanca y el principal inquilino pregunta por el precio. «Así, a ojo, 700.000 millones de dólares y un centavo», tantea el hombre de la basura. Bush responde: «¡Nos la quedamos toda!». La diferencia entre la versión marxista y la actual es que la primera era un diálogo y la presente, un monólogo. El hombre de la basura y el presidente son la misma persona. Un economista respetable, Paul Krugman, resume el proceso con sarcasmo: «Lo impensable se ha vuelto inevitable». Como con el fútbol, la diferencia entre quién sabe y no sabe de economía parece haberse reducido al tamaño de una uña. Entiendo por respetable quien haya estado haciéndose preguntas sobre el coste de la guerra y la verdadera naturaleza de estas cumbres codiciosas. Hay un nervio que une las cadenas de Guantánamo y el tintineo excitado de Wall Street: una época de estado de inmoralidad permanente. El presunto plan salvador, en las antípodas del new deal, no parece otra cosa que llevar este videojuego hasta el final. Lo deduce con precisión otro investigador respetable, Michael Hudson. ¿Qué se pretende? Socializar las pérdidas. Desplazar la carga fiscal hacia el trabajo. Y entrampar a Obama, añado. Mientras tanto, nuestros tanques del pensamiento se ensañan con el optimismo táctico de Zapatero y jalean a McCain, el doble de Bush, que no sabe ni dónde está España. ¡Viva el hombre de la basura!
Ya tenemos una segunda versión de la historia del señor de la basura. En la primera, la de los hermanos Marx, Zeppo decía: «Papá, ha llegado el hombre de la basura». Y Groucho contestaba: «Dile que hoy no queremos». Era también una época de crisis y está considerada como una de las ocurrencias que más ha hecho reír en la historia humorística de Estados Unidos. Al parecer, esta crisis es distinta y el humor ha cambiado. El hombre de la basura llama a la puerta de la Casa Blanca y el principal inquilino pregunta por el precio. «Así, a ojo, 700.000 millones de dólares y un centavo», tantea el hombre de la basura. Bush responde: «¡Nos la quedamos toda!». La diferencia entre la versión marxista y la actual es que la primera era un diálogo y la presente, un monólogo. El hombre de la basura y el presidente son la misma persona. Un economista respetable, Paul Krugman, resume el proceso con sarcasmo: «Lo impensable se ha vuelto inevitable». Como con el fútbol, la diferencia entre quién sabe y no sabe de economía parece haberse reducido al tamaño de una uña. Entiendo por respetable quien haya estado haciéndose preguntas sobre el coste de la guerra y la verdadera naturaleza de estas cumbres codiciosas. Hay un nervio que une las cadenas de Guantánamo y el tintineo excitado de Wall Street: una época de estado de inmoralidad permanente. El presunto plan salvador, en las antípodas del new deal, no parece otra cosa que llevar este videojuego hasta el final. Lo deduce con precisión otro investigador respetable, Michael Hudson. ¿Qué se pretende? Socializar las pérdidas. Desplazar la carga fiscal hacia el trabajo. Y entrampar a Obama, añado. Mientras tanto, nuestros tanques del pensamiento se ensañan con el optimismo táctico de Zapatero y jalean a McCain, el doble de Bush, que no sabe ni dónde está España. ¡Viva el hombre de la basura!
1 comentario:
"Hay un nervio que une las cadenas de Guantánamo y el tintineo excitado de Wall Street: una época de estado de inmoralidad permanente." Esta frase de Rivas -el apologista de Zapatero, como de las "democracias" autonómica y estatal- es prodigiosa: hay otros nervios que unen al grupo de comunicación para el que edita y trabaja con el tintineo excitado de la corrupción, de los intereses económicos y la barbarie. Rivas conoce ese vínculo: lo disimula. Lo oculta tras su florido maquilla de "progreso". Él forma parte, activa, del estado de inmoralidad permanente. Por supuesto que atina. Sabe muy bien de lo que habla.
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